lunes, 10 de octubre de 2016

DanzaKuduro



No sabéis qué ilusión hace recibir al 80% de tu pandilla un jueves cualquiera en el aeropuerto…

Verlas llegar, dar saltitos, abrazarlas, besarlas y abrir sus maletas llenas de comiditas ricas y regalitos de Pablo. Como le decía a mi prima pequeña “Me doy envidia a mi misma de que me hayan venido a ver”.

Es como encontrarte contigo misma, caerte estupendo y seguir tu vida como si no pasara nada. ¡Una gozada!

Porque las amigas que crecen contigo y que te entienden hacen eso, reflejarse en ti y ayudarte a darte cuenta de que te has  convertido en una persona mayor y que además, como daño colateral, te has colombianizado y no te has dado ni cuenta.

Dice Paula que hasta tengo acento, y es que este fin de semana, viviendo las 36 horas más magnificas de los últimos tiempos, me he dado cuenta que me he adaptado tanto que ya no me doy ni cuenta de los ritmos, las relaciones sociales y las precauciones que una sufre día a día.

Lo que más me ha impactado, y me ha hecho pensar, es que para sobrevivir, me he adaptado a lo de no tratar a la gente por igual, y esto me ha hecho pensar muchísimo sobre la suerte que tenemos en España de ser todos iguales, más gordos, más flacos, más guapos o más feos,  pero con unas capacidades parecidas y un nivel cultural básico común. Me he adaptado a tener que explicar las cosas cien veces, a que es necesario no sentirse incómoda cuando te sirven, te tratan con pleitesía o tienes que dejar que te hagan un té en el trabajo, porque la que limpia espera que lo aceptes como sujeto paciente...

Me he acostumbrado a lujos y carencias, pero ahora viendo a personas iguales que yo sentirse incómodas… he notado que me he adaptado y me he sentido orgullosa de haber crecido en ese aspecto. ¡Adaptarse o morir! ¿No?

Este fin de semana hemos ido de ricas.

Creo que uno de los placeres colombianos es ser rica sin dinero y darte lujos con poco, así que organicé un sábado en un barco privado de isla en isla con marinero , capitán y reguetón a todo trapo. Lo que podríamos denominar : videoclip de danzakuduro, pero con tupper de ensalada de pasta, cocacolas y de vez en cuando un poquito del Canto del Loco o simplemente silencio.

Así que el viernes, antes de salir para Cartagena, me llamó la señora del barco que había reservado hacía unas semanas y regateado mil quinientas veces,  y me preguntó si quería que comprara hielo y cervezas. Pensando en que si compraba cervezas en cantidades colombianas, nos iban a salir por las orejas, le dije que solo comprara hielo y que a las 08.30 estaríamos allí.

Las chicas, mientras yo estaba trabajando el viernes, hicieron la compra y el sábado a las 06.30 estábamos despertándonos para echarnos crema, hacer la pasta y llegar al barco a nuestra hora.

La señora del barco me llamó a las 08.35 para recordarme si quería que comprara ella cervezas y le conté que ya estábamos llegando al muelle. Ella entendió que,  como el común de sus mortales harían, aun no habíamos comprado nada y me recomendó un súper cerca del muelle. Primera diferencia cultural: El europeo compra el alcohol antes de ir a una fiesta y no en el mismo sitio de la fiesta para asegurarse de un buen precio y calidad.

Al llegar al barco, nos esperaban, vestidos de riguroso blanco, dos negrazos musculados que nos ayudaron a cargar nuestras bolsas (mientras mis amigas ponían cara de “ya puedo yo”) y meterlo todo en la nevera.  El capitán, algo más mayor que el marinero pero igual de fornido,  nos preguntó por nuestros esposos (siguiente diferencia cultural) y tuve que contarles que “nos habían dejado fin de semana de mujeres”. La chica del barco trajo el datófono, pagamos y nos fuimos rumbo a islas del Rosario a toda mecha diciéndole adiós con la mano.

Para ambientar, siendo consciente de que tocaba colombianizarnos, saqué el Ipod y puse mi lista de reproducción colombiana y así con el pelo suelto, en bañador, con gafas de sol y escuchando reguetón, nos sentimos lo más colombiano del planeta.

Pero cuando hicimos la primera parada, en “la piscinita de Isla Grande” nos dimos cuenta de que no… Éramos tan gringas que nos habíamos echado crema dos veces, no llevábamos gorra de visera ancha, ni triquini hortera, ni joyas brillantes y lo que nos diferenciaba del resto de las colombianas de otros barcos,  era sobre todo, que no teníamos una cerveza en la mano. 

Lena se quitó la falda y corriendo como si no hubiera mañana, se tiró en bomba y eso marcó la diferencia.  Nos dejamos de mariconadas y comenzamos a darle al dominguerismo, sacamos nuestras gafas de bucear, la colchoneta, las patatas fritas y hasta Sara de la emoción comenzó a tararear una jota, así sin más en medio del caribe sonó “Por el puente de Aranda”.

Consciente de lo afortunada que era flotando en medio de ninguna parte sobre un agua cristalina, realicé un ejercicio que creo que me ayuda un montón en ocasiones como ese momento, e intenté retener cada estímulo positivo que me llegaba en ese segundo, para poder recordarlo, poder contarlo y sentir que ha pasado.

Paloma hacía el muerto completamente relajada a pocos metros de mi, Sara cantaba una jota de las de la Romería mientras jugaba a no separar las piernas al nadar para atrás como un delfín, Paula buceaba con las gafas y el tubo sacando el culete en pompa buscando a Nemo, Lena nadaba elegante alejándose sin preocupación y Belén nos miraba mojada como una sirenita tomando el sol desde la proa de nuestro barco.  NUESTRO barco, el que habíamos alquilado nosotras y que iría allá donde nosotras quisiéramos.

Tuve que coger aire fuerte por la nariz y llenar mis pulmones al darme cuenta de lo afortunada que era y así como si fuera un pececito, me sumergí hasta tocar la arena del caribe, blanca llena de corales y conchas por el puro placer de ser un pez.

Belén volvió al agua y cuando estábamos todas allí, nos abrazamos todas conscientes de la suerte que teníamos y tragando mucho agua.

En la siguiente parada, llegamos a una isla en la que solo había un lugareño que pedía propina por el mero hecho de estar en la isla en la que él estaba y una pareja que bajo un toldito brindaba con champán y se comían a besos en la otra punta de la playa. Estuvimos haciéndonos fotos jugando a ser Ana Obregón en su posado del verano,  bailamos, hice albóndigas de arena, saltamos y finalemente, cuando ya nos pudo el hambre, sacamos el tupper para comer nuestra ensalada de pasta.

Picábamos todas sin parar de reírnos, recordando momentos de nuestra adolescencia, borracheras, enfados, madres y manías… Saltábamos a temas políticos, sociales, trabajo que luego enlazábamos con frases chorras y escenas de cama … y regábamos nuestras gargantas con agua y coca cola, porque , al no ser colombianas, no necesitábamos cervezas.

Cuando ya no podíamos más de tanto comer, cogí lo que sobraba de los tuppers y empecé a mezclarlo para, como buena colombiana, llevárselo a nuestro marinero y capitán que estaban como a 20 metros de la orilla durmiendo bajo el toldo de nuestra barquita pendiente del ancla.

Fue en ese momento , cuando me sentí verdaderamente colombianizada.

Lo habitual en éste país, es que cuando contratas un servicio, tú, como amo y señor, proveas de comida y bebida a las personas que están trabajando para ti. Pasa con los conductores, con las señoras de la limpieza y en éste caso con los negrazos que estaban en nuestro barco. ¿No se ofenderán? Preguntó Paula mientras me miraba horrorizada realizar la maniobra, “Es que tía, son las sobras y queda muy feo” me dijo Sara… Me hicieron pensar bastante, pero les expliqué (y mientras les decía me daba cuenta de lo que me había dado cuenta) que uno tiene que asumir su rol de estrato y hacer lo que se espera de él. La tripulación no traía comida y esperaba que yo le diera y eso es lo que debía hacer. Así que cogí mi colchoneta de Angry Birlds y a modo de bandeja me fui nadando con el tupper hasta el barco para darles las sobras, les dije que cogieran unas cervezas de la nevera y unas patatas y cuando volvimos a subir media hora después, no quedaba nada de lo que le habíamos ofrecido.

Tras otras tres paradas, empezar a beber un poquito, bailar danzakuduro a toda velocidad y dormir una siesta en una playa paradisiaca donde las palmeras llegaban al agua, volvimos al barco y comenzamos a navegar más despacito por


manglares apoyando nuestras cabezas en los asientos acolchaditos de la lancha...

Paloma se abrió una cocacola, paula un smirnoff ICE , dos pelícanos nos piraron desde una roca en medio del mar y así como quien no quiere la cosa, en medio de esa paz total, con una coca cola ligth en la mano, me acordé de algo maravilloso que había guardado para ese momento, me acerqué a mi mochila, rebusqué en el fondo y ... ¡Saqué un fuet!
 
Otro gran momento inolvidable… Fuet, cocacola ligth, amigas, música y Caribe.

Inigualable.

PD: os dejo el videoclip de Danza Kuduro para que entendáis la diferencia... jajaja

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