El miércoles, en mi jueves culinario adelantado para celebrar mi aniversario con Pablo pero con Diana, y tras tres días horribles, le pedí a Diana si me acompañaba el finde a hacer alguna excursión, algo de campo que nos pudiera proporcionar el oxígeno que necesitábamos.
Así que un destino llevó a otro, otro al otro y lo que iba a ser plan de domingo mañanero terminó siendo una excursión de fin de semana a la laguna de Tota en medio del Departamento de Boyacá (De donde es Nairo Quintana el ciclista) a 3.100 metros de altura.
Tras unas horas de investigación internauta, decidimos que lo haríamos a la “colombiana”, irnos en “flota”. (En autobús de toda la vida) haciendo “escala” en Sogamoso.
Si algo se ha hecho bien en los últimos años en Colombia, y supongo que para fomentar eso de “hacer país”, es organizar, y supongo que poner mucho dinero, para que a cada pueblo de Colombia llegue un autobús desde una ciudad grande cercana.
Independientemente del estado de la carretera, de la peligrosidad de las zonas por las que pase o del número de gente que pueda ir por trayecto, a todos los pueblos llega un bus, buseta o similar que lo conecta con otra ciudad mas grande. Y es por eso, que los estratos medios y bajos de todas las localidades colombianas, acostumbran a ir en bus.
Lo cogen para ir a “pasiear” (pasear), para ir al médico o para ir a “hacer mercado” a los pueblos más grandes.
Los buses no tienen paradas fijas, solo la de salida y llegada, así que si tienes suerte puedes hacer trayectos de 10 kilómetros en 20 minutos, pero como sea día de mercado, misa o te toque así porque si… de las múltiples paradas, del sube y baja de sacos de patatas, cebollas, cervezas e incluso pollos vivos, puedes tardar una hora o más en hacer ese trayecto.
Pero para estratos más altos y trayectos más larguitos y habituales, están los buses tipo “Alsa” que son más caros, paran algo menos y te ponen peli (que tienes que ver si o si porque el sonido es ambiente, no tienen casquitos).
Diana y yo preferimos ir al menos hasta Sogamoso en el “Súper Rápido” de la empresa “Libertadores”, que nos dio más seguridad, no hacía paradas y parecía de muy buena calidad.
A las 06.30 am del sábado nos plantamos en la Terminal de autobuses de “Salitre”, Diana , nuestras mochilitas y yo muy puntuales, para coger el bus destino a Sogamoso.
La señora que nos vendió los billetes, nos aseguró que no había paradas y que en tres horas y algo más, llegaríamos a Sogamoso.
A las 07.01, sentadas al fondo a la izquierda del “Súper Rápido de Libertadores”, salimos de la terminal como si eso fuera Suiza; puntuales, en nuestros asientos reclinables anchísimos y con los cristales tintados… Las dos íbamos emocionadas, leyendo lo que habíamos encontrado en Internet de la Laguna, contándonos la semana, que si su fiduciaria, mis cámaras…
A la hora y cuarto con el traqueteo del atasquito de salir de Bogotá, las dos paradas (que nos habían prometido que no haríamos) para recoger gente en cunetas en la misma capital y habiendo cogido ya velocidad crucero, yo me quedé dormida.
Los autobuses me duermen fácilmente, tras 4 años de Autobuses Herranz Escorial-Madrid a primera hora de la mañana, yo veo un asiento de esos y aunque haya dormido 12 horas , me quedo sopa. Los asientos de autobús son para mi como quien ve una camita bien hecha… Soy muy simple, de condicionamiento clásico, como los perritos de Paulow pero yo con los asientos de autobús…
No duermo de Madrid a Bogotá en el avión aunque esté muerta, pero donde haya un bus donde echar una cabezadita… caigo.
A los 45 minutillos (que es exactamente lo que duran mis siestas buseras coincidiendo en tiempos con el trayecto Madrid Escorial) me desperté y vi por las
ventanas tintadas esos paisajes verdes, de praderas llenas de vacas y huertas desorganizadas que solo Colombia puede mostrar, íbamos a 100 km por hora, velocidad crucero, hacía sol y todo parecía más bonito…
Empezamos a comentarnos lo precioso que era el paisaje y lo mucho que nos recordaba al verde gallego…Del verde gallego pasamos a hablar de lo fabuloso que era el Gadis (Diana vivió en Coruña casi dos años y para ella el Gadis es mil veces mejor que Mercadona) y de repente hablando de “Vivamos como galegos”.
¡BUMMM!
Un gran estruendo seguido de un psssss como si el bus se hubiera “aliviado” sonó bajo nuestros asientos.
El autobús empezó a tambalearse y los viajeros nos comenzamos a preguntar los unos a los otros si estábamos bien. Cinco segundos de pánico llevaron al nerviosismo generalizado ya que tras el estruendo vino el clo clo clo clo clo, que un neumático pinchado hace cuando sigues circulando.
¿Estalló la llanta? Dijo el señor mayor que cargaba a su nieto en brazos en el asiento de delante. Otro, con pinta de entendido, le respondió que sí y a todos nos quedó claro que había sido eso seguro.
Mi lógica europea, era que el conductor pararía, vendría otro autobús rápidamente, nos subiríamos a ese y en menos de 15 minutos habríamos solucionado el percance. Pero recordemos: Esto es Colombia.
Así que en vez de parar, el conductor, empezó a aminorar la velocidad (de 100km/h pasaríamos a 80) y siguió conduciendo con el clo clo clo de la rueda .
Mientras, decenas de conductores nos pitaban y nos señalaban que algo iba mal con la rueda izquierda trasera (justo bajo nuestros culetes) mientras nos adelantaban haciendo gestos con las manos, pero nuestro conductor...seguía circulando tan pichi...
Pudimos avanzar, y no exagero, unos 10 kilómetros.
Diez mil metros de agobio, de whatsapp a Pablo para contarle la situación (siempre que me acojono le escribo para que sepa qué está pasando, aunque eso no sirva para nada más que para preocuparle a él, yo me siento más segura…) de ruido, de conducción temeraria y de ir con el cuello muy estirado intentando buscar una respuesta a lo que estaba pasando…
De repente de la nada, tras una cuesta empinadísima, llegamos a la localidad de Chocontá.
Un pueblo de siete casas que, como si el Divino Niño nos lo hubiera puesto para salvarnos, la primera que había a pie de la carretera tenía en la puerta un neumático amarillo pintado que ponía “Montallantas 24H”.
El conductor paró delante del cartel, cogió algo de la guantera y se bajó inmediatamente. Con él todos los hombres del autobús.
Nos quedamos las mujeres y niños dentro y Diana y yo sin saber muy bien que hacer, decidimos bajar a controlar qué estaba pasando y de paso Diana desayunar una arepita Boyacense.
El conductor, que lucía pantalón de paño y corbata hasta ese momento, se enfundó un mono de trabajo azul en el que se leía bien grande “Libertadores SAS”.
Y junto con los dos chicos del “Montallantas” empezó a levantar el autobús, con el motor encendido y pasajeras dentro, con un gato como si se tratara de Conan el bárbaro o Sansón cuando separaba columnas en la peli esa.
Pim pam pum y el súper autobús tipo “Alsa” levantado por un ladito mientras los hombres miraban y opinaban ; y Diana y yo observábamos desde unas sillas del bar de al lado lo que estaba pasando.
Como si de un box de fórmula uno se tratara, sacaron un destornillador eléctrico (Enchufado a la casa y con alargador) de un metro de largo y empezaron a desatornillar la súper rueda (tra tra tra tra tra, una tuercaza menos, tra tra tra otra...).
Mientras uno le daba al desatornillador, otro miraba algo bajo el vehículo y el conductor sacaba una rueda nueva no sé de dónde y la acercaba al lugar del suceso.
Todo era "coordinación y precisión colombiana”, que si ese cable no va ahí, que si mejor sáquenla por allá, “hágale papito” y demás…
Yo tuve que acercarme a hacer fotos para enseñároslas ( recordar que era, junto con Diana, la única mujer en tierra) .
En menos de 20 minutos teníamos todo apañado, rueda puesta, embellecedores colocados y autobús con todas sus ruedas en tierra.
El señor conductor le dio a los Montallantas 15.000 pesos (4.5€ y lo sé porque se lo pregunté), se lavó las manos con una manguera y jabón que tenían atado a una cuerda en el porche del “montallantas”, se quitó el mono de trabajo, lo guardó dobladito en el maletero , se subió al autobús, pitó como un loco para que si quedaba alguien en tierra se diera por enterado y como no tenía que arrancar, porqué se había dejado el motor encendido, aceleró y marchamos como si ahí no hubiera pasado nada.
Las siguientes horas de trayecto ya no me pude dormir, a pesar (o debido a) que había sido testigo del momento “fórmula uno” no me quedé tranquila.
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Llegamos a la laguna a las mil, pero mereció la pena, allí nos esperaba una trucha a la plancha fresquita recién pescada con arroz y patacón y una gélida playa de arena blanca donde cuatro locos se bañaban bajo los efectos del guaro y nosotras bajo capas y capas les observábamos deleitando un riquísimo manjar cuestionándonos porqué los caballos habían salido por San Isidro si estábamos a 26 de agosto.