sábado, 10 de diciembre de 2016

Se ha escrito un crimen

Antes de nada, esta entrada no es para todos los públicos.

Entre accidentes de avión de futbolistas y visitas relámpago a España no he parado ni un momento…

Y hoy por fin, tras haber puesto dos lavadoras, depilarme y hacer unas lentejas caseritas, me siento delante del ordenador para contaros cosas.
Estoy bastante cansada, ayer, mientras cenaba con unos amigos, les contaba que desde mediados de Septiembre, no ha habido una semana de relax a nivel informativo.

Una vez una tía mía y la señora que cuida a mi abuela me dijeron que les encantaría saber qué es lo que hago aquí, a qué me dedico, así que a grandes rasgos os voy a contar…

Me dedico a coordinar una empresa que bajo la rigurosidad de una agencia de noticias, vende cual tiburón, cualquier imagen de tele o medios para grabar esa imagen y sacar el máximo beneficio posible que me exige mi empresa de siempre.

Suelo decir que lo que yo hago, es vender muertos, porque las imágenes que más salen en la tele son muertos, pero desde septiembre, en el país de la cultura de la violencia,  he vendido de todo.

Hemos pasado de firma de paz en La Habana a Firma de Paz en Cartagena, a Plebiscito, de ahí al No tremendo de la mitad de los colombianos, saltamos al Nobel de Santos y cuando creíamos que ya no podía pasar nada más, se nos cae el avión con los jugadores de la final de la Copa Sudamericana.

Ha sido un no parar de intentar conseguir imágenes, de buscar equipos profesionales que cuadraran con las necesidades de nuestros clientes y posibles clientes. Continuo regateo, filtrar imágenes históricas, conseguir entrevistas clave, calcular márgenes, horarios, transportes seguros…
Un stress tremendo, de verdad.

Así que cuando aterricé en España el viernes pasado, e iba en el coche con mi madre de recado a recado sintiendo que todo funcionaba, pensé que ya estaba a salvo, que nada podía pasar, que en Europa las cosas funcionaban y que mi madre que sale de cualquier situación estaba ahí codo con codo en el país que me vió nacer.

Iba escuchando su voz en modo “off” de eso que no entiendes lo que dice pero que el sonido te llena de paz. Miraba la Castellana, con sus semáforos, sus fuentes maravillosas y limpias, sus autobuses poco contaminantes, el señor que pide en el Museo de Ciencias Naturales con mil banderitas de España pero bien aseado y sentía eso, paz…

Pero en cuanto la abandoné rumbo a Sevilla, volví a darme de bruces con la realidad… Cuando llegué a Sevilla un taxista muy sevillano él, me timó nada más salir de la estación de Santa Justa y me cobró el triple de una carrera normal. El avión que me llevaba de nuevo a Madrid después de visitar a mi sobrinito , se averió y ya estando en pista decidió dar la vuelta, tardamos tres horas más en salir y ahí nadie dijo ni mu.

Al llegar a las tantas a mi casa, el calentador no tenía agua caliente… así que cuando tras un periplo tremendo, me senté por fin a la 1 de la madrugada a comer un plato de alcachofas con jamón de La Carretilla sin haber conseguido conectarme al wifi de mi propia casa y puse la tele para ver el 24h lo único que quería era volver a la otra casa donde estaba Paquita y Pablo…

Encendí la tele y… aun sin escuchar nada vi la fachada de mi casa de Colombia en la sección de internacional.

Apagué la tele y volví a encenderla, sintiéndome la protagonista del Show de Truman, en la que todo el mundo gira en torno a mí y todo es un complot… Seguía Colombia en antena.

Al parecer un señor muy rico muy rico, de esos de grandes familias oligarcas de los que se apellidan Uribe, había secuestrado una niña de los barrios que hay en las montañas, una niña de ascendencia indígena, de estrato uno del barrio de detrás de mi casa. La había llevado a su casa de barrio pijo y allí la había matado. Al darse cuenta de todo, había intentado esconder la atrocidad de los hechos llamando a su hermano que era el mejor abogado de todo Bogotá … Y todo eso había ocurrido ¡En mi propio edificio!

Un escalofrío recorrió toda mi espalda, e inmediatamente relacioné todos los mails del trabajo que había leído ese día, con las localizaciones de grabación que se habían establecido y aprobado con mi propia casa.

Sentí que no había lugar donde no tuviera que trabajar, donde no hubiera noticia que contar, y agotada y emocionada después de un fin de semana de sobredosis de amor y buen rollo, acurrucada en mi sofá amarillo vacío sin gato ni novio, empecé a llorar entre alcachofas y riquísima agua del grifo.

Me sentí agotadísima, impresionada por una historia que tocaba todos los clichés de la sociedad Colombiana tan cerca y a la vez tan lejos.

Tocaba la impunidad de los ricos, la desigualdad social, la desprotección de la infancia y en especial de las niñas en un país que lucha por avanzar en armonía.

Llamé a Pablo, que estaba muchísimo más impresionado que yo ya que no había salido de casa en todo el domingo y la tele en Colombia no paraba de bombardear cual culebrón de datos más escabrosos de toda ésta historia. A Colombia le gusta la sangre y el morbo, así que las imágenes que piden y publican aquí, tienen tres puntos más de escabrosidad que en Europa y el pobre Pablo, europeo de a pie, estaba completamente flipado con lo que iba leyendo y escuchando...

Nos reímos de mi frialdad ante el hecho y terminamos hablando de nuestras aventuras y risas de ése fin de semana, olvidando los malos royos que nos rodeaban. Quedaban 10 horas para subirme al avión, así que sin lavarme los dientes me arrastré hasta la cama y me quedé dormida bajo mi edredón gordo, con persianas opacas y calefacción puesta.

Me desperté como nueva, El País abría su sección de internacional con mi edificio pero me dio un poco igual.

Al llegar a casa, casi 16 horas después, al más puro estilo colombiano, mi portal se había convertido en un altar. Lleno de velas, Vírgenes, Divinos Niños, mensajes, peluches y cómo no, gente rezando.

Estaba lleno de pijas con gafas de sol (era de noche) muy afectadas, de cuatro por cuatro blindados con conductores esperando en las puertas de sus vehículos y familias sacadas de revista dadas de la mano poniendo más y más velitas. Los carteles pedían justicia.

Sin querer, volví a reflexionar de manera fría y distante. ¿Por qué aquí y no les van a dar el pésame a la chabola a la familia de la niña a su barrio peligroso? ¿Por qué tanta gente rica que posiblemente ni se dé cuenta de la otra parte de la sociedad colombiana? ¿Por qué nadie habla de la impunidad que tienen unos aparcando sin orden y cortando la calle mientras otros, a la hora del trabajo no pueden permitirse ni poner una velita para rezar?

Me indigné de nuevo mientras subía mis maletas llenas de turrón y mazapán a mi piso de alto estrato.

Hoy, cuatro días después, nadie habla de otra cosa. La masa silenciosa, comienza a hablar de desigualdad, de la situación de las niñas en los barrios de ocupación, de la impunidad de los delitos cometidos por determinadas personas y demás… Parece que van dándose cuenta del fondo de la cuestión…

Pero, tristemente, todos saben que la probabilidad de que el monstruo de mi vecino pague una pena más pequeña de lo habitual es muy grande. Se quejan, demonizan, pero son conscientes de que queda mucho por hacer para que los ricos riquísimos sean colombianos como todos los demás.

Ayer por la tarde, el portero que estaba de guardia durante los hechos, único testigo directo, apareció muerto en su casa.

El periódico El Tiempo, propiedad de un alto cargo de familia oligarca habló de suicidio, El Espectador dijo “Presunto Suicidio” y únicamente Semana habló de “aparecer muerto”. Parece todo una película... pero así es cómo se viven las historias periodíscas en el país del "Realismo Mágico"


No hay comentarios:

Publicar un comentario