lunes, 13 de junio de 2016

Asociación GastroAlcoholica la Libreta Bogotana

Bogotá es una ciudad complicada… Por decirlo de manera bonita y elegante…

La temperatura ronda siempre la chaquetita y la cazadora.
Llueve todos los días de moderadamente a chaparrón tropical y la altura no deja que respires bien algunas veces. 2.600 metros de polución se notan en cualquier caminata, clase de spinning e incluso en unas temidas abdominales.

Además de eso, Bogotá es una ciudad contaminada. La lluvia hace que todos los días se regenere el aire, pero pasear por las calles principales conlleva tragar humo negro de busetas que sin ningún orden paran allá donde alguien levanta el brazo para subirse, creando aún más caos circulatorio.

Por último, la capital colombiana, no es demasiado segura. Por el día no suele haber problema, pero a partir de las 19.00 es importante andar con cuidado, no pasar por muchas calles e intentar ir siempre (ya partir de las 21.00 obligatorio) en taxis seguros y que éstos, esperen a que entres en el portal.

Pero, debido a todos éstos condicionantes, o simplemente por casualidad ( o tal vez porque el colombiano de estrato seis es también muy disfrutón). Bogotá tiene algo fantástico, y es una oferta gastronómica a precios asequibles que no he visto en ningún otro lugar del mundo. (Tampoco tengo yo mucho mundo que se diga ¡oiga!)

En Bogotá, no habrá buen pescado ni buen marisco, pero si quieres comer cualquier tipo de comida del mundo y muy muy muy buena,  por menos de 50€ , te pones las botas en cualquier restaurante sin excepción.

El restaurante más caro rondará los 50€ pero la media de un restaurante bueno bueno son 15€.

Existen dos o tres zonas llenas de restaurantes de todos los colores y tamaños, que luchan por superarse día a día para llenarse de “gomelos” de estrato seis que van creciendo cada mes al mismo ritmo que crece la clase media colombiana y los expatriados llegan a construir la futura Colombia en Paz que dice Santos.

La zona G (de Gourmet) está a tres calles de mi casa y es la más rica en oferta gastronómica de toda la ciudad. Cada casita es un restaurante, cada bajo es un “bistro” y cada garaje una cafetería con encanto.

Así que debido a esta gran oportunidad que nos regala Bogotá, Luca (un italiano que está pasando una excedencia haciendo voluntariado en Colombia), Diana (con la que fui a Pasto) y yo, hemos creado la “Asociación GastroAlcoholica de La Libreta Bogotana”.

A partir de ésta línea, ruego a los lectores, que se quiten todos los prejuicios y etiquetas de la cabeza. Daros cuenta en qué parte del mundo estamos, en la que tanto tienes tanto vales, en la que el extranjero se presupone rico y en la que comer bien, no es un vicio, sino en muchos casos una necesidad inalcanzable. Recordar la sociedad de estratos en la que el español está por encima… Y en la necesidad que tienen unos de otros para seguir así…

Así que después de acordaros de eso, siempre desde el respeto y siempre,  siempre conscientes de nuestro origen, nuestros valores y nuestras inquietudes,  disfrutamos de algo que en Madrid sería tachado de yupi superficial, pero aquí es simplemente aprovecharnos de una oportunidad circustancial que nos regala esta gran ciudad.

La “Asociación GastroAlcoholica de La Libreta Bogotana” consta de tres pilares fundamentales;  la Presidencia (Diana) el Tesorero (Luca) y la Secretaria (Servidora).

Y todos los jueves que coincidimos los tres en la Capital nos reunimos alrededor de una de las mejores mesas de la ciudad para deleitarnos con deliciosos platos regados normalmente con vinos de la Madre Patria.

Elegimos por estricto orden (un jueves cada uno) y democracia (El voto de la presidenta vale por dos debido a su experiencia en la ciudad y sus contactos) un restaurante de Bogotá.

Quien lo propone tiene que vendérselo al resto explicando el porqué de su elección y dónde ha conseguido conocer el restaurante al menos 48 horas antes del jueves.

Una vez elegido, el día en cuestión, comenzamos siempre con una caña (yo siempre llego tarde porque salgo de la oficina a las mil…) llegamos al restaurante en torno a las 20.30 de la noche y en ese momento comienza la función, el ritual de la libreta…

Llegamos muy serios, solemos darnos un apretón de manos con el jefe de sala para presentarnos, que se queda algo cortado porque no es una actitud muy normal entre los extranjeros alabar el trabajo de quien organiza el movimiento en los salones.

Elegimos, siempre con educación, mesa (no necesariamente tiene que ser la que nos den) buscamos luz, ambiente y comodidad.

Nos aprendemos el nombre de nuestro camarero, nos presentamos  a él también y en ese momento, mientras el camarero nos mira y tiene cerca, yo saco LA LIBRETA y el boli.

Todos, todos absolutamente TODOS los meseros, miran la libreta con curiosidad, pero nosotros, en ese momento, tratamos de no darle importancia.

Abro mi libreta seriamente, me la pongo a la izquierda de mi plato, y escribo el nombre del restaurante (bien grande y claro para que lo lea el camarero), la fecha y ahí, ya estamos preparado para pedir la carta de vinos.

Si el camarero es avispado, en ese momento corre a hablarle de la libreta al jefe de sala, sino él mismo nos traerá la carta de vinos…

Mientras Luca (suele ser él, que le encanta el tema del vino) elige y comenta los “caldos” con su elegante acento veneciano, es el momento en el que yo suelto la clave de la noche, explico el porqué de la libreta.

“Es que estamos realizando un reportaje, o bien escribimos reseñas o cualquier cosa por el estilo, de tinte culinario ya que Luca y yo nos dedicamos al mundo de la comunicación (no contamos mentiras, él es publicista y yo productora) y nos gusta mucho el tema… ó yo tengo un blog…”  

Si no le da mucha importancia comenzamos a hablar de cuatro vinos (que como en Colombia nadie tiene ni idea siempre vamos a saber mucho más que ellos) y pedimos de los baratos el mejor.

Es en ese momento justo cuando empieza la gran experiencia…

Al ser muy buenos restaurantes, y nosotros unos “clientes que hay que tratar muy muy bien por nuestra condición de extranjeros y de periodistas culinarios”, los camareros siempre son excelentes y entre ellos y Diana suelen elegir todo el menú.

Comemos siempre lo recomendado, lo que hemos leído en algún sitio que debemos pedir, pero sobre todo lo que el camarero o el jefe de sala le recomienden a nuestra Presidenta…

Es una auténtica delicia… 

Hemos probado ceviches de camarones que se deshacían en la boca antes de morder, caldeiradas de pescado que olían a casa de la abuela, carrilladas de ternera que no necesitaban cuchillo para partirse, boquerones en vinagre que sabían a sol de domingo español en terracita con el periódico, platos con nombres tan exóticos como “Langostinos del sur viajando al norte” o “Cochinillo a nuestra manera” firmados (por que los platos pijos no se hacen sino que se firman) por Chefs con distinciones internacionales como Paco Roncero, Gaston Acurio… es una pasada…

Cada plato conlleva un comentario del mesero de turno.

Nos explica cómo comerlos (el orden y los sabores que tenemos que encontrar) , de dónde son las carnes y si es un restaurante de comida de algún país específico, nos cuenta de la cultura del lugar.
Mientras, muy en nuestro papel, lo miramos desde distintos ángulos, hacemos preguntas del plato y yo voy apuntando cualquier cosa que se me ocurra en mi libreta con letruja difícil de apreciar,  como que a Diana se le ha caído una patata al suelo, que el baño tenía un lavabo muy bonito, que me acuerde mañana de poner la lavadora… Cualquier cosa que pegue con mi cara de interesante y con el discurso del camarero en cuestión. A veces, Luca, me dice "apunta eso por favor" y yo obedezco sin rechistar.

Mientras comemos y saboreamos hasta la última miguita, arreglamos el mundo.

Luca y Diana son bastante cultos y se puede aprender muchísimo entre cochinillo y tempura de jamón.

Hablamos de política (Diana está afiliada a un partido y es fiel defensora de sus colores, Luca es un currante estratega super enterado de mil cosas y yo les cuento noticias o cosas que leo de Colombia), de economía o de cualquier tema que conlleve, sin querer, un poquito de “interesentantismo”.

Es nuestro momento de la semana y las conversaciones siempre son súper enriquecedoras.

Supongo que es por lo rico de la comida, que terminamos divagando sobre temas de lo más transcendentales…

Pero este plan tiene un inconveniente… Como no son todos los jueves, y Diana y yo pisamos el tapón de una botella de vino y nos emborrachamos, al tercer plato ya vamos por nuestro segundo vino y pasa lo que pasa, vamos con ese puntillo que te da igual que te pongan ocho que ochenta.  

Así que normalmente, empezamos de los más críticos profesionales y terminamos partidos de risa por cualquier tontería perdiendo toda credibilidad.

Todos los postres nos parecen fabulosos, aunque ni los saboreemos del contentillo que llevamos… Suele ser Luca quien los elije también.

Cuando nos traen la cuenta, el ritual siempre es el mismo: Cada uno da una cifra de lo que nos va a costar el banquete y quien más se acerca… ¡Gana! (aunque no ganamos nada).

Nunca hemos pagado más de 30€ por cabeza, suele rondar los 15-18. Es un lujo impresionante.

Pagamos, Luca se fuma su cigarrito en el porche de turno, pedimos nuestros taxis y nos vamos a la cama no sin antes escribir el whatsapp de rigor de “He llegado a casa” “ Ha sido genial”.

El Club GastroAlcohólico de La Libreta Bogotana, ha encontrado su razón de ser y por unas horas nos hace jugar a ser otros mezclados con nosotros mismos y disfrutar de las fabulosas cosas que ofrece esta ciudad inmensa (e inmensamente complicada) que cada día inaugura mejores restaurantes.

PD: Aceptamos invitados, aunque Luca se va en nada y nos deja solas a la Presi y a mi... así que cuando vengáis estaréis invitados.

1 comentario:

  1. Jajajjaja... Qué estupendo lo que contáis y, más que lo que contáis, lo que degustáis! Yo me apuntaba aunque fuera para guardaros la chaquetita en el guardarropía... Muakaaa

    ResponderEliminar