lunes, 17 de abril de 2017

Mi amiga Carmen

El primer día en Guatemala, así de cero a cien, nos llevó al “Caserío de Canihá 1” donde gracias a CONI habían llegado cuatro ordenadores a su escuelita. “Las compus” que todos trataban con mucho mimo, tanto que hasta las mujeres habían cosido fundas a medida para CPU, pantalla y teclado, habían sido una auténtica revolución y la comunidad entusiasmada, en señal de agradecimiento, al llegar nosotros junto con el Señor Presidente de la ONG, nos agasajó con miles de platos de lo más exóticos que tuvimos que comernos sin rechistar. Platos tan “auténticos” como los “Jutes” que son caracoles de río en una salsa rara y negra de los que solo debes comerte la mitad porque la otra mitad es la caca pero que Pablo y yo nos enteramos cuando llevábamos cinco o seis por barba. (puaj)

El segundo día, tocaba la joya de la corona;  Chahilpec.

Chahilpec es una comunidad donde CONI está consiguiendo muchísimos avances. Los niños y profesores de la escuela (ayudados por CONI) a través de sus iniciativas, están consiguiendo involucrar a todos los miembros de su Comunidad.
La única casa de bloques de Hormigón de todo Chahilpec, es la tienda de chuches de la mujer del maestro que es a su vez su humilde hogar.

Su marido, el Señor William, ha estudiado magisterio con una beca de la Asociación y gracias a lo aprendido, se ha convertido en el Director de la escuela de su comunidad y padre orgulloso de dos niños.

Nada más llegar, tras recorrer varios caminos pedregosos y llenos de polvo,  William y su familia salieron a saludarnos con la mejor de sus sonrisas y sus trajes de domingo.

Todos abrazaban con cariño “familiar” a Alex y estaban felices de por fin conocer a alguien de su familia.

La hija de William, Yesenia, con su vestido rosa y su lazo rosa trenzado en su larga melena recién lavada, miraba con timidez hacia Pablo y sonreía cada vez que le decía Alejandro que era su hermano gemelo.

Dos blanquitos, en la puerta de una comunidad en medio de la nada de Guatemala ya es algo extraño, pero encima que sean tan parecidos debe ser como encontrarse dos chinos gemelos en Viana do Bolo en pleno invierno…

De repente, entre besos abrazos y risas familiares,  del camino que subía hacia la Escuela y demás casas, apareció una niña sonriente que iba acercándose a nosotros.

Andaba sin preocupación, dando pasos largos con las piernas separadas como queriendo comerse el mundo. Sus zancadas alegres, hacían que su cuerpo se balanceara de un lado a otro mientras sus brazos acompañaban su vaivén.

Su pelo negro azabache estaba bastante despeinado y lleno de tierra, como casi todo en aquel lugar. Y a pesar de estar recogido, varios mechones sin orden ni concierto, iban tapándole de vez en cuando la cara, motivados por los brincos de su alegre caminar.

La niña era flaquita, de lejos calculé que por su estatura, no tendría más de ocho años y su piel, entre sucia y curtida por el sol, era casi tan oscura como su pelo azabache.

A medida que se iba acercando Carmen, que así se llamaba, iba contagiándonos de alegría con su agilidad entre las rocas. A veces parecía “Mogli” del libro de la selva sorteando piedras y otras veces parecía un gran gorila acercándose a nosotros dando pisotones a palos y agujeros en el camino que le hacían perder el equilibrio.

Cuando pudo ver a Alex, sus ojos llenos de legañas se abrieron de par en par dejándonos ver cómo brillaban de emoción y su amplia sonrisa nos mostró su boca desdentada y grandes encías, mientras que con la mano izquierda, llena de porquería, empezó a saludarnos si soltar una moneda de un Quetzal para comprarse unos nachos en la tienda de la mujer de William.

A pocos metros de nosotros, Carmen emocionada empezó a gritar “ Hola Alex, Hola Alex” sin parar y ya estando a nuestro lado, se quedó completamente bloqueada,  sin saber si echarse a los brazos de Pablo o de su “Doble” Alejandro.

Los niños de William dieron un pasito para atrás y Carmen, apretando su Quetzal con fuerza, sin utilizar la otra mano, intentó quitarse el pelo que le cubría la cara como si eso le ayudara a descifrar quien era el nuevo y el viejo Alex  y mientras se sentaba en el bordillo del porche de la casa del Maestro.

Fue entonces cuando me di cuenta de todo. Carmen, la sonriente niña que nos vino a recibir era una niña especial, una niña de las que mi madre dice que se tienen que llamarse “Personas con necesidades especiales de atención”, lo que comúnmente se llama “discapacidad intelectual”.

Ante su cara de no enterarse de quien era quien y en el fondo darle un poco igual, me senté a su lado y sin saber aun si entendía español o sólo hablaba Quekchi me presenté y le dije quién era Alex en realidad.

Pasó completamente de mi explicación y fue a saludar a todo el mundo, alegre, sonriente y cual buena anfitriona dejándose besar y abrazar por la comitiva de voluntarios que iba con nosotros y que ella conocía más que de sobra.

Se movía con alegría y tranquilidad, como sabiéndose en su terreno y tras los saludos protocolarios se dirigió a la ventanita donde ya estaba la mujer de William y se pidió sus nachos de rigor soltando el preciado Quetzal que llevaba en su mano apretada.

Nos dimos la mano en ese momento y junto con todo el grupo, comenzamos a subir la cuesta que unía el camino principal con el “poblado” en si.

Carmen, que aunque le costaba pronunciar hablaba perfecto español y quekchi, me explicó dónde vivía, con su madre, sus hermanos y su abuela;  me contó que los Nachos era su comida preferida; que ella no iba al cole pero que ayudaba a su madre con las gallinas y en el campo.

También me contó que le gustaba bailar con los otros niños, jugar y las pelotas de voleybol, pero a medida que íbamos encontrándonos niños de su edad, yo me daba cuenta de que algo no estaba bien.

El profe William, a pesar de ser Semana Santa, había organizado un campeonato de Voleybol en honor a los hermanos Sebastián y a pesar de no haber colegio, había convocado a los niños de la comunidad para que no se perdieran tan importante cita, así que en la pradera central de la Comunidad, habían instalado una red y docenas de niños corrían de un lado a otro mientras nosotros pasábamos en comitiva a dejar las mochilas dentro del aula principal de la Escuela.

Todos íbamos en fila, delante William y de últimas, Carmen y yo dando salititos.

Todos los niños nos saludaban, pero pocos se dirigían a ella y cuando Carmen se acercaba conmigo (sin soltar nunca mi mano) a los grupos de niñas que jugaban en corritos, los grupitos se deshacían inesperadamente, mirándome con sonrisas tímidas.

Nadie quería estar muy cerca de ella, pero Carmen, entre acostumbrada, resignada y ya pasota, iba tirando de mi mano sonriendo con el pelo enmarañado en la cara.

A lo largo del día, Carmen iba y venía de la mano de alguien, si no era un voluntario era Pablo y si no era Pablo era yo quien estaba a su lado.

Tras una hora de rondas de equipos jugando, por fin le tocó a nuestro. Los niños del “Real Sanchez Barcelona” (Mi equipo) no quisieron hacerse la foto oficial que iban haciéndose todos para el recuerdo. Enfadados, me dijeron que no querían salir en cámara con “Eso” (refiriéndose a Carmen) y tras un momento tenso entre ellos y un par de voluntarios y yo, accedieron a regañadientes a posar.

Cuando nos echamos al campo, Carmen sin saber en qué comento y cómo, desapareció.

Mi amiga, no volvió a dejarse ver en todo el día, y mientras esperaba a la segunda ronda tras una victoria aplastante en el primer encuentro, la vi a lo lejos en su parcelita junto a una señora mayor que presumí era su abuela.

El Real Sánchez Barcelona arrasó en la final tras unas cuantas trampas y riñas con el equipo contrario y para celebrar la victoria, el Profe William, repartió helados entre los vencedores.

La Junta Educativa trajo tortillas, Bachá y el tradicional recado tiú de Cobán (vamos, pollo con salsa de tomate) para los invitados de CONI y tras volver a comer en casa de William, ya despidiéndonos en el camino principal a lo lejos volví a divisar a mi amiga Carmen con su peculiar y alegre caminar de la mano de una señora de tradicional vestimenta. 

Sabiendo que teníamos prisa, pero que no podía irme sin despedirme, sin importarme las formas, grité con todas mis fuerzas “Adiós Carmen” y ella desde la cima de la colina por la que cruzaba el camino se dio la vuelta y con su amplia sonrisa gritó “Adiós amiga” y sin parar de mover la mano comenzó a andar hacia atrás mirándonos y alejándose a la vez mientras se tropezaba con las piedras.

Fue nuestra despedida especial.

Pero desde ese momento no he parado de pensar en ella, en su integración, su desarrollo, su relación con la comunidad, sus dificultades y ventajas de vivir en un lugar tan cerrado y pequeñito y sobre todo en su amplia sonrisa y ganas de abrazar.


PD: Pablo dice que se me olvida describir mucha cosa, seguro que tiene razón, pero estoy cansadisima y tenía ganas de contaroslo tan pronto llegara.

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