El primer día en Guatemala, así de cero a cien, nos llevó al “Caserío de
Canihá 1” donde gracias a CONI habían llegado cuatro ordenadores a su
escuelita. “Las compus” que todos trataban con mucho mimo, tanto que hasta las
mujeres habían cosido fundas a medida para CPU, pantalla y teclado, habían sido
una auténtica revolución y la comunidad entusiasmada, en señal de
agradecimiento, al llegar nosotros junto con el Señor Presidente de la ONG, nos
agasajó con miles de platos de lo más exóticos que tuvimos que comernos sin
rechistar. Platos tan “auténticos” como los “Jutes” que son caracoles de río en
una salsa rara y negra de los que solo debes comerte la mitad porque la otra mitad
es la caca pero que Pablo y yo nos enteramos cuando llevábamos cinco o seis por
barba. (puaj)
El segundo día, tocaba la joya de la corona; Chahilpec.
Chahilpec es una comunidad donde CONI está consiguiendo
muchísimos avances. Los niños y profesores de la escuela (ayudados por CONI) a
través de sus iniciativas, están consiguiendo involucrar a todos los miembros
de su Comunidad.
La única casa de bloques de Hormigón de todo Chahilpec, es
la tienda de chuches de la mujer del maestro que es a su vez su humilde hogar.
Su marido, el Señor William, ha estudiado magisterio con una
beca de la Asociación y gracias a lo aprendido, se ha convertido en el Director
de la escuela de su comunidad y padre orgulloso de dos niños.
Nada más llegar, tras recorrer varios caminos pedregosos y
llenos de polvo, William y su familia
salieron a saludarnos con la mejor de sus sonrisas y sus trajes de domingo.
Todos abrazaban con cariño “familiar” a Alex y estaban
felices de por fin conocer a alguien de su familia.
La hija de William, Yesenia, con su vestido rosa y su lazo
rosa trenzado en su larga melena recién lavada, miraba con timidez hacia Pablo
y sonreía cada vez que le decía Alejandro que era su hermano gemelo.
Dos blanquitos, en la puerta de una comunidad en medio de la
nada de Guatemala ya es algo extraño, pero encima que sean tan parecidos debe
ser como encontrarse dos chinos gemelos en Viana do Bolo en pleno invierno…
De repente, entre besos abrazos y risas familiares, del camino que subía hacia la Escuela y demás
casas, apareció una niña sonriente que iba acercándose a nosotros.
Andaba sin preocupación, dando pasos largos con las piernas
separadas como queriendo comerse el mundo. Sus zancadas alegres, hacían que su
cuerpo se balanceara de un lado a otro mientras sus brazos acompañaban su
vaivén.
Su pelo negro azabache estaba bastante despeinado y lleno de
tierra, como casi todo en aquel lugar. Y a pesar de estar recogido, varios
mechones sin orden ni concierto, iban tapándole de vez en cuando la cara,
motivados por los brincos de su alegre caminar.
La niña era flaquita, de lejos calculé que por su estatura,
no tendría más de ocho años y su piel, entre sucia y curtida por el sol, era
casi tan oscura como su pelo azabache.
A medida que se iba acercando Carmen, que así se llamaba,
iba contagiándonos de alegría con su agilidad entre las rocas. A veces parecía
“Mogli” del libro de la selva sorteando piedras y otras veces parecía un gran
gorila acercándose a nosotros dando pisotones a palos y agujeros en el camino
que le hacían perder el equilibrio.
Cuando pudo ver a Alex, sus ojos llenos de legañas se
abrieron de par en par dejándonos ver cómo brillaban de emoción y su amplia
sonrisa nos mostró su boca desdentada y grandes encías, mientras que con la
mano izquierda, llena de porquería, empezó a saludarnos si soltar una moneda de
un Quetzal para comprarse unos nachos en la tienda de la mujer de William.
A pocos metros de nosotros, Carmen emocionada empezó a
gritar “ Hola Alex, Hola Alex” sin parar y ya estando a nuestro lado, se quedó
completamente bloqueada, sin saber si
echarse a los brazos de Pablo o de su “Doble” Alejandro.
Los niños de William dieron un pasito para atrás y Carmen,
apretando su Quetzal con fuerza, sin utilizar la otra mano, intentó quitarse el
pelo que le cubría la cara como si eso le ayudara a descifrar quien era el
nuevo y el viejo Alex y mientras se
sentaba en el bordillo del porche de la casa del Maestro.
Fue entonces cuando me di cuenta de todo. Carmen, la
sonriente niña que nos vino a recibir era una niña especial, una niña de las
que mi madre dice que se tienen que llamarse “Personas con necesidades
especiales de atención”, lo que comúnmente se llama “discapacidad intelectual”.
Ante su cara de no enterarse de quien era quien y en el
fondo darle un poco igual, me senté a su lado y sin saber aun si entendía
español o sólo hablaba Quekchi me presenté y le dije quién era Alex en
realidad.
Pasó completamente de mi explicación y fue a saludar a todo
el mundo, alegre, sonriente y cual buena anfitriona dejándose besar y abrazar
por la comitiva de voluntarios que iba con nosotros y que ella conocía más que
de sobra.
Se movía con alegría y tranquilidad, como sabiéndose en su
terreno y tras los saludos protocolarios se dirigió a la ventanita donde ya
estaba la mujer de William y se pidió sus nachos de rigor soltando el preciado
Quetzal que llevaba en su mano apretada.
Nos dimos la mano en ese momento y junto con todo el grupo,
comenzamos a subir la cuesta que unía el camino principal con el “poblado” en
si.
Carmen, que aunque le costaba pronunciar hablaba perfecto
español y quekchi, me explicó dónde vivía, con su madre, sus hermanos y su
abuela; me contó que los Nachos era su
comida preferida; que ella no iba al cole pero que ayudaba a su madre con las
gallinas y en el campo.
También me contó que le gustaba bailar con los otros niños,
jugar y las pelotas de voleybol, pero a medida que íbamos encontrándonos niños de
su edad, yo me daba cuenta de que algo no estaba bien.
El profe William, a pesar de ser Semana Santa, había
organizado un campeonato de Voleybol en honor a los hermanos Sebastián y a
pesar de no haber colegio, había convocado a los niños de la comunidad para que
no se perdieran tan importante cita, así que en la pradera central de la
Comunidad, habían instalado una red y docenas de niños corrían de un lado a
otro mientras nosotros pasábamos en comitiva a dejar las mochilas dentro del
aula principal de la Escuela.
Todos íbamos en fila, delante William y de últimas, Carmen y
yo dando salititos.
Todos los niños nos saludaban, pero pocos se dirigían a ella
y cuando Carmen se acercaba conmigo (sin soltar nunca mi mano) a los grupos de
niñas que jugaban en corritos, los grupitos se deshacían inesperadamente,
mirándome con sonrisas tímidas.
Nadie quería estar muy cerca de ella, pero Carmen, entre
acostumbrada, resignada y ya pasota, iba tirando de mi mano sonriendo con el
pelo enmarañado en la cara.
A lo largo del día, Carmen iba y venía de la mano de
alguien, si no era un voluntario era Pablo y si no era Pablo era yo quien
estaba a su lado.
Tras una hora de rondas de equipos jugando, por fin le tocó
a nuestro. Los niños del “Real Sanchez Barcelona” (Mi equipo) no quisieron
hacerse la foto oficial que iban haciéndose todos para el recuerdo. Enfadados,
me dijeron que no querían salir en cámara con “Eso” (refiriéndose a Carmen) y
tras un momento tenso entre ellos y un par de voluntarios y yo, accedieron a
regañadientes a posar.
Cuando nos echamos al campo, Carmen sin saber en qué comento
y cómo, desapareció.
Mi amiga, no volvió a dejarse ver en todo el día, y mientras
esperaba a la segunda ronda tras una victoria aplastante en el primer
encuentro, la vi a lo lejos en su parcelita junto a una señora mayor que
presumí era su abuela.
El Real Sánchez Barcelona arrasó en la final tras unas
cuantas trampas y riñas con el equipo contrario y para celebrar la victoria, el
Profe William, repartió helados entre los vencedores.
La Junta Educativa trajo tortillas, Bachá y el tradicional
recado tiú de Cobán (vamos, pollo con salsa de tomate) para los invitados de
CONI y tras volver a comer en casa de William, ya despidiéndonos en el camino
principal a lo lejos volví a divisar a mi amiga Carmen con su peculiar y alegre
caminar de la mano de una señora de tradicional vestimenta.
Sabiendo que teníamos prisa, pero que no podía irme sin
despedirme, sin importarme las formas, grité con todas mis fuerzas “Adiós
Carmen” y ella desde la cima de la colina por la que cruzaba el camino se dio
la vuelta y con su amplia sonrisa gritó “Adiós amiga” y sin parar de mover la
mano comenzó a andar hacia atrás mirándonos y alejándose a la vez mientras se
tropezaba con las piedras.
Fue nuestra despedida especial.
Pero desde ese momento no he parado de pensar en ella, en su
integración, su desarrollo, su relación con la comunidad, sus dificultades y
ventajas de vivir en un lugar tan cerrado y pequeñito y sobre todo en su amplia
sonrisa y ganas de abrazar.
PD: Pablo dice que se me olvida describir mucha cosa, seguro
que tiene razón, pero estoy cansadisima y tenía ganas de contaroslo tan pronto
llegara.
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