lunes, 6 de febrero de 2017

Temblorcito

Hoy ha habido un pequeño temblor, y digo temblor porque aunque para nosotros cuando se mueve la tierra siempre se llama terremoto, pero aquí hay una gran diferencia;

-         -   Temblor terremoto sin destrozos
-      -     Terremoto; catástrofe .

Así que aquí cuando una se cree que la tierra va a abrir una falla bajo sus pies, se van a caer todos los edificios y los habitantes de Bogotá moriremos engullidos por la oscuridad del fondo  se rompe nada, pues es un temblor.

Pero si resulta que la profecía se cumple, se denomina terremoto.

Colombia empujada por las placas
Al parecer, Colombia, no sólo se encuentra en un sitio muy bonito y estratégico para hacer negocios entre Caribe y Suramérica, sino que se encuentra situada entre tres placas tectónicas que aprietan aprietan por todos los lados.  Por el norte la placa Caribeña, por el sur la de Nazca (que se está metiendo debajo de la Suramericana propiamente dicha y hace temblar a todos los latinos del sur de vez en cuando) y otra , que más o menos roza pero no del todo, que es la placa de Coco.

Así que como podéis imaginaros, el hecho de que el 35% de la población colombiana, se encuentre en zonas de amenaza sísmica, no es algo raro.

La gente está acostumbrada, vive con ello y no les importa que pasen éste tipo de cosas siempre y cuando sean flojitas.

Para ellos el hecho de que tiemble termina siendo como para nosotros el tiempo,  un tema recurrente para hablar en el ascensor. El “parece que llueve” tan español, lo traducen por un, “¿Sitió el temblor?”, y uno cuenta lo que estaba haciendo, si lo notó, si como iba en coche no lo percibió a penas, que qué miedo, que Diosito nos ampare… y esas cosas.

Todos saben qué se debe hacer.  Las casas, los edificios de oficinas y los coles y hospitales tienen un protocolo que se tiene que seguir (aunque ellos pasen en el momento de la verdad) y una vez al año toda la ciudad realiza un simulacro de sismo a la vez siguiendo a los jefes de área y todos perdemos horas de trabajo y aprovechamos para hacer algún que otro recado  o llamada personal.

Pero cuando hay más de un temblor al día, que ocurre muy de vez en cuando y es más peligroso,  porque pueden ser movimientos que anuncien uno más gordote. Y por eso, todos los autóctonos, tienen a mano cierto tipo de cosas que pueden ayudarles en caso de que sea royo “Independence Day”.

En Octubre, una tarde de domingo, tembló tres veces en media hora, y mi amiga Diana y yo, que somos bastante frikis y caguetas, nos metimos en la página web de la Embajada de España para saber qué debíamos hacer en caso de emergencia.

Reconozco que yo no sentí ninguno, porque estaba haciendo una estantería a martillazo limpio, pero Diana, que vivía en un cuarto y estaba tirada en el sofá, me iba transmitiendo cada momento como si se acercara el final de nuestra especie.

Esa noche no sólo aprendimos muchísimo, sino que trazamos un plan perfecto para salvarnos la una a la otra marcando puntos de encuentro y maneras de contactar durante la posible catástrofe, terminando, pasara lo que pasara, en la Embajada de España que está lejos de los cerros (las montañas) y que allí el “tanto tienes tanto vales” no funciona...

Lo que te dice la Embajada en su web, y seguramente todo colombiano de a pie, que lo que tienes que tener a mano siempre es agua, teléfono cargado y medicamentos básicos. Pero si además a eso le añades una linterna, transistor, mantita, muda de ropa y dinero en metálico mucho mejor.

Durante los tres siguientes días de aquella tarde de octubre, dormimos las dos con el teléfono cargado, el pasaporte en el bolsillo del pijama y una mochila con la mantita robada de Iberia y un montón de cosas más por si acaso.

Pero hoy, cuando ha temblado, mi máxima preocupación no ha sido la mantita, sino el bicho peludo que me miraba con los ojos desorbitados a un metro de mi mientras oíamos cómo crujía el suelo bajo nuestros pies.

La pobre Paquita, que recordemos que es una gata de primer mundo que hasta el pasado 1 de Noviembre nada había perturbado su tranquilidad de gata burguesa, ésta mañana a las 05.30 o así se ha despertado antes de lo habitual.

Un día normal, es la última en despertarse, suele quedarse remoloneando más que yo incluso, (que reconozco que apago el despertador una media de doce veces antes de levantarme de la cama y no estoy exagerando). Se limpia las patas, la tripa, se arregla las uñas de los pies… y si acaso luego se levanta poquito a poquito no sin antes venir a saludarme o ir a ronronear a su dueño mostrándole pleitesía y amor infinito.

Paqui mirándome fijamente
Pero el caso, es que hoy a las 5.30 se ha puesto a moverse, ha jugado con un alambre de los del pan bimbo despertándonos a todos, se me ha puesto encima, se ha puesto encima de Pablo mientras leía el periódico desde la cama a las 06.30… Y a eso de las 07.50, cuando yo ya había apagado el despertador unas 6 veces, ha venido a mirarme fijamente.

Cuando me mira fijamente me acojona. No sé por qué lo hace, pero se acerca mucho y clava sus ojos amarillos en mi cara como si me estuviera examinando mucho más allá de lo físico.

 Será que he visto muchas pelis, pero os juro que no hay nada más pesadillesco que despertarte por la mañana , acercar la mano a la mesilla para apagar el despertador y al abrir un ojo encontrarte la cara de un gato a menos de un palmo mirándote fijamente. No se lo recomiendo a nadie.

Total, que ésta mañana cuando he apagado el despertador por sexta vez, he notado que el puto gato, me miraba fijamente y yo no sabía por qué.

Pablo, que se iba a Lima por la tarde, estaba ya en el salón planchando camisas, pero ella sorprendentemente, ahí clavada desde mi mesilla de noche, me miraba con los ojos abiertos como platos.

El susto de su mirada penetrante, ha hecho que me despejara totalmente, y he empezado a leer correos y whatsapps bajo el edredón mientras Paquita, sin dejar de mirarme, movía su cola bastante agitada.

A eso de las 08.00, cuando ya si o si tocaba levantarme, Paquita ha pegado un brinco al suelo y mientras erizaba todos los pelos de su cuerpo, la cama ha empezado a moverse como la de la niña del exorcista de un lado a otro.

Tensando todos los músculos de mi cuerpo, despojándome del edredón y la manta, he pegado un súper salto digno de Simone Biles en ejercicio de tapiz en las olimpiadas,  rumbo al marco de la puerta, agarrando al gato en el camino sin nisiquiera tocar el suelo, mientras la casa, que está hecha de manera que aguante los temblorcitos, crujía levemente.

¡Pablo temblor! He gritado en el aire ya con Paqui en brazos para ponernos a salvo.

A solo dos metros de mi,  desde el salón, plancha en mano, con su tranquilidad característica agravada por el madrugón, mirándome con cara de circunstancia y con fuerte acento madrileño Pablo me ha respondido,  ¿Qué dices tía?.

Ha sido algo tan cortito, que los que no estaban tumbados como yo, casi no lo han notado y Pablo, concentrado en sus camisas y seguramente agobiado con todo el trabajo que les esperaba estos tres días en Lima, no se ha enterado de nada de nada...

Al llegar al trabajo, cuando me han preguntado por el temblor (como correspondía) he dicho que me había pillado ya casi saliendo de casa (me daba vergüenza decir que aún estaba en la cama a esas horas en un país en el que la gente empieza a trabajar a las 07.00 u 08.00) pero si que he recalcado que el pobre gato casi se muere de infarto. Se han reído de mi gato “gomelo” (pijo en colombiano) y han seguido trabajando como si nada pasara.

Menos mal que no les he confesado lo de mi salto ninja de la cama al marco de la puerta pasando por el suelo para coger a Paquita…

Hoy, en cuanto he llegado a casa por la tarde, he bajado del armario el transportin de Paqui y he dejado su pasaporte y sus drogas para viajar a mano, cerca de la cama por si acaso, No vaya a ser, que estos días que su dueño no está, ocurra lo que denominan terremoto y tengamos que irnos a la Embajada de España para que nos devuelvan a las dos a Madrid.

PD: En el cajón de mi mesilla siempre está mi pasaporte, 100.000 pesos y mi tarjeta de crédito. La linterna y el transistor, en el baño. Pero todo controlado.


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