martes, 5 de julio de 2016

Atasco gástrico

Éste fin de semana, ha vuelto a ser puente. Como veis en Colombia hay más puentes que en ningún otro país del mundo… así que en vez del lunes noche, os escribo hoy.

El puente de San Pedro, que ha sido éste,  es el que más Reinados (de Misses), fiestas regionales y convenciones hay en todo el año en Colombia.

Se junta con la extra de medio año (que es obligatoria por Ley en Colombia) y con principio de mes recién cobradito, así que no hay colombiano que se quede en casa. 
Al Colombiano le quema el dinero en el bolsillo y sale a gastárselo y disfrutarlo tan pronto como le llega no vayan a robárselo por el camino.

Mi grupete de amigos y yo no íbamos a ser menos, así que buscamos destino y fuimos a Bucaramanga (capital de Santander) y de ahí alquilamos un coche para viajar por el sur del Departamento para contemplar cascadas, cañones y naturaleza en estado puro.

¿En qué se traduce que todos los colombianos salgan de sus casas?
En que Colombia entera  se pone al volante y se instala en las carreteras formando unos atascos monumentales dignos de sacar la tienda y acampar hasta que avance la fila de coches.

Hasta ayer, pensábamos que solamente era Bogotá, pero tengo que contaros, que ayer hicimos noventa y ocho kilómetros en seis horas y media por el Departamento de Santander.

Con el objetivo de llegar con tres horas antes al aeropuerto, devolver el coche alquilado, habiendo echado gasolina, cenado y habiéndonos cambiado antes de subir rumbo a Bogotá, decidimos salir con “bastante” tiempo del pueblecito donde nos hospedamos la última noche del puente (San Gil) e ir despacito rumbo Bucaramanga.

A las 13.30 nos metimos en un bar nuevo, que acababan de inaugurar ocho días antes, comimos un sándwich bastante baratito y nos metimos en el coche a eso de las dos de la tarde para poder llegar a las seis como muy tarde. Nuestro vuelo a Bogotá  salía a las nueve y cuarto de la noche, íbamos sobrados.

Los primeros 30 kilómetros fueron rapiditos, paramos sólo un poquito en un peaje en el que gracias a la gran oferta de puestos ambulantes habituales,  nos compramos unas bolsitas de hormigas culonas para llevar a los Sebastián (Que siempre piden que en vez de regales les lleves comida), unas botellas de agua…

Pero cuando llevábamos una hora de camino, sin saber cómo, la cosa se fue volviendo más concurrida… Adelantamos un par de camiones, nos jugamos la vida mientras tres coches nos pasaron a la vez cuando venía un autobús de frente, subimos cuestas en segunda e hicimos fotos a las cabras que nos miraron en una curva atentas desde el arcén…

La tarde se nos iba echando encima, y la comida, que había sido ligera y rápida en el nuevo bar de la carrera 14 de San Gil, no se por qué me empezó a hacer un poco de “centrifugadora” en mi tripa. No le di importancia… las curvas, el calor, los mosquitos y sobre todo no tener nada de música, me hacía pensar en que podía marearme, así que pasé bastante del revoltijo estomacal…

A los 50 kilómetros, mientras anochecía en el Cañón de Chilamocha el tráfico se volvió tan denso que no pasábamos de los 20 por hora en ningún momento y era imposible adelantar…

En lo alto del puerto , el tráfico fluido empezó a hacer paradas intermitentes que se alternaban con sonidos en mi tripa que anunciaban que algo no estaba bien.

Comenzamos a bajar los diez kilómetros de gran pendiente del puerto de Chilamocha y la noche se nos echó encima… desde arriba, las filas de luces rojas de los frenos de los coches que marchábamos en orden hacia Bucaramanga se veían haciendo zigzag delante de nosotros prendiéndose entre las montañas… 

Fue en ese momento, contemplando esa hilera roja, cuando, siguiendo la tradición que mi hermana instauró allá en los años ochenta en un viaje Galicia- Madrid el la furgoneta de mis abuelos, comuniqué mi estado gástrico.
 “Chavales, me hago caca” dije de una manera natural, sin darme cuenta que no todo el mundo entiende que tenga que comunicarlo…

Mis amigos se empezaron a reír de mi frase, y con el cachondeo comenzamos a hablar de cosas escatológicas, cada cual más divertida y asquerosa... Más o menos, duante un rato, se me empezó a olvidar que tenía que ir al baño.

Los siguientes ocho kilómetros los recorrimos en treinta y cinco minutos. Desde nuestro coche, podíamos escuchar la música de los vehículos de delante y detrás que aburridos y afortunados porque, al contrario que nosotros, tenían radios que funcionaban, habían decidido amenizar la espera al ritmo de sus múltiples melodías latinas.

A las seis y media, empecé a tener ganas de hacer caca de verdad y mi estómago centrifugador iba comenzando a manifestarse en pequeños pinchazos de “o salimos todos o la liamos”…

A las siete menos cuarto, habiendo avanzado unos dos kilómetros desde los primeros pinchazos, comencé a estudiar la situación para optar por lo menos apetecible en circunstancias normales: Hacer caca en la cuneta.

Miré a mi alrededor, las risas de las adolescentes del coche de atrás que tenía ventana en el techo y bailaban a lo “Barbie girl” no me desconcentraron en mi estudio de la situación.  Lo más importante de todo en ese momento, era que tenía un paquete de Kleenex que Laura había comprado antes de salir porque tenía catarro y no le vendieron la unidad sino el pack de 10 paquetes.

En medio del silencio dentro de nuestro coche, fruto aburrimiento de la noche Santanderana atascada , se me escapó el primer pedete.

Afortunadamente fue silencioso , pensé, segundos después me di cuenta… era muy mal oliente…

Ante la pestilencia tuve que delatarme, ya que Leire (aunque estaba retocando fotos muy concentrada en su teléfono) estaba sentada a mi lado, y era evidente que si no lo decía iba a ser peor.

“Oye chicos, que se me ha escapado un pedete, lo siento”.  Los tres que iban en el coche empezaron a partirse de risa, pero cuando Laura se giró a mirarme se dio cuenta de que realmente empezaba a estar en un aprieto ya que tras el pedete vinieron unas horribles ganas de tener que ir al baño con urgencia y con ellas, el sudor frío… Debí parecer que estaba fatal que la pobre Laura agobiada comenzó a tener más en cuenta, la situación por la que estaba pasando yo.

A los diez minutos, con la cabeza asomada por mi ventanilla, lo único que buscaba era un montículo, un matojo o algo donde poder hacer caca sin que nadie me viera mientras el coche avanzaba sin mi.

A las siete y media, agobiados de estar a treinta kilómetros del destino avanzando dos metros al minuto, tras haber analizado cada centímetro de arcén durante los cinco últimos kilómetros, vi una lona negra que hacía las veces de separación entre dos parcelas y con firmeza y determinación anuncié que me bajaba, que no aguantaba más.

Agarré con fuerza el paquete de kleenex, cogí el móvil (por si acaso) y me bajé corriendo hacia la parte de detrás de la lona negra.

Me dieron igual las niñas de detrás, el coche viejo de delante y si al otro lado de la lona había algún bicho peligroso que me mordiera el culete o me contagiara de Zika para siempre.

Salí corriendo hacia la penumbra, salté unas ramitas, volteé la lona y sin pensarlo ni una vez, me bajé los pantalones y me puse de cuclillas posición no retorno.

Ni un segundo había pasado cuando de repente una niña de las del coche de detrás gritó con tono pijo colombiano, ¡Miraaaar! Se le ve la colaaaa!! (aquí al culo le llaman cola, que al parecer suena más fino, aunque a mi me parece feísimo) y todas sus amigas empezaron a reírse a carcajadas.

Me di cuenta gracias a ellas, que la lona negra, no llegaba hasta el suelo sino que dejaba unos cuarenta centímetros entre el final de la misma y el suelo, justos para que si una se agachaba mucho… Se le veía todo el culete iluminado por los faros de los coches que aguardaban avanzar.

Pero a esas alturas de la película no podía dar marcha atrás, así que con dignidad y a medias, terminé la faena algo más erguida de lo habitual.

Entre nervios, preocupación (e higiene máxima) me di cuenta que los coches comenzaban a avanzar. Los que estaban parados arrancaron y las luces que se veían tras la lona plástica negra empezaron a moverse.

Me subí los pantalones rápido, pegué un brinco para no pisar nada y salí corriendo atasco arriba.

Pasé el coche de las niñas pijas, dándoles el placer de ponerle cara al culete que se asomó y llegué al coche que Jorge, que iba conduciendo, había orillado con los warning para esperarme y no dejarme en medio de la nada.

Me subí rápidamente y arrancamos unos metros más (no demasiados).

No había hecho todo lo que mi estómago necesitaba, así que me recosté en el asiento durante media hora más notando como poco a poco, la velocidad del coche iba en aumento y mis sudores y retortijones también.

Cuando quedaban  treinta minutos para que saliera nuestro vuelo, llegamos al área del aeropuerto donde nos esperaba el hombre del alquiler de coches.

A Jorge no le dio tiempo ni a parar el coche, yo solo recuerdo que cogí mi mochila y fui disparada al baño de señoras del Aeropuerto Palonegro de Bucaramanga.

Me dio igual el tiempo que faltaba para la salida del avión, tenía el pasaporte, el teléfono, la tarjeta de crédito y lo más importante los kleenex en mi poder, así que por mi, que el avión se fuera sin mi, que yo tenía que perder cinco minutos mínimo ahí sentada.

A los tres minutos volví en mi, era mejor levantarse y acudir a la puerta de embarque, estar mala en casa era mejor que en un aeropuerto en medio de la nada.

Los chicos estaban esperándome en la puerta del baño, me trajeron un agüita, embarcamos y salimos del mayor “Atasco” estomacal de mi vida.

Hacer caca en un avión es bastante curioso, siempre pienso a dónde irá… Ayer no pensé en eso… solamente en llegar.

Hoy Laura se ha despertado fatal y ahora por la tarde, Leire me ha contado que ha estado cinco veces en el baño. Yo evoluciono favorablemente, pero la moraleja de todo esto es que a veces los restaurantes de comida rápida recién abiertos y baratos… no merecen la pena antes de un viaje de puente.



PD: La otra moraleja es no coger un coche en un lunes de retorno de puente, pero eso es lo de menos.

PD2: Sorry estoy muy cansada, supongo que habrá muchos errores gramaticales. Ha sido día largo.

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