miércoles, 1 de junio de 2016

El Cotopaxi de Paulina


Ecuador es muy parecido a Colombia, pero se nota que ha crecido más despacito, y las infraestructuras, la organización de las ciudades, la higiene de las calles y las personas le dan mil vueltas a las de Colombia.

Los colombianos son más nuevos ricos, han crecido de golpe, tienen mayor industria, contaminación y caos…. éstos son más pobres, se nota que les falta desarrollo, pero lo básico lo tienen asegurado. Ecuador es más caro (su moneda oficial es el dólar desde el 2000 después de que el Gobierno no pudiera controlar la inflación) pero más seguro (hay niños en las calles hasta las 21.00 sin problemas jugando en las aceras).

Pues bien, este fin de semana Mónica, Jorge y yo hemos estado en Baños de Agua Santa (en el centro de Ecuador), Quito y el volcán Cotopaxi.
El volcán Cotopaxi, es un volcán enorme (5.897 metros), a 50 kilómetros de Quito que está considerado como uno de los volcanes más activos de la actualidad.

Es un volcán como todos nos lo imaginaríamos: puntiagudo, altísimo, nevado arriba y siempre siempre cubierto de nubes que llenan aun más de misterio algo tan “mágico” como un volcán tapando y descubriendo diferentes zonas de la copa del volcán.

A los viajes que vamos, normalmente, nos dividimos las misiones para ir a los sitios: Uno busca lo que hay que ver, otro los hoteles, otro cómo moverse… Pues bien, mi misión esta vez fue cómo ir a los sitios…

jueves, después de mil horas de curro, busqué e imprimí “cómo llegar desde Quito a Cotopaxi”, y aunque en el papel quedaron claras las indicaciones, resultó que el blog por el que me guié, nos mandó a la estación norte, cuando debíamos haber salido de la sur (perdiendo una hora y media de tiempo, 25 dólares y una mañana soleada preciosa). Cuando llegamos a la estación del norte volvimos a la del sur y una vez subidos al bus que nos dejaba en la salida de la autopista para entrar al volcán Cotopaxi, se acabaron las indicaciones. Confieso que durante media hora pensé que íbamos a terminar en medio de la nada, pero cuando nos bajamos en aquella cuneta, un ángel en forma de indígena pequeñita con sombrero rojo se nos apareció.

En el andén de enfrente de la autopista, moviendo la mano con un mapa del Cotopaxi, la Señorita Paulina y su sombrerito colorado con plumas, nos esperaban como si supieran a qué hora y de qué forma iban a aparecer tres turistas españoles con ganas de conocer.

Su “camioneta de doble cabina” (una pickup de toda la vida) estaba acreditada por el parque, así que tras jugarnos la vida cruzando 10 carriles (5 por sentido) llegamos donde estaba ella para que nos explicara que solo la comunidad indígena que poblaba las faldas del Cotopaxi podía guiarnos dentro. 

Negociamos una tarifa y nos adentramos en el parque natural.

Paulina, nos iba contando cosas de turistas, que si el 15 de Agosto del 2015 fue la última expulsó cenizas y azufre, que si sedimentos, que si la última vez que erupcionó fue en 1877...
Había demasiadas nubes, el volcán solo dejaba ver pocos metros de nieve, pero no asomaba su cono puntiagudo y altísimo, así que nos centrábamos en mirar por las ventanas escuchando lo que podía aportarnos la guía….

Pero a mí lo que más curiosidad me daba, más que tímido volcán, era ella, una indígena con forro polar verde y naranja, tez lisa y oscura, ojos rasgados y  sombrero de  ala estrecha y copa baja rojo adornado por un lazo de raso, cinco plumas y una flor.

Una mujer que conducía una pickup enorme, muy pegadita al volante (porque medía menos de metro y medio) dando datos, narrando historias de una manera culta, adaptada al público y exacta sin perder su esencia cultural, ella sí que era un misterio...

Así que me vi obligada a hacer técnica de abuela Pacucha, que es preguntar sin preguntar, dar bola y sacar cuantos más datos mejor, pero hablando de cosas normales en el “idioma” de mi interlocutora…

Al principio la tía no soltaba prenda, pero luego, cuando descubrimos que teníamos todos la misma edad, se soltó, se sintió cómoda y nos contó que estaba muy preocupada, porque la gente de su comunidad se estaba yendo porque el volcán estaba bastante activo, que ahora había problemas en las asambleas, que ella tenía una niña de tres años, que la dejaba con su madre cuando enseñaba el volcán y que al día siguiente, iba a montar en avión por primera vez porque iban a ir las tres (su hija, su madre y ella) a rezar y traer a la virgen del Cisne, para que les ayudara. Paulina hablaba como a saltitos, pero cuando hablaba notabas que era una persona con cultura, que había salido de su comunidad, que estaba segura de sí misma y que era feliz allí, entre rocas, cenizas y conejitos entre la tundra.

De nuestras conversaciones de mujeres luchadoras, saltábamos a datos curiosos del volcán, pegando botes en el coche por caminos de rocas volcánicas, bajando para observar ríos, fangos y demás… volvíamos a subir al coche, nos soltaba de datos de lava y piedra pómez, volvía a conversaciones de cierres de escuelas, desplazamientos por cenizas y periodismo en Latinoamérica…  Una auténtica delicia.

Cuando nos dimos cuenta, estábamos en Marte… En una zona sin vegetación, tan solo unos pequeños arbustos que crecían luchando contra el frío y el viento…en medio de una gran pradera desnuda. Y entre arbustos y arbusto piedras desperdigadas.

Grandes, pequeñas, medianas, más oscuras, mas blanquecinas, cubiertas de líquen blanco, completamente desnudas… Paulina nos contó, que esas piedras habían sido expulsadas del volcán en la última erupción, pero las que tenían liquen, podrían ser de la explosión de 1877. En ese momento pensé en mi sobrino Yago, en lo que le gustaría saber cómo piedras tan grandes (algunas más grandes que un coche) habían saltado por los aires hasta llegar allí y sin querer, como me pasa cuando pienso en mis sobrinos, pues lo conté en alto... Todos sonrieron, pero seguimos haciendo fotos y tocando la extraña naturaleza que nos rodeaba vigilados por un volcán entre nubes que no dejaba asomar su imensidad…

De ahí, nos fuimos al lago de Cotopaxi, a hacer una pequeña caminata y mientras recorríamos los márgenes de la laguna y hablábamos un poco sofocados por la altura de naturaleza y demás alternando con canciones de Disney…. Cuando llevábamos unos 20 minutos andando,  Paulina nos hizo parar y acercándose a nosotros, nos enseñó cuatro piedras, “los cuatro tipos de piedras saltarinas” las tituló utilizando mis palabras adaptadas a lenguaje sobrinil.

 Nos explicó la vida de cada una, su peso, su edad y sus funciones mas o menos medicinales en su comunidad…  Al terminar la explicación, cuando Jorge y Mónica siguieron su camino, Paulina  recogió las cuatro piedras y mirándome con una sonrisa me dijo, son para tu sobrino “Mago”.  (En las comunidades indígenas Yago debe sonar rarísimo). Abrí las manos y sosteniendo las piedras con una sonrisa, no me digáis porqué, sentí que era el mejor regalo del planeta tierra y me emocioné…

En ese momento de nudito en la garganta y sonrisa de oreja a orejam Mónica, que como os he contado un par de veces es  la mujer más vasca del planeta, pegó un grito de loca y nos señaló el volcán.

Las nubes dejaron por unos segundos ver el volcanazo que teníamos enfrente, un triángulo perfecto a cinco mil ochocientos metros, que desde lo alto parecía amenazarnos con su grandiosidad…





Yo con mis piedras en las manos, sintiendo el viento en la cara, durante esos cinco segundos, me sentí la tía más orgullosa y feliz del planeta… No me digáis porqué, pero ahí, plantada como una idiota ese volcán me hizo dejar de pensar en mil cosas y centrarme en la nada, en el Cotopaxi y en el regalazo para mi amigo Yago.

Al terminar la jornada, nos despedimos de Paulina encantados de la vida, y cuando llegamos al hostal con la mochila llena de piedras, el dueño, nos esperaba preocupado en la misma puerta porque durante la noche había habido expulsión de vapores y actividad volcánica y no le dio tiempo a avisarnos antes de que saliéramos y al tardar tanto (recordemos que perdimos casi dos horas en ir a la estación norte y luego volver) estaba preocupado por nosotros...

Todo el día con Paulina, y la tía no nos había dicho ni mu, ni siquiera nos había advertido un poquito de la peligrosidad del tema… ¿Sabéis que os digo? Que me quiten lo bailao! A mi Paulina me flipó y el Cotopaxi también oye!








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