Parece que ya es Navidad.
Aunque en Bogotá desde el 2 de Noviembre todas las tiendas
te recuerdan que va a venir Papá Noel y todo está decorado como si la ciudad
fuera un verdadero puticlub, ahora si que si, el pueblo colombiano se ha
declarado en fechas de Navidad.
En países como éste, en el que no hay estaciones del año, el
mes de diciembre, es aún más importante que para nosotros.
Se juntan las fiestas navideñas con el mes de vacaciones,
así que todos cuentan los días para que llegue el 16 de Diciembre para estrenar
el bañador, mirar el belén y escribir cartas
al “Niño Dios” y sobre todo para emborracharse, salir de vacaciones de
colegio (los niños) y “rumbiar” (rumbear, irse de fiesta).
Todo lo hacen a la vez (nuestro agosto y nuestras navidades
en el mismo mes) y las calles de las zonas comerciales y los principales
parques se llenan de gente como si se tratara de una película de invasión
zombie.
Diciembre es aquí un mes de familia, de amigos, de rituales
religiosos y sobre todo de consumismo.
La primera fecha clave, que a mí me encantó y pienso repetir
todos los años de mi vida, es el día de las velitas.
El 8 de Diciembre, Día de la Inmaculada Concepción, en
cuanto cae el sol (como todos los días a las 18.05) las familias salen a la
calle a poner velitas en los parques, las puertas de las casas, las ventanas,
las plazas… Nadie lo sabe, pero la tradición se basa en que la luz significa la
pureza, la virginidad, y ese día se conmemora el día de la “Concepción”, vamos
el día que el Espíritu Santo baja, se le aparece a la Virgen y pone todo a
funcionar…
Los colombianos, se sientan en el suelo, toman canelazo
(agua panela calentita a veces con un chorrito de alcohol) mientras rezan y juegan con las velas de colores.
Todo se llena de velas, de amigos, de familias, de personas
felices que compran paquetes de 20 velas de colores y a medida que se adentra
la noche, llegan las cervezas, de las cervezas al ron y del ron al aguardiente
(guaro) y al día siguiente resacón.
Pasado el día de velitas llega la novena, que como su propio
nombre indica dura nueve días.
Desde el 16 de Diciembre al 25 del mismo mes, cualquier
grupo social, familia, amigos, comunidades de vecinos, empresas, clases de
universidad, se reúnen en círculo y rezan alternándolo con la lectura de un
librito que se llama “Novena” que va contando diferentes pasajes de la Biblia.
Normalmente se celebran por la tarde, después se comen
buñuelos (que son bolas de pan requetefritas con queso) y natillas (que es una
gelatina de leche) , se escuchan villancicos, y como todas las fiestas
colombianas… llegan las cervezas, de las cervezas al ron y del ron al
aguardiente (guaro) y al día siguiente resacón.
Las novenas son una especie de “postureo” a las que todos
acuden, son invitados, desinvitados y cumplen rigurosamente durante los nueve
días que duran.
Da igual que tengas que hacer muchas cosas, si en tu círculo
se celebra una novena hay que ir y punto.
El viernes, tuve una reunión en una oficina de esas
pijísimas de una empresa muy grande que quieren hacer unos vídeos
corporativos…. a los 20 minutos de estar
conversando con el Director, correctamente pero con decisión, me echó de su
despacho porque “a las 10.30 toda la oficina tenía que celebrar la novena”, y
cuando salí de su despacho a las 10.32, en medio de la sala principal llena de
mesas y ordenadores, todos los trabajadores en sillas puestas en círculo
rezaban con las cabezas gachas en plan Kukux Clan pero sin capirotes.
Viendome ahí en medio, rompiendo la armonía religiosa, cómo
no, fui invitada a unirme a tremendo evento y antes de que me diera cuenta, el
Director de la Compañía, con en que había estado hablando hasta ese momento, ya
estaba sentado en la única silla libre que habían dejado para unirse a su
novena.
Educadamente decliné la invitación, porque en mi oficina que
somos made in Spain. Ni novenas ni novenos, únicamente trabajo.
Pero lo que a mí más me alucina y más me hace pensar que en España
la crisis nos ha hecho mejorar el planeta, es lo del alumbrado.
Desde el día de velitas, y durante todas la noches hasta que
amanece, las calles se llenan de luces de colores, de hilo musical
navidad-caribeño, de flashes, de leds, bombillas, de árboles con bolas
luminosas, de estrellas que parpadean en las aceras y de papás noeles muy
abrigados.
Es una auténtica pasada. El Ayuntamiento y las familias en
sus casas, echan el resto y se encargan de que nadie, nadie, nadie, se olvide
que es Navidad.
Éste año, para rizar el rizo, el Alcalde de Bogotá, les ha
regalado a los 9 millones de bogotanos un espectáculo que desde el viernes
pasado y hasta el 23 se repetirá cada hora en la Plaza Bolivar de luces y
música, inspirado y gestionado por “La Fiesta de las Luces de Lyon”.
Así que el viernes pasado, cual idiotas inconscientes de lo
que íbamos a sufrir, cuatro amigos y yo nos fuimos a ver el espectáculo de
inauguración junto con la Orquesta Filarmónica de la Ciudad.
Íbamos felices, sorteando gente, esperando filas, saltando
los puestos de ropa de segunda mano, las parrillas móviles llenas de mazorcas
de maíz, las familias numerosas, los yonkis en las aceras, los carteristas
navideños y los puestos de gorros de Papa Noel.
Y a unas tres cuadras del lugar del evento, empezamos ya a
sentir que íbamos a estar bastante apretujaditos…
La plaza de Bolivar está rodeada por los edificios más
emblemáticos de la ciudad, la Catedral, El Senado, La casa del Presidente y el
Palacio de Justicia. Los cuatro edificios la rodean dejando hueco a 4 pequeñas
calles que desembocan en la misma. Dos completamente inutilizadas por seguridad
alrededor de la casa presidencial por las que únicamente pueden pasar personas
acreditadas y la séptima y la octava.
Así que desde cuatro cuadras antes el tapón ya era
importante.
Nxxxx, Jxxxx y yo conseguimos un sitio detrás de un
escenario cercano al Congreso en el que podíamos ver casi todo, los otros dos
restantes prefirieron meterse en el tumulto màs tumulto.
Disfrutamos como enanos cada segundo, los fuegos
artificiales se intercalaban con los violines y las luces que enseñaban cómo la
Catedral Bogotana se convertía en NotreDame, en selvas, en casas típicas de la
costa y se derretía convirtiéndose en fuego…
Una verdadera pasada digna de una ciudad pudiente que
comienza a sentir que se debe a sus ciudadanos.
La plaza estaba llena hasta la bandera, no cabía un alma y
todo era alegría y color… Las parejas se besaban y hacían selfies, los niños
gritaban de alegría y Nxxxx y yo dabamos saltitos cada vez que cambiaba el
color de algo o sonaba una música conocida y tras 10 minutos de luz y sonido,
tras una traca de fuegos artificiales, el espectáculo terminó.
Conscientes del agobio que se venía encima, Nxxx Jxxxx y yo
salimos corriendo rumbo a las dos calles que nos sacaban de allí, pero fue
demasiado tarde. Sin saber por qué, en cuestión de segundos nos vimos envueltos
en una riada de gente que intentaba salir como nosotros.
La masa empujaba hacia la salida, y nosotras (algo más altas
que el resto) veíamos como nuestros cuerpos sobresalían en medio de miles y
miles de personas estrujándose cada vez más y más queriendo salir de la Plaza.
Miles de cuerpos, poco a poco se iban amontonando dirección
las dos únicas calles estrechitas que dejaban salir de allí…. Calor, pisotones,
gritos, quejas… Todos esos estímulos me iban dejando poco a poco sin oxígeno y
hacían que mi miedo y angustia crecieran cada segundo.
Nxxxx, empujaba hacia delante, Jesús detrás de mi intentaba
dejarme un pequeño círculo aire porque sin que le dijera demasiado se había
dado cuenta de mi cara pálida de angustia.
Perdí el control tras 10 minutos de desesperación y
presión, le dije a Nxxxx que yo me daba
la vuelta, que me quedaba en la plaza, sólo quería salir de allí, huir de tanta
gente, respirar, sentir oxígeno. Pero
era imposible, no podía andar contra corriente, y poco a poco en vez de salir
entraba en el embudo de la calle octava…
Miré a Nere y me di cuenta que ella estaba igual que yo, que
aunque nos guiaba en la angustia sin decir nada, no sabía qué hacer y dándome
la vuelta, casi sin sentir ya el suelo bajo mis pies miré a Jesús para que nos
salvara.
“Nena, pal soportal” le gritó Jxxxx a Nxxxx señalando hacia
la izquierda donde el Palacio de Justicia ofrecía un pequeño soportal donde
resguardarse de la lluvia en los chaparrones bogotanos.
Cual autómatas, luchando contra la marea conseguimos llegar
a una valla que separaba el gentío de la policía del soportal.
Nos paramos sobre ella, Jxxxxx apoyó sus manos en la pared y
como si fuera súper man nos hizo una pequeña casita que nos separaba del resto
del mundo sin que nos empujaran.
Pero yo no podía respirar, no podía dejar de moverme, quería
salir de ahí, sentía como mi garganta se cerraba y ya no podía ni hablar…
Nxxxx intentaba calmarme, yo intentaba mirarla, pero no
podía fijar los ojos en ninguna parte. Buscaba una salida, un lugar por donde
huir de esa situación….
Nxxxxx, yo me voy donde la policía, le dije angustiada. Y
rompiendo el protocolo, empujando a siete señoras, dos niños y cuatro hombres
conseguí llegar a la verja de la policía mas lejana a la corriente.
Sorprendentemente estaba abierta, se podía pasar sin
problemas, así que escabulléndome como una ratilla de ciudad, conseguí llegar
al otro lado en el que en 20 metros cuadrados únicamente había un policía
leyendo whatsapps en su celular.
Cogí aliento y empecé a llorar apoyada en la pared,
sintiendo el aire, el frío y por fin el
espacio vital.
A los 2 minutos Nxxxx, más blanca aunque yo, asomó una
pierna, un brazo y pudo colarse por el hueco que yo había descubierto.
Detrás vino Jxxxx, también agobiado pero no tan
descompuesto.
Nxxx y yo nos dimos la mano, como sintiendo que gracias la
una a la otra habíamos sobrevivido a nuestros miedos, no podíamos ni
abrazarnos, pero sabíamos que estábamos a salvo.
Anduvimos 10 metros
por los soportales, paralelos a la calle octava y asomándonos a un altillo del
soportal que nos separaba de la barbarie, sin habla y horrorizadas, gastamos
los siguientes 40 minutos respirando frío y viendo a gente pasar.
Cuando por fin se pudo ver algo del suelo empedrado de la
calle octava nos decidimos a salir, ya era tarde y quedarnos en el centro
histórico no era buena idea.
Pudimos coger un taxi que nos llevó hasta casa de Nxxx y
Jxxxx, donde sin nombrar nada religioso (porque ellos no creen en nada y nos
pidieron que en su casa no se rezara) celebramos una novena atea, dándole
gracias a la vida por mil cosas, con sus villancicos y su vino blanco de rueda
que me habían traído mis amigas para una ocasión especial.