Fin de semana de contrastes.
Si por algo se define Colombia es por la variedad de
Colombias que alberga en su territorio.
Me río yo con las Españas y las diferencias culturales de
las múltiples regiones que nosotros
decimos que tiene nuestro propio Reino, al lado de las miles de Colombias que
tiene éste país.
Colombia además de las diferencias entre las regiones propias
de un país tres veces más grande que España atravesado por tres abruptas cordilleras
y sin ferrocarril, tiene el aliciente de la diferencia de estratos sociales que
animada por el sistema en sí, se mantiene y respeta en cada una de las
actividades del día a día de los lugareños.
El interior, donde se encuentra Bogotá es habitado por
colombianos desconfiados, trabajadores, amantes de sus tierras y gracias a la
altura del “altiplano” ajenos a problemas de sequías y desabastecimientos.
Sin embargo, la costa, donde se encuentran las famosas
ciudades de Barranquilla, Santa Marta y por supuesto la Heroica Cartagena de
Indias, son ciudades acosadas por los fenómenos meteorológicos (primero el niño
y luego la niña o al revés, no me acuerdo) y a consecuencia de eso, las desigualdades sociales se ven aún más agravadas.
De las tres, por el turismo y la belleza de las islas del
Rosario, Cartagena de Indias es la que para mi representa más claramente la
crudeza de las dos colombias, o las seis si se mira por estratos: la Colombia
riquèrrima y la colombia paupérrima.
Creo que he visitado la ciudad seis veces y cuanto más voy
más me doy cuenta de la gran brecha entre unos y otros . Es verdaderamente injusto y duro, y lo más
feo de todo, es que los pobres viven de los ricos y los ricos viven de los
pobres, sin darse cuenta del circulo vicioso en el que están que sobrevive año tras
año creando áreas inviolables que permiten la extraña convivencia de unos y
otros.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhngsdLOFQYhUingNB1R3RGtZVoC5fX7aPL-HicgbxDQJ4oWUU55aSIPmUJIVCuaQT97Fr1qoT9gMWKPnYdngBhZeBbOoPdzlzVUr7hLOQa6derWSWNpvRv_5PpHQFzJoOqtLHrEkcvvf1k/s320/IMG_20170305_094127.jpg)
Éste fin de semana, aprovechando que podía acreditarnos a
Pablo y a mí al festival de cine más antiguo de èste lado del charco, nos hemos
ido para allá, para la Cartagena Rica.
Ha sido un fin de semana de pseudotrabajo en el que nos
vimos traduciendo una entrevista de Denis Lavant del francés al Colombiano,
paseando cogidos de la mano por una alfombra roja en los premios más importantes
de la Televisión Colombiana y de paso hemos visto pelis de cultureta de esas
que a veces sales feliz y otras con la sensación de no haber entendido nada.
Hemos disfrutado de cada rato, siendo equipo y descansando,
hablando mucho, paseando poco y dormido mucho menos, pero nos ha venido a los
dos genial. Ayer en el avión sentaditos en nuestros asientos, mientras
volvíamos a la zona de “parqueo” porque el personal de tierra había calculado
mal los pasajeros y había una persona de más en el avión y esperábamos a que viniera
la autoridad aeroportuaria para echarla de la aeronave (porque éstas cosas
pasan en Colombia y te cuestionas el control que tienen en éste país en los
aviones) nos decíamos y reiterábamos lo genial que había ido el fin de semana.
Pues bien, Pablo voló el viernes por la noche, pero yo, que tenía
que trabajar en una cosa para la Internacional Socialista que se celebraba éste
fin de semana y además hablar con unos cámaras de allí, volé el viernes por la mañana
y esperé a que él llegara haciendo mil cosas.
Mis asuntos terminaron a las 5 y como no sabía qué hacer,
aprovechando que EFE le había pedido al fotógrafo que fuera a cubrir unos
combates de boxeo de las Series Mundiales, me uní a su plan si pensarlo, con el
fin de podéroslo contar y vivir una nueva colombianada.
En la costa el baseball y el boxeo son los deportes estrella.
Y en Cartagena, gracias al Kid Pambelé, el primer Colombiano que ganó el título
mundial de boxeo allá por el 72, que era Palenque, un pueblo muy cerquita de la
ciudad heroica, a quien más quien menos le pirra un deporte que a mí siempre me
ha dado miedo y me recuerda a eurosport en la tele de mi abuelo.
Cuando pedí el taxi en el hotel (situado en el microcosmos
pijo) dirección el Coliseo Bernardo Caraballo , el de recepción puso los ojos
como platos, y no me dejó montarme en el carro hasta que él comprobara que el
taxista era de fiar. Me negoció el precio como si fuera una gringa tonta y
anotó en un papelito la placa TES645. Mientras el taxi arrancaba, aun sin
cerrar la puerta, aprovechó para darme la tarjeta del hotel “por si tenía
cualquier problema” que èl estaría atento.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjU_1p-63GVszyouhuEAiaHindGWSqY6FjWuAdh9bx1vcRgicJU5o48MwpKKWNH5qwBftQIyenlTW6qwXX-AcsiFO4CB5SpSSHmcTcVtmjgE3Yvp_iDz60GSGERgcKjT4xsuyeA3ZPELq7U/s320/tercer+round.jpg)
Al llegar cientos de hombres, de todas las edades se iban
sentando en las gradas de un polideportivo nada que envidiar al de Navarmado
(el de mi pueblo) con sus gradas de cemento, sus luces amarillitas y sus
canastas de metal. Pero en el centro, como si de los “Estates” se tratara, un
rin impoluto con sus chicas guapísimas sentadas en un ladito esperando a llevar
el número del round a combatir, sus jueces blanquitos de vaya usted a saber dónde
y “personalidades” esperaban a que llegaran los diez luchadores de la noche.
Era la única mujer extranjera, tal vez la única mujer sin
marido de todo el recinto y la única sin duda que no llevaba una lata de
cerveza en la mano.
Las series mundiales enfrentaban a Cuba con el equipo
Nacional, en cinco categorías y el público hacía notar que los puntos eran muy
necesarios para poder llegar a la siguiente fase.
Me pedí unas palomitas y un agua , a 50 centimos de euro (
1500 pesos) y comencé a disfrutar de la función. Al salir los cinco de
Colombia, vestidos con sus batines de raso y su botas profesionales a saludar, el público enloqueció y no cesaron los gritos
al menos hasta que yo abandoné el recinto tres horas más tarde.
Confieso que al rin miré bastante poco, porque el
espectáculo real eran las gradas….
Ver a viejos y jóvenes
gritando disfrutando de esa manera tan caribeña, juntos, sin ningún tipo de
miramiento a nada, gesticulando, saltando como poseídos, viejitos y niños de la mano simulando
puñetazos al aire, gritando cada vez que veían algún buen golpe… me hacía
sentirme la protagonista de cualquier documental.
Delante de mi un señor muy mayor, acompañado por su hijo de
unos cincuenta y su nieto de mi edad, intentaba controlar el tembleque de sus
manos (propio de un parquinson avanzado) y se apoyaba en su hijo cada vez que
la ocasión merecía un fuerte aplauso de pie. El hombre seguía con los ojos muy
abiertos cada momento y a pesar de no pronunciar palabra, decía con su sonrisa
lo encantado que estaba de poder estar allì.
A mi izquierda, el fotógrafo no paraba de disparar flashes y
demàs y a mi derecha, un hombre mayor
con sombrero, me iba explicando cada momento y situación consciente de su
superioridad en conocimiento y experiencia ante una gringa pálida como yo.
El tío disfrutaba tanto con cada movimiento, que se le
trababan las palabras y a penas se le podía entender, se desesperaba, se llevaba las manos a la cabeza, saltaba,
gritaba gesticulando y luego cuando gritaba cualquier improperio, educadamente
se sentaba a mi lado y tratándome de señorita me explicaba qué iba pasando.
De repente, sin darme cuenta, vi como en el piso inferior al
mío, apareció de la nada un pequeño charquito que poco a poco se hizo algo más
grande. Entendí que el entrañable viejito de delante se había hecho pis, y como
yo lo debimos entenderlo todos, pero como en las buenas familias, nadie dijo
nada y entre unos y otros solucionaron la situación. Un hombre puso un
periódico, el hijo del señor unos folletos y sin que nada pasara para no
quitarle la ilusión al señor, todos siguieron disfrutando del espectáculo comentándose
los golpes los unos a los otros incluyendo al octogenario.
El señor no volvió a levantarse, ni siquiera cuando “Walter
de Matanza” dejó acorralado frente a las
cuerdas al “Matador Andy Cruz” en la categorài de peso Walter. Su hijo tampoco se volvió a levantar, se quedaban los dos sentaditos aguantando el chaparrón pegados al frío hormigón y el nieto que no podía parar de lo excitado que estaba le besaba la cabeza con efusividad en cada momento a celebrar.
Me pareció súper tierno y ese momento, me hizo sentirme una
más, sin prejuicios de colores, razas o nacionalidades.
Antes de que terminara el último combate, para no tener
problemas con el taxi y verme sola en un barrio así, salí del recinto como
pude, no sin antes despedirme con un
fuerte apretón de manos de todos mis compañeros de batalla. El señor mayor,
quiso levantarse cual caballero para despedirse, todos le frenaron poniéndole
la mano en el hombro y yo muy educada, sin importarme pisar el pis ni pasar por
delante de su compañero de al lado bajé a su asiento a despedirme como si fuéramos
amigos de toda la vida.
En ese momento empezó el quinto round, y ya di igual, me
diluí entre la marabunta rumbo al taxi que me llevaría de nuevo a la otra Cartagena
donde acababa de aterrizar Pablo y nos esperaba un delicioso ceviche
cartagenero, entre fuegos artificiales y carros de caballos, para enrolarnos en la farándula y el cine de la
encantadora e hipócrita ciudad amurallada de Cartagena de Indias.
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