lunes, 24 de abril de 2017

Historia de mis cordales.

El viernes pasado superé todos mis miedos y me enfrenté a uno de los obstáculos más grandes de la vida de un ser humano: fui al dentista a quitarme dos muelas del juicio.

Y es que, aunque suene tontería, los hijos heredamos muchos de los miedos de nuestros padres, y yo, hija de una persona que de pequeñita en el cole se tropezó con un bordillo y le tuvieron que arreglar toda la piñata en un dentista de urgencia con un perro que ladraba mucho mientras el señor dentista (Que venía de jugar posiblemente unos chinchones con botellas de chinchón por doquier) hacía de las suyas con poco esmero en una camilla poco profesional… pues eso… que yo no iba a ser más independiente que las demás hijas y no heredar el pánico a los dentistas que tiene mi madre.

El caso, es que entre idas y venidas a Colombia, ya son casi dos años (qué casi, más de dos años) que no paro en España, respiro hondo y digo, date que voy para el dentista.

Así que llevaba sin ir al dentista más de tres y medio, y en el mes de noviembre del año pasado, me armé de valor y me decidí a llamar a uno que me recomendaron en el trabajo.

Una de las muchas cosas que tiene los colombianos mejores que nosotros, es la higiene corporal. El colombiano tipo, sea rico o pobre, famoso o perfecto desconocido, se ducha diariamente incluso más de una vez, va siempre peinadito, con las uñas cortaditas y bien aseado y no solamente ésto, sino que después de todas, y digo todas las comidas, se lava los dientes, usa hilo dental y en ocasiones se enjuaga con fluor.

 Y ahora me diréis que eso en España también pasa… Pues no señores no, en España después de una merendola uno se despide y se va. De cañas y tapas ni el tato lleva cepillo de dientes, y después de las cañas se va uno a cenar y después al cine y de ahí si eso sale y cuando llega por la noche, ya en su baño y con su cepillo, si acaso se limpia los dientes.

En España nunca he visto una cola para lavarse los dientes en la oficina, ni en un restaurante pijo a dos señoras lavarse los dientes a la par, jamás, ni he visto usar nunca el fluor que te pone Listerine de publicidad en algunos restaurantes en los baños siendo usado y puedo confirmar, que hay gente en el metro de Madrid a las 08.00 de la mañana que sale camino al trabajo y le huele el aliento a no haberse lavado la piñata.

El caso, es que el colombiano de pro, lleva muy a raja tabla lo de ir al dentista una vez al año y por supuesto hacerse una limpieza dental y cuando yo dije en el trabajo que llevaba años sin ir, me miraron con los ojos como platos.

Así que llamé pedí cita en Marlon Becerra, cerca de casa y me planté un miércoles a las 18.00.

Al llegar me hicieron una radiografía, me pidieron mil datos, mil firmas, consentimientos y no sé qué más cosas, y acto seguido me encaminaron a la sala del dentista donde me pusieron un baberito y unas gafas futuristas naranjas que supuse que eran para que no me salpicaran los ojos.

Cuando llegó el señor Doctor, un tal Jimmie, tras presentarse y ponerse guantes quirúrgicos, empezó a decir números refiriéndose a mis dientes explicándole a su auxiliar los dientes que tenía picados y las muelas que había que quitar.

Yo entre el miedo, los nervios y tanto número me empecé a agobiar, y tras decirme que en unos minutos saldría a darme un presupuesto, me quitó el disfraz y me llevaron de nuevo a la sala de espera.

El señor Jimmie había encontrado 4 caries, tres muelas del juicio (aquí llamadas cordales) que quitar, veía impepinable hacerme un blaqueamiento y sobre todo una limpieza dental.

Ante un presupuesto con tantas líneas, empecé a quitarle cosas y lo dejé en dos caries y luego si eso una muela del juicio que en efecto me molestaba de vez en cuando.

Así que me dio cita una semana después y ahí me presenté yo un miércoles de noviembre, tras dos deposiciones, siete whatsapps a mi madre (que siempre me apoya desde el otro lado del mundo ante tremendas hazañas dentisticas), varias fotos con cara de agobio enviadas a diferentes grupos de whatsap y un libro por si me tocaba esperar.

Inmediatamente me dieron paso, y ya con las gafas futuristas y el baberito puesto sentada en mi sillón, me acordé que debía pedir factura por si colaba que me lo pagara mi empresa con el seguro médico, así que la asistente se fue a comentárselo a la de recepción que le pidió mis datos para facturación. Yo que había dado mis datos mil veces antes de entrar me extrañé cuando me llamaron para que fuera a recepción, pero quitándome las gafas y dejando plantado a Jimmie me dirigí a dar mi DNI colombiano y mis dos apellidos para acto seguido volver a la consulta. Tardé unos 40 segundos y rápidamente, queriéndome quitar el tema del empaste lo antes posible, volví a la consulta donde me esperaban mis gafas futuristas pero ni rastro de las dos asistentes y el doctor Jimmie.

Pasaron cinco minutos, diez, quince… y ni rastro del dentista… Así que con miedo y con las gafas en la cabeza para no perder del todo la dignidad, me acerqué a recepción a preguntar por el Doctor. “Vuelve en un momentito no se preocupe” me dijo la de recepción.

Yo, obediente volví a la consulta, saqué el móvil del bolsillo y me puse a hacerle fotos a cosas, leer el periódico… habían pasado ya 20 minutos cuando el miedo empezó a tornarse rabia y cuando llevaba 35 minutos con el baberito de los cojones y las putas gafas futuristas salí enfadada, no rumbo a recepción sino a la consulta de al lado donde desde hacía un tiempo oía actividad y ahí estaba él, el señor Jimmie que se había puesto a atender a otra paciente dejándome a mi acojonada y pedida en una consulta que odio con un puto baberito y las gafas naranjas futuristas.

Indignada, pero sin decirle nada al Dentista por solidaridad con la persona paciente, me fui dando taconazos hasta recepción y con decisión, orgullo  y todo hay que decirlo, parte de teatro, delante de la señorita de recepción me quité el baberito y las gafas futuristas como quien se despoja de un collar de Tifanny que te ha regalado un amante que te acaba de engañar con la mismísima Rita Hayworth y les empecé a montar el pollo.

“Que si no pueden dejarme 45 minutos de ésa manera tan ridícula” (ahí nadie sabía que a mi me gusta disfrazarme) que si dicen a una hora se cumple, que si qué poca seriedad, del agobio y los nervios creo que hasta se me humedecieron los ojos, y las pobres chicas de recepción flipando… Hice llamar a la encargada que educadamente me atendió y entendió mis quejas, lo dejé por escrito, les agradecí su seriedad y profesionalidad pero no la del Doctor Jimmie… y así como llegué me fui.

Me llamaron 150 veces durante la siguiente semana al enterarse que trabajaba en una agencia de noticias, para ofrecerme citas, descuentos e incluso llegó a llamarme el mismísimo Marlon Becerra que es considerado un gurú de la ortodoncia para decirme que me atendía él mismo, pero yo entre digna y consolándome de que ya tenía una gran excusa para no volver les mandé a freír espárragos una y otra vez.

Meses después, ya en este 2017, decidí que no podía dejarlo pasar más y tras varios estudios de mercado me decidí por la clínica del doctor Christian Salazar.

La clínica del doctor Salazar, es conocida mundialmente en todo Colombia por su exitoso plan de “diseño de sonrisa” que han probado personajes de tal índole como Paulina Vega (Mis Universo 2015) o el mismísimo James Rodriguez. Así que cuando me dieron las tarifas de una primera revisión, me sorprendí de ser aun más baratas que las de Marlon Becerra.

Cuando llegué, tras contarles intencionadamente que me había ido fatal con Marlon, me pusieron un baberito ideal morado y me sentaron en la silla blanca impoluta frente a cientos de títulos y certificados del señor Christian en miles de países ( EEUU, Israel, Francia, España, Venezuela…) y sobre mi una pantalla Samsung incrustada en el techo para que, si quería, viera algo de televisión durante mis intervenciones.

Cuando llegó el Doctor, presumiendo que no era él, el importantísimo señor Christian Salazar, le dije a mi nuevo dentista “A éste señor Salazar le debe encantar viajar ¿Cierto?” y el dentista, con una sonrisa imperfecta pero preciosa, detrás de sus gafas redondas de moderno, me dijo cariñosamente “Lo que me gusta es aprender y debo confesarte una cosa, soy adicto al estudio sea donde sea”. Ahí ante mi, dejándome (literal) con la boca abierta y completamente a sus pies, el señor Christian Salazar, me daba una lección de humildad y seriedad mientras se acercaba a mi silla como si fuera yo otra Paulina Vega.

Antes de explorarme me contó todo lo que iba a hacerme, le conté, con vergüenza, que era española y no usaba hilo dental a diario, nos reímos un rato de los prejuicios de los países y la higiene y tras empezar a decir números en alto mientras veía mis dientes me dijo que no tenía tres sino una caries, pero que eran dos las muelas que debía quitarme y otra sí que debía empastarse, de blanqueamiento nada, pero una limpieza si que era recomendable.

A la semana me hizo un empaste y dos días después, una compañera suya una limpieza a fondo de todos mis dientes.
Y el viernes, ya sin poderlo retrasar más, me tocó el tema de las “cordales”. Christian ya me  había comentado que no sería él quien me quitaría las muelas, que el especialista era su compañero Rubén que era Doctor Cirujano Especialista, así que cuando me llamaron para reconfirmar la cita, me pidieron retrasarla medio día más puesto que el señor Doctor Rubén , llegaba justo de vacaciones ese día.

Llegué puntual a la cita, como viene siendo habitual tras dos deposiciones, siete whatsapps a mi madre y en ésta ocasión quince a Pablo para que me prometiera que iba a venir a buscarme inmediatamente para no volver sola a casa tras tremenda hazaña….

Y cuando entré en la sala, tras ponerme una camisa morada y  un gorrito morado  apareció el Doctor Rubén… Un venezolano guapísimo, morenazo (Venía el tío de Isla Margarita) y muy sonriente que se presentó directamente diciéndome “Tu debes ser Cristina ¿Verdad?” No se en qué momento me anestesiaron, o si fue que esta vez iba tan acojonada que me hubiera enamorado de cualquier persona que me tratara con dulzura y confianza, pero el caso es que el doctor Rubén, a pesar de haberme tenido que limar la primera muela a quitar con una radial, darme tres puntos, empujar con todas sus fuerzas y ponerme tres o cuatro veces la anestesia (siempre siempre anticipándome con ese tono dulce de Venezuela a cada paso con sus palabras) me pareció que me dejó perfecta y cuando alejó su silla del trono dentístico en señal de “he finalizado” solo se me ocurrió decirle ¿Yaaaa?.
Rubén me sonrió y me dijo, “nos vemos de hoy en ocho días”. Y así me quedé yo con media sonrisa (porque la otra parte de la cara la tenía dormida) el reemel corrido, con el supcionador de saliva de un lado y sangrando como un cerdito degollado, pero feliz.

Mientras él escribía mi historia en el ordenador de mi izquierda, hablábamos de sus vacaciones y demás… como podía, puesto que tenía media cara dormida y seguía presionando la gasa que me había dejado sobre el hueco de la muela superior. En ése momento,  escribí a Pablo para decirle que aunque estaba estupendamente porfi viniera ya, que había terminado media hora antes de lo previsto.

Su respuesta fue rápida e hizo que volviera a la realidad en un segundo “ Tía te estoy escuchando, no te callas ni cuando te sacan las muelas, claro que estoy aquí, esperándote”

Ahí estaba él con su traje y corbata, viniéndome a salvar de dentistas asesinos y malvados y yo quedando con un hombre venezolano para el jueves que viene… que aunque sea para quitarme los puntos, en ése momento, colocada y completamente zombie, me pareció hasta una pseudo cita jajaja.

Total, que he pasado un finde bastante bueno en general, con mimitos y cuidados de Pablete y Paquita, sin dormir demasiado bien y con tremendo flemón, que poco a poco va bajando hasta el jueves que viene, Rubén me quite los dos puntos de mi cordal inferior derecha….

Ais… No se qué ponerme jajaja.

lunes, 17 de abril de 2017

Mi amiga Carmen

El primer día en Guatemala, así de cero a cien, nos llevó al “Caserío de Canihá 1” donde gracias a CONI habían llegado cuatro ordenadores a su escuelita. “Las compus” que todos trataban con mucho mimo, tanto que hasta las mujeres habían cosido fundas a medida para CPU, pantalla y teclado, habían sido una auténtica revolución y la comunidad entusiasmada, en señal de agradecimiento, al llegar nosotros junto con el Señor Presidente de la ONG, nos agasajó con miles de platos de lo más exóticos que tuvimos que comernos sin rechistar. Platos tan “auténticos” como los “Jutes” que son caracoles de río en una salsa rara y negra de los que solo debes comerte la mitad porque la otra mitad es la caca pero que Pablo y yo nos enteramos cuando llevábamos cinco o seis por barba. (puaj)

El segundo día, tocaba la joya de la corona;  Chahilpec.

Chahilpec es una comunidad donde CONI está consiguiendo muchísimos avances. Los niños y profesores de la escuela (ayudados por CONI) a través de sus iniciativas, están consiguiendo involucrar a todos los miembros de su Comunidad.
La única casa de bloques de Hormigón de todo Chahilpec, es la tienda de chuches de la mujer del maestro que es a su vez su humilde hogar.

Su marido, el Señor William, ha estudiado magisterio con una beca de la Asociación y gracias a lo aprendido, se ha convertido en el Director de la escuela de su comunidad y padre orgulloso de dos niños.

Nada más llegar, tras recorrer varios caminos pedregosos y llenos de polvo,  William y su familia salieron a saludarnos con la mejor de sus sonrisas y sus trajes de domingo.

Todos abrazaban con cariño “familiar” a Alex y estaban felices de por fin conocer a alguien de su familia.

La hija de William, Yesenia, con su vestido rosa y su lazo rosa trenzado en su larga melena recién lavada, miraba con timidez hacia Pablo y sonreía cada vez que le decía Alejandro que era su hermano gemelo.

Dos blanquitos, en la puerta de una comunidad en medio de la nada de Guatemala ya es algo extraño, pero encima que sean tan parecidos debe ser como encontrarse dos chinos gemelos en Viana do Bolo en pleno invierno…

De repente, entre besos abrazos y risas familiares,  del camino que subía hacia la Escuela y demás casas, apareció una niña sonriente que iba acercándose a nosotros.

Andaba sin preocupación, dando pasos largos con las piernas separadas como queriendo comerse el mundo. Sus zancadas alegres, hacían que su cuerpo se balanceara de un lado a otro mientras sus brazos acompañaban su vaivén.

Su pelo negro azabache estaba bastante despeinado y lleno de tierra, como casi todo en aquel lugar. Y a pesar de estar recogido, varios mechones sin orden ni concierto, iban tapándole de vez en cuando la cara, motivados por los brincos de su alegre caminar.

La niña era flaquita, de lejos calculé que por su estatura, no tendría más de ocho años y su piel, entre sucia y curtida por el sol, era casi tan oscura como su pelo azabache.

A medida que se iba acercando Carmen, que así se llamaba, iba contagiándonos de alegría con su agilidad entre las rocas. A veces parecía “Mogli” del libro de la selva sorteando piedras y otras veces parecía un gran gorila acercándose a nosotros dando pisotones a palos y agujeros en el camino que le hacían perder el equilibrio.

Cuando pudo ver a Alex, sus ojos llenos de legañas se abrieron de par en par dejándonos ver cómo brillaban de emoción y su amplia sonrisa nos mostró su boca desdentada y grandes encías, mientras que con la mano izquierda, llena de porquería, empezó a saludarnos si soltar una moneda de un Quetzal para comprarse unos nachos en la tienda de la mujer de William.

A pocos metros de nosotros, Carmen emocionada empezó a gritar “ Hola Alex, Hola Alex” sin parar y ya estando a nuestro lado, se quedó completamente bloqueada,  sin saber si echarse a los brazos de Pablo o de su “Doble” Alejandro.

Los niños de William dieron un pasito para atrás y Carmen, apretando su Quetzal con fuerza, sin utilizar la otra mano, intentó quitarse el pelo que le cubría la cara como si eso le ayudara a descifrar quien era el nuevo y el viejo Alex  y mientras se sentaba en el bordillo del porche de la casa del Maestro.

Fue entonces cuando me di cuenta de todo. Carmen, la sonriente niña que nos vino a recibir era una niña especial, una niña de las que mi madre dice que se tienen que llamarse “Personas con necesidades especiales de atención”, lo que comúnmente se llama “discapacidad intelectual”.

Ante su cara de no enterarse de quien era quien y en el fondo darle un poco igual, me senté a su lado y sin saber aun si entendía español o sólo hablaba Quekchi me presenté y le dije quién era Alex en realidad.

Pasó completamente de mi explicación y fue a saludar a todo el mundo, alegre, sonriente y cual buena anfitriona dejándose besar y abrazar por la comitiva de voluntarios que iba con nosotros y que ella conocía más que de sobra.

Se movía con alegría y tranquilidad, como sabiéndose en su terreno y tras los saludos protocolarios se dirigió a la ventanita donde ya estaba la mujer de William y se pidió sus nachos de rigor soltando el preciado Quetzal que llevaba en su mano apretada.

Nos dimos la mano en ese momento y junto con todo el grupo, comenzamos a subir la cuesta que unía el camino principal con el “poblado” en si.

Carmen, que aunque le costaba pronunciar hablaba perfecto español y quekchi, me explicó dónde vivía, con su madre, sus hermanos y su abuela;  me contó que los Nachos era su comida preferida; que ella no iba al cole pero que ayudaba a su madre con las gallinas y en el campo.

También me contó que le gustaba bailar con los otros niños, jugar y las pelotas de voleybol, pero a medida que íbamos encontrándonos niños de su edad, yo me daba cuenta de que algo no estaba bien.

El profe William, a pesar de ser Semana Santa, había organizado un campeonato de Voleybol en honor a los hermanos Sebastián y a pesar de no haber colegio, había convocado a los niños de la comunidad para que no se perdieran tan importante cita, así que en la pradera central de la Comunidad, habían instalado una red y docenas de niños corrían de un lado a otro mientras nosotros pasábamos en comitiva a dejar las mochilas dentro del aula principal de la Escuela.

Todos íbamos en fila, delante William y de últimas, Carmen y yo dando salititos.

Todos los niños nos saludaban, pero pocos se dirigían a ella y cuando Carmen se acercaba conmigo (sin soltar nunca mi mano) a los grupos de niñas que jugaban en corritos, los grupitos se deshacían inesperadamente, mirándome con sonrisas tímidas.

Nadie quería estar muy cerca de ella, pero Carmen, entre acostumbrada, resignada y ya pasota, iba tirando de mi mano sonriendo con el pelo enmarañado en la cara.

A lo largo del día, Carmen iba y venía de la mano de alguien, si no era un voluntario era Pablo y si no era Pablo era yo quien estaba a su lado.

Tras una hora de rondas de equipos jugando, por fin le tocó a nuestro. Los niños del “Real Sanchez Barcelona” (Mi equipo) no quisieron hacerse la foto oficial que iban haciéndose todos para el recuerdo. Enfadados, me dijeron que no querían salir en cámara con “Eso” (refiriéndose a Carmen) y tras un momento tenso entre ellos y un par de voluntarios y yo, accedieron a regañadientes a posar.

Cuando nos echamos al campo, Carmen sin saber en qué comento y cómo, desapareció.

Mi amiga, no volvió a dejarse ver en todo el día, y mientras esperaba a la segunda ronda tras una victoria aplastante en el primer encuentro, la vi a lo lejos en su parcelita junto a una señora mayor que presumí era su abuela.

El Real Sánchez Barcelona arrasó en la final tras unas cuantas trampas y riñas con el equipo contrario y para celebrar la victoria, el Profe William, repartió helados entre los vencedores.

La Junta Educativa trajo tortillas, Bachá y el tradicional recado tiú de Cobán (vamos, pollo con salsa de tomate) para los invitados de CONI y tras volver a comer en casa de William, ya despidiéndonos en el camino principal a lo lejos volví a divisar a mi amiga Carmen con su peculiar y alegre caminar de la mano de una señora de tradicional vestimenta. 

Sabiendo que teníamos prisa, pero que no podía irme sin despedirme, sin importarme las formas, grité con todas mis fuerzas “Adiós Carmen” y ella desde la cima de la colina por la que cruzaba el camino se dio la vuelta y con su amplia sonrisa gritó “Adiós amiga” y sin parar de mover la mano comenzó a andar hacia atrás mirándonos y alejándose a la vez mientras se tropezaba con las piedras.

Fue nuestra despedida especial.

Pero desde ese momento no he parado de pensar en ella, en su integración, su desarrollo, su relación con la comunidad, sus dificultades y ventajas de vivir en un lugar tan cerrado y pequeñito y sobre todo en su amplia sonrisa y ganas de abrazar.


PD: Pablo dice que se me olvida describir mucha cosa, seguro que tiene razón, pero estoy cansadisima y tenía ganas de contaroslo tan pronto llegara.