Acabamos de llegar de Santa Marta, renovadísimos por dentro y
renovadísimos por fuera. Morenos y felices, tan gordos como hace cinco días y
más en paz que hace 48 horas.
Y digo 48 horas, porque durante mi visita al parque Tayrona…
He vuelto a nacer.
Bueno, no sé si he vuelto a nacer, pero el caso es que casi
me muero…
No se si recordaréis que el año pasado, en mi cumpleaños, os
escribí un mail en el que hablaba que el paraíso si que existía y que se
llamaba Parque Tayrona.
Pues a Pablo se le quedó grabado, y éste año, con el afán de
compartir todo lo bueno con él, organicé un fin de semana idílico en el Parque
Natural de Tayrona con sus tres días y dos noches durmiendo en hamaca como lo
hacen los indígenas Koguis pero con mosquiteras, crema para el sol, Relec anti mosquitos y miedo a los habitantes
de la noche…
Todo cuadrado, primera noche dormíamos en Santa Marta para
ir nada más despertarse a la calle 11 con 11 coger una buseta y llegar prontito
al Parque Tayrona para enfrentarnos a la caminata que lleva hasta la zona de
playas y hamacas.
Era sencillo.
El caso es que, con el objetivo de que todo saliera
perfecto, encontré un hotel con una puntuación de 9,4 en booking que además,
era baratillo y muy bien situado…
Así que en vez de madrugar al alba, como a mí me sonaba que
teníamos que hacer, remoloneamos hasta las 07.54 de la mañana, desayunamos como
reyes, nos echamos una charlilla con la de recepción y a las 09.30 o así
salíamos hacia la buseta.
El camino desde la calle dos a la once, que era donde estaba
el solar de donde salían los buses de línea, cruzaba el mercadillo de Santa
Marta, lleno de puestos, de carpas negras que quitaban el sol, música, gritos,
perros y gatos despeluchados en busca de cualquier cosa que comer y de señores
vendiendo jugos y palas (helados) por todas partes. El sol picaba bastante, y
nuestros cuerpos de guiris, empezaban a notar las altas temperaturas del “Alto
Magdalena”.
Cuando llegamos al bus ya habíamos terminado nuestra
botellita de agua y en la misma parada compramos otras dos, para el camino que
nos esperaba en Tayrona…
Durante la hora que duraba el trayecto de buseta, se
pudieron subir unos 15 vendedores (sin que parara el bus, suben y bajan en
marcha enlazando diferentes buses, ¡mola!) y compramos unas 4 bolsas de agua
para rellenar nuestras botellitas, porque la brisa que entraba por las
ventanas, era más bien templadilla y no sofocaba el calor que sentíamos…
Llegamos a Tayrona a las 11.45 de la mañana, de la mañana
soleada, con un 90% de humedad ambiental, y aun nos quedaba la caminata por
delante.
Había advertido a Pablo, que me daría igual como se pusiera,
pero que mi macuto, a pesar de que él tuviera alergia a los caballos, me lo
iban a llevar los caballos del parque, que yo quería disfrutar del paseíto, quería
ir libre cual gacela…
Así que nada más llegar, dejamos mi mochila en las cuadras
de los porteadores, nos echamos crema y comenzamos a andar bajo la frondosa
sabana del Tayrona.
Haciendo fotitos, descubriendo lagartos de azules y verdes
fluorescentes, buscando monos trepadores, contando raíces de árboles… Todo muy
“happy flower”, Pablo con su pañuelo en la cabeza y su mochila y yo con mi botellita de agua, mi pasaporte
en el bolsillo y una bolsita de agua en la mano.
Pasados 15 minutos, empezó la subidita, que con el calor que
ya teníamos pues, se notaba algo más de lo normal… Decidí abrir la bolsita de
agua y bebérmela mientras subíamos. Metro a metro, la vegetación cada vez era
más escasa, dejando paso a rocas enormes que brillaban bajo el cálido Lorenzo.
A la media hora, el sol, que ya estaba en lo alto del cielo,
empezó a notarse de verdad, (eso más la humedad), incidiendo en línea recta en
nuestras cabezotas y convirtiéndose en
el tema recurrente que rompía mis silencios mientras andábamos… “Puto sol”, “me
cago en el sol del Caribe”, “Cómo quema el Lorenzo”, “ Me cago en la puta que calor” y otros
improperios… ya sabéis que nunca he sido muy fina, pero eso es todo lo que pude
decir durante los siguientes veinte minutos de subida…
Al llegar arriba, fue cuando me di cuenta que algo no estaba
bien, empezó a repetírseme el desayuno, la piña o la sandía, no lo tengo claro,
pero estaba tan harta y cansada, que en el mirador, donde sorprendentemente
había un gordo enorme y un señor que vendía helados, le dije a Pablo que pasaba
de parar, que yo quería llegar.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiEOEMP5Bs820_-CRqWclAsi1fyF4lYRY0eOChNLFEk6rtYGuPS_43J6ibO6o2wZiVTTpeuATUIu84Bo-uzht_HqWOYAuomDGqyOw85RztOgfp5h3cXhYw6Pq0qZBaAJkeAYd9OGlPKlZis/s320/mapa.jpg)
Así que Pablo, obediente, siguió andando, y empezamos a
bajar saltando piedras y escalones.
Unos cuatro minutos después, tras una roca redonda y enorme,
por fin, vimos el mar Caribe: azul, inmenso, tranquilo y rodeado de palmeras. Ahí
estaba el paraíso.
Fue en ese momento, cuando con mi enfado del calor, se me
taponaron los oídos, no le di mucha importancia, pero el caso es que dejé de
oír bien y deje de entender a Pablo…
Bueno, tengo que reconocer que a Pablo y a mi amiga Paloma yo
les entiendo la mitad. Hablan muy bajito y como buenos madrileños pronuncian
poco. Yo intuyo, asiento y sonrío, pero en ese momento, debido a las
circunstancias, no sonreía ni intuía,
simplemente andaba hacia el sitio de las hamacas que debía estar a unos cuatro
kilómetros…
Recapitulemos: Estamos bajando, vemos el mar, quedan cuatro
kilómetros, tengo ganas de vomitar, estoy muy enfadada, el sol “en to lo alto”,
más de 35 grados, 90% de humedad y he dejado de oír…
Cuando llegamos abajo, antes de adentrarnos de nuevo en el
bosque para recorrer los últimos tres kilómetros, tuvimos que andar unos
quinientos metros por la arena de la playa.
De esos quinientos metros recuerdo el puto sol, que no había
sombras, la arena blanca sobre mis zapatillas, sobre las rocas, sobre todo lo
que miraba, mirara a donde mirara veía arenilla, o puntitos….no lo tenía claro…
Intuí que Pablo me pidió que bebiera agua, obedecí y seguí andando hacia los
árboles…
“Parece que te has hecho pis” me dijo Pablo mientras miraba
mi pantalón y mi camiseta llenas de sudor… Como comprenderéis no me hizo ni
pizca de gracia, pero como estaba que no estaba y encima mi enfado se centraba
en el sol, ni respondí… Seguí zombi andando hacia la sombra…
Y fue ahí, ya bajo los árboles, empapada en sudor, en la
sombra, cuando deje de ver en color para
ver en “escala de grises” y bajito mientras me sentaba en una raíz de un árbol
inmenso le dije a Pablo que no podía más.
Me senté, perdí la noción del tiempo, empecé a ver como las
hormigas, la arena o lo que fuera se diluían frente a mí y me acordé de mi
madre, del Pico del Fraile que una navidad me hizo subir y acabé echando la
pota. Me acordé de mi enfado en Ordesa con Pablo cuando con un metro de nieve
le dije que no seguía. Me acordé de mi sobrino Yago que se hizo una vía Ferrata
y en un video sale con cara de canguele pero entero y me acordé de mi amiga
Sara cuando se desmalló dos veces en menos de dos metros en plena playa de
Torrevieja y fue la atracción del momento... Solo quería llorar…
De repente, entre recuerdos, escuché a Pablo , que con voz
de esa que pone que me gusta mucho, me dijo que me iba a echar agua en la
cabeza, que me había dado mucho el sol…
¡Mano de santo oiga!
El agua templadita de su botella corriendo por mi cogote que
miraba hacia el suelo casi entre mis rodillas, me despertó de mis recuerdos de
muerte mortífera y me hizo de nuevo sentirme afortunadísima de poder estar ahí,
a puntito de llegar al Paraíso, de que hacía sol y no llovía, de lo bonito que
era Tayrona, el Caribe y lo más
importante, me recordó que estaba Pablo ahí para echarme agua y salvarme.
Mi salvador, e ídolo en ese momento, no me dejó levantarme
hasta que me terminara el agua ya casi caliente de mi botella, me dio un beso
en la mejilla y a los tres minutillos me ayudó a levantarme.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiUJNHAZjNa-QWPDoplAFB8aecd4Y4HZzO6oeAHmAJWjJAyNFjNMQbeKFRhQywVqBWIQ_LWbFHrG7ZVigZNWpsM3KKRBFhEXbtZyfcEadCK7_7W_u_VvAOrNbYlgtKz8WYV0LbwVfm-8Hzw/s320/tayrona.jpg)
Como podéis daros cuenta, en éste último párrafo, en ningún
lado encontraréis que nos echáramos repelente anti mosquitos… Pues bien, tras
la siesta, cuando caía el sol, con el mismo dolor de cabeza horroroso que no me
dejaba pensar, cientos de mosquitos y arañas habían plagado mis pies y mis
pantorrillas de picaduras. (A Pablo le
picaron solo dos) Ahora solo pienso en
que ninguna de esas picaduras tenga Zica, Chicunguña o Dengue… Pero en ese
momento, solo pensaba en poder comprar una botella de agua y poder tomarme una
pastilla para mi gran dolor de cabeza y seguir disfrutando del paraíso con un
tercio de mi equipo P.
Moraleja: El paraíso… tiene sus cosillas jodidas
también…jejeje
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