El sábado que viene, se casa el mejor amigo de toda la vida de Pablo.
Su amigo Manu, es el prototipo de chico que toda madre querría tener de suegro y toda amiga lo querría como novio.
Es listo, alegre, buena persona, guapo, montañero… ¡¡¡Un partidazo!!! El chico que dejó su brillante trayectoria como caminero para hacer una Beca de la Caixa en NYC de Cooperación y Desarrollo y ahora trabaja en asuntos de cooperación con el Banco de Desarrollo Panamericano y está feliz en Haití planificando desarrollos varios.
El caso es que para Pablo, la boda de Manu, es una boda muy especial. Su amigo de pupitre se casa con su novia de toda la vida y sobre todo, porque fue Pablo quien hace más de 15 años, le presentó a Elena (una chica de su urba de Alpedrete) quien que será la novia el día 23.
Pablo cuenta los días en el calendario para que llegue este finde y hasta se ha comprado una camisa de señor (de gemelos) para la ocasión y aprovechando que el Pisuerga pasa por ValladoLuis, pues yo no iba a ser menos y me he diseñado una camisa que me han hecho a medida.
Suena todo muy pijo, pero os prometo que he ahorrado mucho dinero con mi nuevo descubrimiento Colombiano.
El año pasado, cuando volaba de vuelta a casa y porque siempre siempre siempre , como me enseñó mi tía Chilis que pidió por una leve artritis en una mano que le pusieran en primera y lo consiguió, intento que me suban una butaca más ancha y cómoda, desde que llego al mostrador de facturación ,hasta que me pongo el cinturón de seguridad en el avión. Así que me puse a hablar con las azafatas de Iberia por si había suerte.
Es verdad que todas son unas rancias, pero la que me tocó esa tarde era bastante maja.
Hablamos de la lluvia, de sus horarios, de si había hueco en bussines y de lo que hacían ellas en las 24horas entre vuelo y vuelo de Iberia. La azafata, me contó que todas ellas traían muchísima ropa para arreglar en diferentes modistas porque en Bogotá era baratísimo y sabían hacerlo muy bien. Así que me quedé con la retahíla y este año, mientras hablaba con Diana en un atasco en medio del paro agrario de Pasto sobre los modelitos del aluvión de bodas que hay a mi alrededor, me dijo que ella había oído que había muchas costureras baratas que podían ayudarme aunque ella no sabía de ninguna buena.
¿Qué haces en Bogotá si tienes una necesidad de algo extraño y no sabes cómo operar?
Acudir al whatsapp, más concretamente al grupo de “Parche”
Parche, en colombiano, significa pandilla. El Parche es la pandilla y el parce o parcero el amigo en cuestión. Cuando uno está desparchao es que no tiene nadie con quien salir y cuando emparcheas quiere decir que juntas varios parches y funciona.
El grupo de Parche está compuesto por cuarenta y tres miembros, de los que solo conoceré a la mitad y que cumplen dos condiciones básicas: o bien son españoles o bien colombianos que trabajan en cámaras de comercio o cooperación de España.
En Parche se pregunta de todo, se discute cualquier cosa y se conoce a todo el mundo. Unos entran, otros salen, otros aunque se vayan siguen ahí por nostalgia, pero lo que está claro es que las dudas trascendentales se resuelven ahí.
En Parche se respeta muchísimo la colombianeidad, los colobianismos y las colombianadas. Mucho más que en una conversación informal con una cerveza. Se cuentan gangas, problemas de visados, de gestión del voto en el expatriado y cotilleos generales, nada minucioso, únicamente consulta y solución.
Pero esta vez, dado que era una pregunta bastante de chicas, decidí acudir a “Sex in Bogotá” ( Como Sex in the city, y seguido de emoticonos con pintauñas, masaje y copita de vino) que es el grupo de chicas icex de éste año que nos han incluido a algunas más de toda la vida, para poder ayudarnos las unas a las otras. En éste grupo se habla de tampax, libros, tiendas y otras cosas sin ningún tipo de problema.
En cuanto pregunté si alguien sabía de una modista baratita Lucía me respondió inmediatamente contándome de “G. Arr” que le había hecho un vestido a una vasca hacía un año para la boda de su hermana y le pareció bastante bueno.
Así que con la misma, escribí un whatsapp a G. para quedar con él y contarle mi idea de camisa.
Ese mismo sábado me planté en el taller de G. a las nueve de la mañana para empezar la operación “linda”.
G. tendrá unos cuarenta y tantos, tiene cara de duende con nariz roja y orejas algo puntiagudas y es calvo.
Pero tras esta línea descriptiva, que puede ser hasta cruel, me gustaría describiros al artista de G. como solo él lo haría, de manera sublime;
G., lleva más de 15 años en Bogotá, se siente rolo (bogotano en jerga colombiana) de adopción pero él es paisa y no para de decirlo cuando tiene ocasión.
Llegó a la moda por casualidad, de chico solo quería salir de su pequeño pueblo antioqueño y tenía una única puerta abierta, un tío que vivía en Bogotá que se dedicaba al patronaje industrial junto con sus dos hijos.
A G., su pueblo se le quedaba pequeño, él quería crecer, soñar y ser libre como sus primos, así que un buen día cogió su maleta y se plantó en casa de su tío al norte de Bogotá.
Quería ser artista, o algo que no fuera siempre hacer lo mismo e implicara no crear.
Tonteó con algún que otro trabajo para poder salir adelante, pero finalmente, decidió ayudar a su tío que estaba falto de plata y personal y a él le daba apuro estar en su sofá durmiendo y no colaborar con su negocio, un negocio de su familia.
Al principio le tocó planchado, (uy fatal! Dice recordándolo) pero cuando descubrió el corte… ahí vio la luz…Las tijeras le guiaban el camino, era maravilloso…. así que empezó a coser y cortar para la empresa de su tío y cuando consiguió algo de dinero se lo montó por su cuenta.
Pero no como su tío que trabajaba para marcas grandes siempre haciendo lo mismo, para nada. Nunca le haría competencia a su familia, eso un paisa no lo puede hacer.
G. eligió un camino diferente creando y creando. A los pocos años consiguió comprar una máquina industrial. Cuando G. habla de la máquina en cuestión cierra los ojos y se muerde el labio inferior como quien disfruta pensando en cada puntada que esa joya debía coser.
Pero la cosa no funcionó y se arruinó. Perdió todo, todos sus ahorros, su dignidad y durante unos meses sus ganas de dar puntadas, pero la máquina, no la vendió.
En la vida de un paisa, hay que emprender más de una vez, así que hizo de tripas corazón y volvió a cortar para una fábrica durante unos meses, trabajó tantas horas que había días que no veía el sol, algo agotador… hasta que de nuevo volvió a tener ahorros y empezó a trabajar menos y compaginarlo con confecciones para mujer por encargo con su máquina industrial… Poco a poco y gracias al “voz a voz” , está donde está ahora, en su pequeño taller, con cuatro señoras que cosen para él, jubiló la máquina por otra mejor pero de calidad industrial.(Porque como repite continuamente, la puntada no es la misma) .
Él únicamente crea, corta, sueña y con dulzura y mucha mano izquierda viste a señoras de todo Bogotá.
G., como os podéis imaginar, tiene más pluma que la almohada de Calimero, algo que facilita las cosas a la hora de tratarle de tu a tu en un país tan machista cuando te están midiendo el pecho o el trasero.
Cuando le conté que era de familia de aguja e hilo, que mi abuela cosía desde siempre, que iba muchas tardes a aprender a su casa, que de pequeña también nos tomaba medidas y nos hacía vestidos de volantes y muchos lazos, que había heredado esa pasión por las telas y que de las cosas que más echaba de menos de mi casa de Madrid era mi máquina Singer, Gustavo me hizo de su equipo, empezó a llamarme “Linda” y juntos, con su maniquí de plástico viejo y nuestras fotos inspiradoras de Instagram y bolígrafo en mano, diseñamos una camisa maravillosa en menos de media hora.
Fuimos esa misma mañana en su twingo negro a la tienda de telas del barrio, en la que G.(cliente aventajado) entró cual diva de la canción besando a todas las dependientas y explicándoles que tenía un encargo internacional. Elegimos la tela y que en dos semanas tuve que irme a probar la camisa aun hilvanada para retocar.
Cuando llegué a la prueba de la camisa, G. que se acordaba de que no me gustaba el café, me tenía preparado un té (los colombianos no tienen ni puta idea de té y lo preparan fatal dejando la bolsita dentro durante horas y amargándolo sin piedad), me salió a recibir a la puerta dando saltitos y dándome un abrazo solo me dijo “No sabes lo que he disfrutado con tu prenda”.
Al llegar a su taller de dos metros por tres, en su maniquí amarillento, con una especie de turbante con una tela de colores (que como él mismo me anunció que, le daba el estilo de los sombreros elegantes de las españolas en los matrimonios) estaba la camisa que habíamos pensado ambos para mi modelito de boda de consorte importante.
Totalmente como la habíamos pensado pero con falta de algún retoque…
Nos despedimos felices con un abrazo y el sábado por la tarde, me envió un whatsapp para decirle “Linda, la tienes ya, recheeeeevere”.
El lunes, a la hora de la comida pude escaparme a por ella, G. estaba en la puerta esperándome apoyado en el marco de la misma sonriente y expectante. Sabía que tenía prisa, así que entramos a su taller rápidamente y ésta vez sin turbante ni nada, la maniquí chuchurría de plástico vestía la camisa que habíamos imaginado tres semanas antes un sábado a primera hora.
Era perfecta.
Me la probé y cuando salí a enseñársela mientras G. aplaudía nervioso y emocionado me dijo “Qué pena que sea blanca porque si no te abrazaba. ¡Lo hemos conseguido!”.
Supongo que se lo hará a todas, pero sentirte partícipe de algo que te queda guay y que es muy parecido a lo que tú querías es un súper subidón único.
¿El precio? (os preguntaréis) 80.000 pesos (24€), la experiencia (de 10), ir de la mano de mi Pablo con su camisa nueva y sus gemelos mientras es feliz, con una camisa chachi hecha por G. ¡No tiene precio!.