La primera vez que pisé una selva fue con mi tía Chilis, en El Castillo, al final del río San Juan en Nicaragua una Semana Santa.
De eso hace siete u ocho años, pero os prometo, que lo recuerdo como si fuera ayer.
Cada paso que dábamos, cada cosa que nos contaba nuestro guía Óscar sobre plantas, bichos, lluvias y sequías, a las dos nos proporcionaba más ilusión y al finalizar nuestra excursión, como si le debiera mi propia vida por haber conocido el mayor de los descubrimientos del ser humano, cuando llegábamos al hotel de vuelta, de tanto agradecimiento que sentí me avalancé sobre el guía y le di un abrazo de esos que salen desde dentro de verdad.
Ellos dos, aquel húmedo día de abril, me descubrieron un mundo que cada vez que vuelvo a él me regala esa misma sensación.
Algo especial que me envuelve y me hace sentir tan parte de un todo que no puedo controlar que me engancha y sólo quiero repetir y compartirlo con la gente que quiero. Llevé a mi madre en cuanto pude, a Pablo hace poco para que lo pudiera apreciar y por eso cuando hace más de seis meses, cuando hablando en la piscina a las afueras de la capital colombiana me hablaron de la posibilidad de viajar a Inírida y poder subir los cerros de Mavecure no lo dudé un momento, cueste lo que cueste, tenía que ir allí.
Así que tras varias investigaciones y presupuestos en diferentes agencias de viajes, permisos en mi empresa (ya que la zona no es la más segura que hay en Colombia para alguien que trabaja en una Agencia Internacional de Noticias) y croquis de calendarios, éste fin de semana me uní a cinco hombretones (sin Pablo que no pudo cogerse el viernes) y nos fuimos a recorrer el Inírida, el Orinoco y subir el Cerro Periquito conviviendo unos días en comunidades de indígenas Puinabes y Curripacos.
No centraré mi historia en la pájara que sufrí subiendo el cerro a 35 grados al sol y 85% de humedad, ni cómo me puse a llorar cuando a cuatro patas intentaba hacer cumbre agarrada del hombro de nuestro guía “el flaco” que no entendía mi rabia, ni como una mujer se llamaba a si misma entre hipos de llanto “Puta Gorda” y se enfadaba cuando le decían hermosa porque no podía con su alma.
Tampoco cómo vomité nada más llegar arriba las dos galletas Oreo que me habían dado a la mitad del ascenso a la sombra de un árbol lleno de hormigas mordedoras mientras imaginaba llorando el enfado que se hubieran pillado mi madre y Pablo si me vieran en esa situación, ni cómo al llegar arriba, observando kilómetros y kilómetros de selva, ya más tranquila pude recuperarme y ver las mejores vistas de mi vida con la brisa mas limpia que nunca he podido respirar.
Me centraré en lo que pasó después, en la comunidad del Venado, a 5 minutos en bote desde la base de nuestra cima, a las orillas del río Inírida y lo que ha sido nuestro “campamento base” durante éste fin de semana.
Nos alojamos en la casa del señor Radamel, que gracias a un convenio con el Ministerio de Cultura y la Agencia de Puerto Inírida “Toninas Tour” acepta desde hace pocos meses, que gringos como nosotros convivan con él, sus cuatro hijos y su mujer durante unos días mientras conocen el área y duermen en hamacas en la maloca principal de su propia parcela.
Radamel es un líder dentro de su comunidad, lo que él gana por acogernos tiene que repartirlo entre todos, pero a pesar de éste reparto, Radamel es algo más rico que los demás y además de una cocina de gas, Radamel tiene también Direct TV (TV por satélite) y una tele algo vieja que enciende de 6 a 8 para que sus visitantes y sus niñas puedan disfrutarla, y por qué no decirlo, para fardar un poco ante sus vecinos que se asoman por la ventana si lo que “echan” está bien.
Aquél sábado, como de costumbre, para agasajar a sus huéspedes en una zona tan apartada del mundo como su pueblo donde no llega ni Movistar, nos reunió frente a su televisión y ordenó a su hijo Christian que “prendiera el televisor”. Yo jugaba en una esquina con sus hijas Dayana y Jenni a hacernos dibujos imaginarios en los brazos y peinarnos como princesas y algunos de mis amigos seguían el rollo al señor Radamel y le agradecían el gesto de cortesía de encender la televisión.
Eran las 18.30 y el informativo de Caracol, abría su edición de sábado con una noticia de impacto : Atentado en el Centro Comercial Andino.
Al oir las primeras palabras de la presentadora el corazón se me apretó y todo el cuerpo se me quedó en tensión por mil quinientas razones.
La primera y principal, que casi no me dejaba respirar era Pablo, sabía que tenía que ir ese mismo día a por unas camisas al mismo centro comercial, que me jugaba lo que fuera que no había ido por la mañana porque me había prometido que iba a dormir hasta las mil y la hora de la explosión era probable que estuviera por allí.
La segunda razón, la que no me dejaba parar de apretar las muelas, era que mi cámara estaba de viaje y no sabía a quién habrían mandado, si habían mandado a alguien y si habían conseguido emitir algo.
Y la tercera, que no me dejaba tragar saliva, era que estaba incomunicada, a mas de cuatro horas de cualquier civilización y que para más inri, tenía prohibido terminantemente por mi abogado, decir que me dedicaba a las noticias en una zona donde la guerrilla se esconde “detrás de cualquier matojo” Pero, yo tenía que intentar conseguir por todos los medios comunicarme con Bogotá.
Al verme así desencajada una vez más, el flaco, nuestro guía, me contó que podíamos pedirle al maestro de escuela, que nos abriera el aula y nos activara el Kiosco Vive Digital. Pero que tal vez siendo tan tarde (en Colombia a las 17.45 es de noche) ya no funcionaba la tecnología.
(Paréntesis y punto informativo del texto) Los Kioscos Vive Digital, son puntos de Internet y telefonía satelital que desde el 2013, el Ministerio de Tecnologías de la Información, bajo el mandato de Santos, ha instalado en cada comunidad de más de 100 habitantes. Los Kioscos Vive Digital están en todas partes y han ayudado a mejorar la vida de millones de personas que hasta ahora no podían comunicarse bajo ninguna condición.
El Gobierno proporciona la tecnología, hace partícipes a las comunidades que eligen una figura dentro de su estructura social para que lo gestione poniendo un precio y unas condiciones de acceso para regular su uso y controla periódicamente que funcione y sea respetado por todos.
El caso es que en Venado, el profesor Jimmy, era el encargado del kiosco, que estaba en el aula de la escuela donde el MinTic (como se llama al Ministerio de Tecnologías de la Información) había dejado también varios portátiles para que los niños aprendieran con ellos y sorprendentemente, los sábados mientras algunos acudían a la Iglesia, sobre las siete, Jimmy se acercaba por el aula para ver si alguien tenía alguna urgencia y necesitaba llamar.
Dayana, la hija de seis años del señor Radamel se ofreció a acompañarme y juntas, bajo la luz de mi linterna nos adentramos hacia las calles más cerca de la oscura selva. Por el camino, de la mano y siguiendo la luz de mi linterna para no pisar charcos, Dayana y yo hablamos de mis sobrinos, mis primos y mis abuelos comparándolos con los suyos y buscando cosas similares a pesar de nuestros mundos distintos, intentando por mi parte que mi preocupación por Pablo disminuyera.
Al llegar a la puerta del Kiosco Vive Digital, varios paisanos nos saludaron con una sonrisa que fue correspondida, y cuando nos encontramos con Jimmy, le conté con algo de exageración, mi preocupación por mi esposo y el tema del atentado, no dudó ni un segundo en colarme al aula y dejarme incluso conectarme al wifi. La gente de la selva, desgraciadamente, sabe lo que es la incertidumbre de las guerras y actos atroces, y poder ayudar a alguien tan diferente en una situación que ellos sienten tan familiar, hizo que mientras Jimmy marcaba el teléfono de Pablo varios paisanos se adentraran en el aula para escuchar mi conversación.
Pablo lo cogió enseguida y con su tranquilidad característica, me explicó que se había quedado viendo un poquito más de Narcos en casa y eso le había salvado de haber ido a por las camisas que estaban en el mismo piso de la explosión y que había podido hablar con varios amigos y todos estaban bien.
Hice el signo de Ok con el dedo mientras le escuchaba y sonreía a la vez mirando hacia los diez curripacos de oscura piel y ojos rasgados que me miraban atentamente en busca de una respuesta desde la puerta. Todos celebraron la respuesta.
Inmediatamente le pedí a Jimmy que me marcara otro teléfono (el del trabajo) para poder comprobar que todo estaba OK intentando que los paisanos que seguían mirándome desde la puerta no intuyeran que era periodista para que sus colegas de la selva (los del ELN) supieran nada de una periodista en el pueblo.
Diana, de Producción me cogió el teléfono nerviosa.
-¿Dianita cómo estás, estás en el sitio? Le pregunté con disimulo.
Ella que andaba a mil coordinando cámaras y al principio no entendía nada, pero poco a poco mientras le preguntaba si sabía si los “niños habían podido ir a trabajar” o si habían podido “darle el regalo por el día del padre a los de la oficina” (traducido: Si se habían emitido las imágenes) pudimos comunicarnos más o menos…
Mientras Jimmy me iba poniendo wifi en el teléfono…
Mientras Jimmy me iba poniendo wifi en el teléfono…
Colgué aliviada, y sintiendo que tenía el deber para con la comunidad, les conté que mi esposo estaba bien y todos sonriendo sin decir nada abandonaron la sala sabiendo que esta noche no había nada más que contar.
(Es en éste momento cuando escribí en varios grupos que estábamos bien)
Rápidamente Jimmy apagó la energía y yo dando saltitos, volví a la casa de Radamel como si tal cosa saludando a un grupo de señoras que desde una puerta miraban extrañadas al ver a una blanquita dando saltitos entre las anegadas calles.
Al llegar, feliz por mi alivio de saber que estaba todo bien, la mujer de Radamel me miró con cara de asesina y me preguntó por Dayana.
Caí de mi nube de sopetón¡Me la había olvidado en el otro lado de la comunidad!
Y Juzgando por la cara de esa señora, eso no era nada bueno…
Corriendo, me apresuré ya sin encender la linterna hacia la clase del Kiosco, salté charcos, pasé por delante de las señoras de antes dando grandes zancadas y justo ahí, en ese mismo lugar zas! Me caí de culo en el barro. Me levanté rápidamente, el fango había amortiguado la caída, y empapada de pies a cabeza de barro negro, seguí corriendo mientras oía sus risas a lo lejos.
Llegué hasta el Kiosco Vive digital llena de barro pero allí tampoco estaba Dayana. Empecé a llamarla a voz en grito y corriendo me acerqué a la iglesia donde había otro grupito de viejos.
Señores, ¿han visto ustedes a Dayana, la hija de Radamel? Pero los señores de avanzada edad no hablaban español, sólo su dialecto y no pudieron entenderme, volví hacia las señoras que aun seguían riéndose de mi culetazo y pregunté ¿Han visto a Dayana?
Una de ellas me señaló hacia la casa de Radamel y hablando como “los indios” me dijo "con Jimmy a casa".
Entendí que el profesor, había hecho lo que yo había olvidado, dejar a la niña en su casa, y cuando llegué de barro hasta las cejas a lo que ese día también era mi hogar, frente a la televisión viendo Monster S.A estaba Dayana, con todos sus hermanos que al verme llena de barro, volvieron a reírse de mi.
Le pedí disculpas a la señora de nuevo, y cogiendo agua del recipiente de agua de lluvia volví a “ducharme” en medio de gallinas con un cubo pequeño, perros y mosquitos a mi alrededor pensando, que Pablo al menos estaba bien.
Esa noche, en mi hamaca con mosquitera soñé que mi amiga Sara venía en una lancha motora a traerme un teléfono móvil para llamar a Pablo. Supongo que entre sueños me entró la morriña que con los míos y en mi mundo, todo es más fácil.