domingo, 18 de diciembre de 2016

Pesadilla antes de Navidad

Parece que ya es Navidad.

Aunque en Bogotá desde el 2 de Noviembre todas las tiendas te recuerdan que va a venir Papá Noel y todo está decorado como si la ciudad fuera un verdadero puticlub, ahora si que si, el pueblo colombiano se ha declarado en fechas de Navidad.

En países como éste, en el que no hay estaciones del año, el mes de diciembre, es aún más importante que para nosotros.

Se juntan las fiestas navideñas con el mes de vacaciones, así que todos cuentan los días para que llegue el 16 de Diciembre para estrenar el bañador, mirar el belén y escribir cartas  al “Niño Dios” y sobre todo para emborracharse, salir de vacaciones de colegio (los niños) y “rumbiar” (rumbear, irse de fiesta).

Todo lo hacen a la vez (nuestro agosto y nuestras navidades en el mismo mes) y las calles de las zonas comerciales y los principales parques se llenan de gente como si se tratara de una película de invasión zombie.

Diciembre es aquí un mes de familia, de amigos, de rituales religiosos y sobre todo de consumismo.

La primera fecha clave, que a mí me encantó y pienso repetir todos los años de mi vida, es el día de las velitas.

El 8 de Diciembre, Día de la Inmaculada Concepción, en cuanto cae el sol (como todos los días a las 18.05) las familias salen a la calle a poner velitas en los parques, las puertas de las casas, las ventanas, las plazas… Nadie lo sabe, pero la tradición se basa en que la luz significa la pureza, la virginidad, y ese día se conmemora el día de la “Concepción”, vamos el día que el Espíritu Santo baja, se le aparece a la Virgen y pone todo a funcionar…

Los colombianos, se sientan en el suelo, toman canelazo (agua panela calentita a veces con un chorrito de alcohol) mientras  rezan y juegan con las velas de colores.

Todo se llena de velas, de amigos, de familias, de personas felices que compran paquetes de 20 velas de colores y a medida que se adentra la noche, llegan las cervezas, de las cervezas al ron y del ron al aguardiente (guaro) y al día siguiente resacón.

Pasado el día de velitas llega la novena, que como su propio nombre indica dura nueve días.

Desde el 16 de Diciembre al 25 del mismo mes, cualquier grupo social, familia, amigos, comunidades de vecinos, empresas, clases de universidad, se reúnen en círculo y rezan alternándolo con la lectura de un librito que se llama “Novena” que va contando diferentes pasajes de la Biblia.

Normalmente se celebran por la tarde, después se comen buñuelos (que son bolas de pan requetefritas con queso) y natillas (que es una gelatina de leche) , se escuchan villancicos, y como todas las fiestas colombianas… llegan las cervezas, de las cervezas al ron y del ron al aguardiente (guaro) y al día siguiente resacón.

Las novenas son una especie de “postureo” a las que todos acuden, son invitados, desinvitados y cumplen rigurosamente durante los nueve días que duran.
Da igual que tengas que hacer muchas cosas, si en tu círculo se celebra una novena hay que ir y punto.

El viernes, tuve una reunión en una oficina de esas pijísimas de una empresa muy grande que quieren hacer unos vídeos corporativos…. a los 20 minutos  de estar conversando con el Director, correctamente pero con decisión, me echó de su despacho porque “a las 10.30 toda la oficina tenía que celebrar la novena”, y cuando salí de su despacho a las 10.32, en medio de la sala principal llena de mesas y ordenadores, todos los trabajadores en sillas puestas en círculo rezaban con las cabezas gachas en plan Kukux Clan pero sin capirotes.

Viendome ahí en medio, rompiendo la armonía religiosa, cómo no, fui invitada a unirme a tremendo evento y antes de que me diera cuenta, el Director de la Compañía, con en que había estado hablando hasta ese momento, ya estaba sentado en la única silla libre que habían dejado para unirse a su novena.

Educadamente decliné la invitación, porque en mi oficina que somos made in Spain. Ni novenas ni novenos, únicamente trabajo.
Pero lo que a mí más me alucina y más me hace pensar que en España la crisis nos ha hecho mejorar el planeta, es lo del alumbrado.

Desde el día de velitas, y durante todas la noches hasta que amanece, las calles se llenan de luces de colores, de hilo musical navidad-caribeño, de flashes, de leds, bombillas, de árboles con bolas luminosas, de estrellas que parpadean en las aceras y de papás noeles muy abrigados.

Es una auténtica pasada. El Ayuntamiento y las familias en sus casas, echan el resto y se encargan de que nadie, nadie, nadie, se olvide que es Navidad.

Éste año, para rizar el rizo, el Alcalde de Bogotá, les ha regalado a los 9 millones de bogotanos un espectáculo que desde el viernes pasado y hasta el 23 se repetirá cada hora en la Plaza Bolivar de luces y música, inspirado y gestionado por “La Fiesta de las Luces de Lyon”.

Así que el viernes pasado, cual idiotas inconscientes de lo que íbamos a sufrir, cuatro amigos y yo nos fuimos a ver el espectáculo de inauguración junto con la Orquesta Filarmónica de la Ciudad.

Íbamos felices, sorteando gente, esperando filas, saltando los puestos de ropa de segunda mano, las parrillas móviles llenas de mazorcas de maíz, las familias numerosas, los yonkis en las aceras, los carteristas navideños y los puestos de gorros de Papa Noel.

Y a unas tres cuadras del lugar del evento, empezamos ya a sentir que íbamos a estar bastante apretujaditos…

La plaza de Bolivar está rodeada por los edificios más emblemáticos de la ciudad, la Catedral, El Senado, La casa del Presidente y el Palacio de Justicia. Los cuatro edificios la rodean dejando hueco a 4 pequeñas calles que desembocan en la misma. Dos completamente inutilizadas por seguridad alrededor de la casa presidencial por las que únicamente pueden pasar personas acreditadas y la séptima y la octava.

Así que desde cuatro cuadras antes el tapón ya era importante.

Nxxxx, Jxxxx y yo conseguimos un sitio detrás de un escenario cercano al Congreso en el que podíamos ver casi todo, los otros dos restantes prefirieron meterse en el tumulto màs tumulto.
Disfrutamos como enanos cada segundo, los fuegos artificiales se intercalaban con los violines y las luces que enseñaban cómo la Catedral Bogotana se convertía en NotreDame, en selvas, en casas típicas de la costa y se derretía convirtiéndose en fuego…

Una verdadera pasada digna de una ciudad pudiente que comienza a sentir que se debe a sus ciudadanos.

La plaza estaba llena hasta la bandera, no cabía un alma y todo era alegría y color… Las parejas se besaban y hacían selfies, los niños gritaban de alegría y Nxxxx y yo dabamos saltitos cada vez que cambiaba el color de algo o sonaba una música conocida y tras 10 minutos de luz y sonido, tras una traca de fuegos artificiales, el espectáculo terminó.

Conscientes del agobio que se venía encima, Nxxx Jxxxx y yo salimos corriendo rumbo a las dos calles que nos sacaban de allí, pero fue demasiado tarde. Sin saber por qué, en cuestión de segundos nos vimos envueltos en una riada de gente que intentaba salir como nosotros.

La masa empujaba hacia la salida, y nosotras (algo más altas que el resto) veíamos como nuestros cuerpos sobresalían en medio de miles y miles de personas estrujándose cada vez más y más queriendo salir de la Plaza.

Miles de cuerpos, poco a poco se iban amontonando dirección las dos únicas calles estrechitas que dejaban salir de allí…. Calor, pisotones, gritos, quejas… Todos esos estímulos me iban dejando poco a poco sin oxígeno y hacían que mi miedo y angustia crecieran cada segundo.

Nxxxx, empujaba hacia delante, Jesús detrás de mi intentaba dejarme un pequeño círculo aire porque sin que le dijera demasiado se había dado cuenta de mi cara pálida de angustia.

Perdí el control tras 10 minutos de desesperación y presión,  le dije a Nxxxx que yo me daba la vuelta, que me quedaba en la plaza, sólo quería salir de allí, huir de tanta gente, respirar, sentir oxígeno.  Pero era imposible, no podía andar contra corriente, y poco a poco en vez de salir entraba en el embudo de la calle octava…

Miré a Nere y me di cuenta que ella estaba igual que yo, que aunque nos guiaba en la angustia sin decir nada, no sabía qué hacer y dándome la vuelta, casi sin sentir ya el suelo bajo mis pies miré a Jesús para que nos salvara.

“Nena, pal soportal” le gritó Jxxxx a Nxxxx señalando hacia la izquierda donde el Palacio de Justicia ofrecía un pequeño soportal donde resguardarse de la lluvia en los chaparrones bogotanos.
Cual autómatas, luchando contra la marea conseguimos llegar a una valla que separaba el gentío de la policía del soportal.

Nos paramos sobre ella, Jxxxxx apoyó sus manos en la pared y como si fuera súper man nos hizo una pequeña casita que nos separaba del resto del mundo sin que nos empujaran.

Pero yo no podía respirar, no podía dejar de moverme, quería salir de ahí, sentía como mi garganta se cerraba y ya no podía ni hablar…

Nxxxx intentaba calmarme, yo intentaba mirarla, pero no podía fijar los ojos en ninguna parte. Buscaba una salida, un lugar por donde huir de esa situación….
Nxxxxx, yo me voy donde la policía, le dije angustiada. Y rompiendo el protocolo, empujando a siete señoras, dos niños y cuatro hombres conseguí llegar a la verja de la policía mas lejana a la corriente.

Sorprendentemente estaba abierta, se podía pasar sin problemas, así que escabulléndome como una ratilla de ciudad, conseguí llegar al otro lado en el que en 20 metros cuadrados únicamente había un policía leyendo whatsapps en su celular.

Cogí aliento y empecé a llorar apoyada en la pared, sintiendo el aire, el frío y  por fin el espacio vital.

A los 2 minutos Nxxxx, más blanca aunque yo, asomó una pierna, un brazo y pudo colarse por el hueco que yo había descubierto.
Detrás vino Jxxxx, también agobiado pero no tan descompuesto.

Nxxx y yo nos dimos la mano, como sintiendo que gracias la una a la otra habíamos sobrevivido a nuestros miedos, no podíamos ni abrazarnos, pero sabíamos que estábamos a salvo.
 Anduvimos 10 metros por los soportales, paralelos a la calle octava y asomándonos a un altillo del soportal que nos separaba de la barbarie, sin habla y horrorizadas, gastamos los siguientes 40 minutos respirando frío y viendo a gente pasar.

Cuando por fin se pudo ver algo del suelo empedrado de la calle octava nos decidimos a salir, ya era tarde y quedarnos en el centro histórico no era buena idea.

Pudimos coger un taxi que nos llevó hasta casa de Nxxx y Jxxxx, donde sin nombrar nada religioso (porque ellos no creen en nada y nos pidieron que en su casa no se rezara) celebramos una novena atea, dándole gracias a la vida por mil cosas, con sus villancicos y su vino blanco de rueda que me habían traído mis amigas para una ocasión especial.



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