Querida familia, esta semana en vez de resumen voy a contaros que he organizado por mi cumple un muchosmas.org
¿Qué es eso? Pues ¿para qué liarse con regalos que tenéis que enviar (porque quedan 20 días para mi cumple) si podemos hacer algo mucho mas guay, mas bonito y más útil como escolarizar a un niño en Guatemala? Me he puesto como reto escolarizar dos años a un niño. Dos años él estudia por mi cumple como los dos años que su Continente me lleva prestando hogar…
Así que no lo dudéis, meteros en el siguiente link y que siga subiendo…
Bueno, como ya todos sabréis, un año más, el Carnaval, lo hemos pasado en Barranquilla.
Ha sido bastante especial, porque a pesar de la tira de años que llevamos, es la primera vez que Pablo y yo lo pasamos juntos y creo que ha sido inmejorable.
Al igual que hace dos años, hemos tenido el honor de poder desfilar con el Barrio de Abajo y una vez más, ha sido una experiencia completamente única.
Y digo única porque no se ha parecido nada a la anterior y como siempre, Colombia nos ha vuelto a regalar de esas experiencias que solo se ven en los documentales.
Todo empezó el sábado por la mañana, donde tras haber intercambiado unos whatsapps y haber recibido unos disfraces en nuestro hotel, (más o menos decentes por un precio completamente injusto) habíamos quedado frente a la casa del “Pavo” a las 10 de la mañana.
El Pavo, es toda una eminencia en el mundo del carnaval. Es un ex rey Momo (Rey del Carnaval) de unos 50 años bien vividos, organizador de la comparsa del Barrio de Abajo, uno de los barrios más humildes de Barranquilla y amo y señor de su séquito.
Él dirige, coordina la distribución de la bebida, para autobuses y “cuadra precios” para llevar a su barrio entero al desfile sin que le cobre un peso el autobusero, comprueba que la carroza funcione y hasta comprueba que las madres se ocupen de sus hijos y “no tomen” si hay niños pequeños…
El Pavo lo controla todo, lo sabe todo y lo dirige todo, pero siempre de “buena onda”, con guasa y al más puro estilo costeño, es decir con una sonrisa.
Por unas cosas o por otras, siguiendo el ritmo del área caribe, nos tocó esperarle a 39 grados a la sombra en la acera de su calle, en la que no había un alma ni nadie nos diera razón hasta que no llegara su líder.
A eso de la una y cuarto, a punto de desesperar, el Pavo apareció de la nada con su sombrero de paja y su tripa de hombre embarazado, fumando de medio lado y conduciendo su “motico” como un loco sorteando los miles de baches tan típicos de barrios como el que él domina.
Aparcó en la acera de enfrente, al sol, cogió su cigarro, desmontó de su caballo de baja cilindrada y mientras saludaba a “La Pava” con la mano se dirigió a nosotros desde el otro lado a gritos soltando “Son ustedes los que vienen a gosarla ¿no?” Y ahí comenzó todo.
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En diez minutos, los 25 españoles que estábamos ahí teníamos nuestras caretas hechas a mano por algún súbdito del Pavo y estábamos preparados para salir.
El Pavo paró otro autobús que pasaba por la calle sin tener nada que ver con él y tras conversar unos minutos con el conductor nos pidió que nos subiéramos rápido que nos llevaba al desfile y gratis.
Y allí que nos subimos todos, rumbo al carnaval.
Éste año, a diferencia del anterior, no hicimos el recorrido oficial, sino que hicimos el “Popular”.
Resulta que el Pavo, tras enfadarse con la organización porque le dio el último puesto en la cola del desfile oficial, tras años y años de participación histórica, años de sacrificio y diversión… Decidió que él y su gente no tolerarían tan tremenda deshonra y se fueron a desfilar al Carnaval Popular dejando al Oficial lleno de pijos y alta sociedad en los palcos sin ser honrados con su presencia.
El carnaval popular es el del barranquillero humilde, el que no hay que pagar por tener una silla a la sombra, el que las señoras te dejan hacer pis en sus casas a cambio de una ayudita mientras pasas por sus portales bailando. El carnaval popular no tiene reglas, ni tiempos ni organizadores nerviosos que te piden no dejar huecos entre carrozas, porque no hay carrozas sino coches tuneados.
No hay joyas sino plásticos de todos los colores y brillos, no hay clases, ni distinción de razas ni orden ni problemas de ir bebiendo mientras se desfila, sino que los cerveceros y guareros (los que venden alcohol de manera “informal” en las calles) bailan contigo mientras hacen negocios y ofrecen cualquier cosa para animar la fiesta.
Lo que seguro no hay en éste carnaval y posiblemente muchos de los que disfrutan de ésta fiesta no han hecho en su vida, es interactuar con gringos ni con ningún otro extranjero.
Y claro, este dato tan curioso que nos afectaba directamente, exige que en el Carnaval Popular, no puedes entrar ni permanecer, sino estás a pocos metros de alguien tan influyente como Pavo.
Nada más bajar del autobús nos percatamos del choque cultural por parte de los lugareños, pero poco a poco, a medida que nos íbamos adentrando en la marabunta de sudorosos costeños nos dábamos cuenta de que éramos los únicos extranjeros en kilómetros a la redonda y eso también nos empezó a chocar a nosotros mismos.
Cómo no, tuvimos que esperar de nuevo una hora o así a que todo se pusiera a funcionar. (el ritmo caribeño es desesperante...)
Y poco a poco el alcohol y el calor empezaron a hacer efecto en negros y blanquitos…
Así que rompimos el hielo unos y otros, al principio con timidez y más tarde con descaro, empezamos a bailar e interactuar con todos nuestros “vecinos” al más puro estilo barranquillero.
Compartimos comida, bebida, bailes… Empezamos a hablar de nuestras vidas, a bailar con los niños, con los adolescentes, las mujeres y hasta con los viejitos arrugados que se aferraban a cualquier botella que pasaba por sus manos.
En una de éstas, entre el bullicio, encontré a un chico alto, grandote y de tez blanca muy muy blanca. Estaba rodeado de cuatro chicas pequeñitas y risueñas que le miraban con admiración, y le decían con voz melosa…” a ver señor ¿Háblanos en español?”, el chico encantado se reía y hablaba de cualquier cosa.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhTVCiN3IP7uJe2hB3QEo3e_EpnuOuB5rGc9X6ETnVeEiF0mBg6L_ctEYjS3ckAOzovmcQeq_W6To92esc_3v8reo13F-Kxipi4ZZGCVetBDXa2HsxMQoQuOo82V6wyaHgbOVNWaob7ujXu/s320/WhatsApp+Image+2017-02-28+at+4.53.06+AM.jpeg)
Le dejé a su bola y fui engullida sin darme cuenta por los ojos de una niña de cinco o seis años que bailaba a ritmo de champeta delante de su madre y hermano que estaban sentados en una acera.
Su mamá de pómulos marcados y pestañas infinitas, que no superaría los veinte años, le daba de comer a su bebé gusanitos de color naranja fosforito mientras su niña no paraba de contonear las caderas mejor aun que Shakira en su último videoclip.
Me senté a su lado y le pregunté a la chica cómo se llamaba su bebé y en tono tímido y casi sin atreverse a mirarme, me dijo que se llamaba Santiago.
A mi se me iluminó la cara, le conté que yo tenía un sobrino que también se llamaba Santiago y que mi hermana tenía otra niña que le encantaba bailar como a su hija.
Mientras le contaba lo agobiada que estaba mi hermana con los niños, a la chica le saltaba la sonrisa sabiendo que en algún lugar lejano, alguien más blanquita y exótica, sufría con un Santiago y una niña bailonga como ella.
Su niña que al escuchar mi acento se acercó con los ojos muy abiertos, me preguntó cómo era mi sobrina y le hablé de su pelo rubio y de su piel tan blanquita tan blanquita que tenía que echarse crema aunque no le diera el sol y entre risas descaradas y con tono de superioridad con las manos en su cintura, mientras movía el cuello como sólo las negras saben acerlo, se atrevió a decirme
“ Es que mami, yo soy negra como mi papito”.
A los pocos minutos el Pavo tocó un silbato y todos poco a poco empezamos a marchar en cuatro filas intentando seguir el ritmo de los bailes organizados y exagerados de nuestra comparsa.
La orquesta champetera empezó a sonar, los gritos, los silbatos y el público enloqueció y durante las siguientes cuatro horas, bajo el sol de justicia barranquillero, seguimos la música y el flow negro ofreciendo la mejor de nosotros mismos a cada persona que nos pedía una foto o que nos preguntaba si éramos gringos.
Recibíamos abrazos de señoras gordas cuando les dábamos las gracias por dejarnos formar parte del “mejor carnaval del mundo” (Que todos sabemos que es una mentira piadosa porque el mejor es el de Ourense).
A las siete de la tarde, sin sentir los pies, los brazos y hasta el alma, llegamos al final del recorrido, donde dejaba de haber asfalto y cemento dando paso a uralita y tierra amarilla.
Frente a un campo de fútbol de tierra y porterías de madera, una calle de chavolas ofrecía sombra y “chuzos” (pinchos morunos) en cada puerta.
Derrotados, nos sentamos en lo que pareció ser una acera en otro tiempo.
El Pavo, muy de cerca sentado en una silla a la sombra, nos vigilaba con la mirada y mandaba a adolescentes a custodiarnos cuando veía a alguien que no le gustaba demasiado a nuestro alrededor, mientras bebía y tocaba las maracas con sus colegas.
Un adolescente empezó a intimidar a un señor muy mayor al otro lado de la calle y empezó a armarse revuelo.
Sin saber cómo ni porqué, les arrastró hasta el campo de fútbol mientras jóvenes y mujeres, seguían al líder con los dos hombres arranstrados de su camisa, a una distancia prudencial y nosotros alucinados, pegados al suelo sin saber que hacer, veíamos como la marabunta se alejaba detrás de nosotros con un orden y respeto sorprendente.
“Péguense, mátense si es tan importante es joder la fiesta” gritó el Pavo mientras les empujaba al centro del campo.
Los dos hombres, como dos perritos arrepentidos, mirando para abajo y sin saber donde meterse, se quedaron mansos y avergonzados uno frente al otro.
El jovencito, le tendió la mano al viejo que dudando un segundo, hizo lo propio mientras intercambiaban susurros o gruñidos…
Sonó una trompeta y de nuevo volvió la fiesta y la diversión.
Más tarde, el Pavo le explicó a un amigo que habían quedado para pegarse más tarde en casa y que era importante, que el viejo marcara respeto a los jóvenes porque era esencial para la comunidad saber quien mandaba.
A mí me pareció de lo más “manada de lobos”, pero ¿Cómo me voy a poner a juzgar a gente que sin importarles nada, ni quiénes éramos, ni de qué estrato veníamos y sin saber nada de nosotros nos abrieron sus casas, sus tradiciones y sus botellas?