martes, 10 de mayo de 2016

Reyes de Playa Cinto.

El día que dejé a Pablo en el aeropuerto, como era fin de semana y era puente… Me fui de nuevo a Santa Marta, no quería quedarme solita en casa y menos si había un día más de descanso.

Mis amigos de siempre (Moni, Diana, Jonan, Jorge…) estaban en Santo Domingo, con una oferta de Avianca, así que me fui con Haizea y Lucía (Vasca y Alicantina muy sipáticas) a plan “vuelta y vuelta” para descansar y ponernos morenas.

Lucía, que lleva dos años en Colombia, nos dijo que teníamos que ir a Playa “Cinto”, que le habían dicho que era muy bonita rollo caribe.
Así que Haizea y yo no lo dudamos y el segundo día de estar allí, madrugamos, compramos pan bimbo, agua y jamón york,  cogimos un taxi para que nos llevara a Taganga y una vez allí regateamos con la coopertativa de “lancheros” para que uno de ellos nos llevara y  pasara todo el día con nosotras en Cinto.

Cinto, es una playa que no entra en la cabeza del colombiano medio… 
El colombiano de a pie va a la playa con toda la familia, la familia del vecino y la familia del vecino de más allá.
Se bañan con camiseta de tirantes, se bebe cientos de cervezas, se ríe y habla a gritos, se lleva un transistor con reguetón para animar el ambiente, lo de limpiar su basura… no lo lleva muy bien, y se hace selfies tooodo el rato a lo Ana Obregón en su presentación de verano.

Así que cuando llegamos a Taganga, nos costó bastante convencer al lanchero de que sólo queríamos ir a Playa Cinto… Sin parar a comer en los chiringuitos de Taganga, ni los de Playa Cristal ni ninguna otra, solo queríamos playa Cinto a no ver a nadie...

Al ver que iba a aburrirse como una ostra, ya que aún eran las 09.00 de la mañana y prometíamos día entero de playa desierta,  el lanchero montó a su mujer (una negra guapísima con cara de niña) y su hijo David en nuestra lancha y arrancó para paya Cinto...

David tendría como diez años, y ayudaba a su padre a tirar el ancla, levantarla, y avisarle si había rocas cuando íbamos muy rápido en la lancha para no chocarnos con ellas. El tío aguantaba el equilibrio en la barca como si tuviera ventosas en los pies y se movía de un lado dando brincos como en el salón de su casa.

Las lanchas de la costa caribe colombiana, van con gasoil venezolano, que es de contrabando y por lo tanto es más barato, y según ellos es más “explosivo”.

Así que nuestra “Niña Paula” (así se llamaba el barco) iba enchufada con ésta gasolina.  Rapidísimo volando sobre las olas dando unos botes enormes con David en la proa, su padre en la popa llevando el motor y nosotras agarradas a los asientos con los chalecos salvavidas puesto, las uñas de los pies intentando agarrarse al suelo y los ojos muy abiertos de la velocidad…

Boing, (ola) boing (ola) , boing (ola), a veces volábamos tanto que el motor se paraba en el aire porque no tocábamos el agua… fuimos rapidísimo… y a nuestro lado, de vez en cuando, como echando carreras a “La Niña Paula” saltaban peces voladores azules y amarillos acompañándonos en nuestros saltos de ola en ola… ¡Era precioso!

El caso, es que a los 40 minutos de botes, llegamos a playa Cinto…

Playa Cinto es tal y como os la imagináis… Un kilómetro de golfo de arena blanca con palmeras, algún manglar que otro, vegetación verde adentrándose en el mar calmado y cristalino en algunas zonas y el más absoluto silencio…
La playa era única y exclusivamente para nosotras, el lanchero, su hijo y su mujer.

Ellos se quedaron en una esquinita, a la sombra de un arbolito en el que ataron a “La Niña Paula” y nosotras a 100 metros de ellos debajo de un árbol donde dejamos nuestros sanwiches enganchaditos en una rama alta para evitar que se los comieran las hormigas, nos quitamos la ropa y nos fuimos al agua directas con las gafas de bucear para ver los corales, las mantas rallas y los pececitos…

Cuando llevábamos 3 minutos en el agua, de repente Lucía sacó la cabeza del agua y señalando a la playa gritó, ¡Mirar no estamos solas!

De los árboles aparecieron dos animalillos a cuatro patas andando ligeros y divertidos hacia nuestras cosas. 

Eran un perro negro delgadito de esos que mueven el rabo y se les mueve todo el culete y ¿A qué no sabéis qué? ¡Un cerdo-jabalí rarísimo!

Los dos iban juntos, eran claramente muy amigos, de vez en cuando se mordían las patas, salían corriendo uno detrás de otro, se rebozaban en la arena, excavaban en la arena para refrescarse, saltaban (bueno, saltaba el perro, porque el cerdito tenía las patas cortas y era gordote y no podía) … pero todo eso acercándose hacia nosotras… ¡Eran los reyes de Cinto y venían a saludarnos!

Increíble, en el medio de la nada, en una playa donde para llegar debes caminar horas y horas o bien ir en lancha, un perro y un jabalí, venían a saludarnos como si fuéramos sus invitadas…

Al ver que no salíamos del agua a saludar, el perro y el jabalí se fueron a saludar al lanchero y su familia. A David (el hijo del lanchero) se le iluminaron los ojos cuando vio que el perro le daba saltitos para jugar ¡En la playa desierta había encontrado un amigo! y se puso a correr con el perro de un lado a otro sin hacer demasiado caso al jabalí…

Así que el jabalí aburrido, al ver que su compañero estaba con el niño, se fue andando hacia nuestras toallas… y claro, nosotras tuvimos que salir a saludar.

El jabalí, sorprendentemente, en vez de huir al vernos como locas saliendo a por los móviles para hacerle una foto, vino a saludarnos y nos pidió que le acariciáramos juntándonos el lomo con unos pelos gordotes a nuestras piernas… 

El tío claramente sabía lo que eran los humanos y sabía que a las turistas nos iba a hacer mucha gracia tenerle cerca.

Fue en ese momento, mirando hacia la selva frondosa, con un cerdo tumbado al lado de mi toalla plácidamente pidiendo mimitos, cuando me di cuenta, que tal vez, muy cerca o muy lejos, habría una tribu de indios Koguis viviendo entre las palmeras, árboles y lianas que cerraban  a nosotras desde la playa no nos dejaban ver las montañas del Parque Nacional de Santa Marta… y el perro y el jabalí eran sus mascotas... 

A lo mejor, habría algún indio alucinando mirándonos entre los arboles sin que nosotras lo supiéramos, el caso es que el perro y el jabalí, dejando el anonimato de sus dueños a un lado, estaban encantados con la visita de unas turistas , un lanchero y su familia.

A los diez minutos de hacerles fotos y demás, el perro y el jabalí ya no eran novedad, así que nos tiramos en la toalla y al estar tan cansadas de tanto “bote en el bote” nos quedamos dormidas en el sol y sombra de una palmera…

No se cuánto tiempo pasó mientras dormíamos, quizás media hora, quizás más… el caso es que de repente, entre sueños, escuché ruidos de cerdo (como oing oing) mezclado con ruidos de plástico y me desperté…

Miré el hueco enorme que el cerdito había hecho delante de las toallas para dormir la siesta y allí no estaba el cerdito… Así que miré para detrás, hacia el árbol donde habíamos colgado nuestra mochila y nuestra bolsa de la comida y….

Allí estaba él, con la bolsa de la comida destrozada degustando un fabuloso pan bimbo con plástico en el que sale James Rodriguez patrocinando el producto encantado…

Me levanté de un brinco, corrí hacia él para asustarle y alejarle de nuestra comida pero ni se inmutó, le empujé por detrás, le di un chanclazo flojito, intenté tirar de lo poco que quedaba del jamón york… pero el tío estaba encantado… 

Comiéndose toda la comida que habíamos llevado para pasar el día en la playa en la que no había nada más que arena, palmeras y mar.

Haizea , con los ruidos se despertó y empezó a gritar, ¡El cerdo! ¡Quítaselo! ¡Que nos está dejando sin comida! eso debió de molestarle más al ladrón del jabalí y al escuchar el agudo de la voz de mi amiga, se alejó de nosotras hacia la frondosa selva con el plástico de cuadritos blancos y azules lleno de rebanadas destrozadas entre los colmillos…

El tío solo nos dejó dos manzanas, dos manzanas intactas, para comer durante todo el día.

Dos manzanas para tres… Y mucho agua, eso si…

A las 13.30, empezó a entrarnos el hambre, y a las 14.30, muy a nuestro pesar, mientras nuestras tripas sonaban y retumbaban confundiéndose con una tormenta que se acercaba lentamente hacia nosotras, estábamos diciéndole al lanchero que si nos llevaba a Playa Cristal (donde estaba medio Colombia) para comer algo y empezar el camino de vuelta…

A los veinte minutos ya estábamos en  una esquinita de una playa plagada de gente,  a ritmo de reagueton, con un ceviche de camarón (yo no porque estaba malita de la tripa y me dejaron tomarme una de las dos manzanas) , una cerveza Águila en la mano de cada una de mis compañeras,  negándonos a masajes, pulseras y otros enseres que nos ofrecían vendedores ambulantes que sorteaban a niños y señoras haciéndose fotos en la orilla de playa Cristal…


No tardó en empezar a llover… primero gotitas y luego chaparrón, así que rápidamente David vino a buscarnos y sin pensárnoslo dos veces nos volvimos a subir a “La Niña Paula” camino a la verdadera pseudo-civilización.


PD: Dedicado a mis sobris y primos que entenderán a la perfección lo fantástico que es encontrarse un jabalí en una playa de piratas, indios  y náufragos

No hay comentarios:

Publicar un comentario