Antes de nada, esta entrada no es para todos los públicos.
Entre accidentes de avión de futbolistas y visitas relámpago
a España no he parado ni un momento…
Y hoy por fin, tras haber puesto dos lavadoras, depilarme y
hacer unas lentejas caseritas, me siento delante del ordenador para contaros
cosas.
Estoy bastante cansada, ayer, mientras cenaba con unos
amigos, les contaba que desde mediados de Septiembre, no ha habido una semana
de relax a nivel informativo.
Una vez una tía mía y la señora que cuida a mi abuela me
dijeron que les encantaría saber qué es lo que hago aquí, a qué me dedico, así
que a grandes rasgos os voy a contar…
Me dedico a coordinar una empresa que bajo la rigurosidad de
una agencia de noticias, vende cual tiburón, cualquier imagen de tele o medios
para grabar esa imagen y sacar el máximo beneficio posible que me exige mi
empresa de siempre.
Suelo decir que lo que yo hago, es vender muertos, porque
las imágenes que más salen en la tele son muertos, pero desde septiembre, en el
país de la cultura de la violencia, he
vendido de todo.
Hemos pasado de firma de paz en La Habana a Firma de Paz en Cartagena,
a Plebiscito, de ahí al No tremendo de la mitad de los colombianos, saltamos al
Nobel de Santos y cuando creíamos que ya no podía pasar nada más, se nos cae el
avión con los jugadores de la final de la Copa Sudamericana.
Ha sido un no parar de intentar conseguir imágenes, de
buscar equipos profesionales que cuadraran con las necesidades de nuestros
clientes y posibles clientes. Continuo regateo, filtrar imágenes históricas,
conseguir entrevistas clave, calcular márgenes, horarios, transportes seguros…
Un stress tremendo, de verdad.
Así que cuando aterricé en España el viernes pasado, e iba
en el coche con mi madre de recado a recado sintiendo que todo funcionaba,
pensé que ya estaba a salvo, que nada podía pasar, que en Europa las cosas
funcionaban y que mi madre que sale de cualquier situación estaba ahí codo con
codo en el país que me vió nacer.
Iba escuchando su voz en modo “off” de eso que no entiendes
lo que dice pero que el sonido te llena de paz. Miraba la Castellana, con sus
semáforos, sus fuentes maravillosas y limpias, sus autobuses poco
contaminantes, el señor que pide en el Museo de Ciencias Naturales con mil
banderitas de España pero bien aseado y sentía eso, paz…
Pero en cuanto la abandoné rumbo a Sevilla, volví a darme de
bruces con la realidad… Cuando llegué a Sevilla un taxista muy sevillano él, me
timó nada más salir de la estación de Santa Justa y me cobró el triple de una
carrera normal. El avión que me llevaba de nuevo a Madrid después de visitar a
mi sobrinito , se averió y ya estando en pista decidió dar la vuelta, tardamos
tres horas más en salir y ahí nadie dijo ni mu.
Al llegar a las tantas a mi casa, el calentador no tenía
agua caliente… así que cuando tras un periplo tremendo, me senté por fin a la 1
de la madrugada a comer un plato de alcachofas con jamón de La Carretilla sin
haber conseguido conectarme al wifi de mi propia casa y puse la tele para ver
el 24h lo único que quería era volver a la otra casa donde estaba Paquita y
Pablo…
Encendí la tele y… aun sin escuchar nada vi la fachada de mi
casa de Colombia en la sección de internacional.
Apagué la tele y volví a encenderla, sintiéndome la
protagonista del Show de Truman, en la que todo el mundo gira en torno a mí y
todo es un complot… Seguía Colombia en antena.
Al parecer un señor muy rico muy rico, de esos de grandes
familias oligarcas de los que se apellidan Uribe, había secuestrado una niña de
los barrios que hay en las montañas, una niña de ascendencia indígena, de
estrato uno del barrio de detrás de mi casa. La había llevado a su casa de
barrio pijo y allí la había matado. Al darse cuenta de todo, había intentado
esconder la atrocidad de los hechos llamando a su hermano que era el mejor
abogado de todo Bogotá … Y todo eso había ocurrido ¡En mi propio edificio!
Un escalofrío recorrió toda mi espalda, e inmediatamente
relacioné todos los mails del trabajo que había leído ese día, con las
localizaciones de grabación que se habían establecido y aprobado con mi propia
casa.
Sentí que no había lugar donde no tuviera que trabajar,
donde no hubiera noticia que contar, y agotada y emocionada después de un fin
de semana de sobredosis de amor y buen rollo, acurrucada en mi sofá amarillo
vacío sin gato ni novio, empecé a llorar entre alcachofas y riquísima agua del grifo.
Me sentí agotadísima, impresionada por una historia que
tocaba todos los clichés de la sociedad Colombiana tan cerca y a la vez tan
lejos.
Tocaba la impunidad de los ricos, la desigualdad social, la
desprotección de la infancia y en especial de las niñas en un país que lucha
por avanzar en armonía.
Llamé a Pablo, que estaba muchísimo más impresionado que yo
ya que no había salido de casa en todo el domingo y la tele en Colombia no
paraba de bombardear cual culebrón de datos más escabrosos de toda ésta
historia. A Colombia le gusta la sangre y el morbo, así que las imágenes que
piden y publican aquí, tienen tres puntos más de escabrosidad que en Europa y
el pobre Pablo, europeo de a pie, estaba completamente flipado con lo que iba
leyendo y escuchando...
Nos reímos de mi frialdad ante el hecho y terminamos
hablando de nuestras aventuras y risas de ése fin de semana, olvidando los
malos royos que nos rodeaban. Quedaban 10 horas para subirme al avión, así que
sin lavarme los dientes me arrastré hasta la cama y me quedé dormida bajo mi
edredón gordo, con persianas opacas y calefacción puesta.
Me desperté como nueva, El País abría su sección de
internacional con mi edificio pero me dio un poco igual.
Al llegar a casa, casi 16 horas después, al más puro estilo
colombiano, mi portal se había convertido en un altar. Lleno de velas,
Vírgenes, Divinos Niños, mensajes, peluches y cómo no, gente rezando.
Estaba lleno de pijas con gafas de sol (era de noche) muy
afectadas, de cuatro por cuatro blindados con conductores esperando en las
puertas de sus vehículos y familias sacadas de revista dadas de la mano
poniendo más y más velitas. Los carteles pedían justicia.
Sin querer, volví a reflexionar de manera fría y distante.
¿Por qué aquí y no les van a dar el pésame a la chabola a la familia de la niña
a su barrio peligroso? ¿Por qué tanta gente rica que posiblemente ni se dé
cuenta de la otra parte de la sociedad colombiana? ¿Por qué nadie habla de la
impunidad que tienen unos aparcando sin orden y cortando la calle mientras
otros, a la hora del trabajo no pueden permitirse ni poner una velita para
rezar?
Me indigné de nuevo mientras subía mis maletas llenas de
turrón y mazapán a mi piso de alto estrato.
Hoy, cuatro días después, nadie habla de otra cosa. La masa
silenciosa, comienza a hablar de desigualdad, de la situación de las niñas en
los barrios de ocupación, de la impunidad de los delitos cometidos por
determinadas personas y demás… Parece que van dándose cuenta del fondo de la
cuestión…
Pero, tristemente, todos saben que la probabilidad de que el
monstruo de mi vecino pague una pena más pequeña de lo habitual es muy grande.
Se quejan, demonizan, pero son conscientes de que queda mucho por hacer para
que los ricos riquísimos sean colombianos como todos los demás.
Ayer por la tarde, el portero que estaba de guardia durante
los hechos, único testigo directo, apareció muerto en su casa.
El periódico El Tiempo, propiedad de un alto cargo de
familia oligarca habló de suicidio, El Espectador dijo “Presunto Suicidio” y
únicamente Semana habló de “aparecer muerto”. Parece todo una película... pero así es cómo se viven las historias periodíscas en el país del "Realismo Mágico"
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