lunes, 27 de febrero de 2017

El Pavo (Barranquilla 2017)

Querida familia, esta semana en vez de resumen voy a contaros que he organizado por mi cumple un muchosmas.org 
¿Qué es eso? Pues ¿para qué liarse con regalos que tenéis que enviar (porque quedan 20 días para mi cumple) si podemos hacer algo mucho mas guay, mas bonito y más útil como escolarizar a un niño en Guatemala? Me he puesto como reto escolarizar dos años a un niño. Dos años él estudia por mi cumple como los dos años que su Continente me lleva prestando hogar…

Así que no lo dudéis, meteros en el siguiente link y que siga subiendo… 

Bueno, como ya todos sabréis, un año más, el Carnaval, lo hemos pasado en Barranquilla.

Ha sido bastante especial, porque a pesar de la tira de años que llevamos, es la primera vez que Pablo y yo lo pasamos juntos y creo que ha sido inmejorable.
Al igual que hace dos años, hemos tenido el honor de poder desfilar con el Barrio de Abajo y una vez más, ha sido una experiencia completamente única.

Y digo única porque no se ha parecido nada a la anterior y como siempre, Colombia nos ha vuelto a regalar de esas experiencias que solo se ven en los documentales.
Todo empezó el sábado por la mañana, donde tras haber intercambiado unos whatsapps y haber recibido unos disfraces en nuestro hotel, (más o menos decentes por un precio completamente injusto) habíamos quedado frente a la casa del “Pavo” a las 10 de la mañana.

El Pavo, es toda una eminencia en el mundo del carnaval. Es un ex rey Momo (Rey del Carnaval) de unos 50 años bien vividos, organizador de la comparsa del Barrio de Abajo, uno de los barrios más humildes de Barranquilla y amo y señor de su séquito.

Él dirige, coordina la distribución de la bebida, para autobuses y “cuadra precios” para llevar a su barrio entero al desfile sin que le cobre un peso el autobusero, comprueba que la carroza funcione y hasta comprueba que las madres se ocupen de sus hijos y “no tomen” si hay niños pequeños…

El Pavo lo controla todo, lo sabe todo y lo dirige todo, pero siempre de “buena onda”, con guasa y al más puro estilo costeño, es decir con una sonrisa.

Por unas cosas o por otras, siguiendo el ritmo del área caribe, nos tocó esperarle a 39 grados a la sombra en la acera de su calle, en la que no había un alma   ni nadie nos diera razón hasta que no llegara su líder.

A eso de la una y cuarto, a punto de desesperar, el Pavo apareció de la nada con su sombrero de paja y su tripa de hombre embarazado, fumando de medio lado y conduciendo su “motico” como un loco sorteando los miles de baches tan típicos de barrios como el que él domina.

Aparcó en la acera de enfrente, al sol, cogió su cigarro, desmontó de su caballo de baja cilindrada y mientras saludaba a “La Pava” con la mano se dirigió a nosotros desde el otro lado a gritos soltando “Son ustedes los que vienen a gosarla ¿no?” Y ahí comenzó todo.

De las casas aledañas empezaron a salir disfrazados de marimondas niños, mujeres, adolescentes, viejos borrachos, un caballo de mentira, un hombre con una bicicleta vieja, un carro de la compra lleno de botellas de alcohol (también disfrazado) y acto seguido cuando el bullicio y el nerviosísimo reinaba en cada rincón, como si de una obra ensayada se tratara, un autobús viejo y oxidado paró frente a la casa del Pavo y todos se subieron al mismo dejando a las señoras más viejas y a los bebés pasar primero y disfrutar del calor asfixiante de un autobús sin aire acondicionado al sol pero sentados.

En diez minutos, los 25 españoles que estábamos ahí teníamos nuestras caretas hechas a mano por algún súbdito del Pavo y estábamos preparados para salir.





El Pavo paró otro autobús que pasaba por la calle sin tener nada que ver con él y tras conversar unos minutos con el conductor nos pidió que nos subiéramos rápido que nos llevaba  al desfile y gratis.

Y allí que nos subimos todos, rumbo al carnaval.

Éste año, a diferencia del anterior, no hicimos el recorrido oficial, sino que hicimos el “Popular”.

Resulta que el Pavo, tras enfadarse con la organización porque le dio el último puesto en la cola del desfile oficial, tras años y años de participación histórica, años de sacrificio y diversión… Decidió que él y su gente no tolerarían tan tremenda deshonra y se fueron a desfilar al Carnaval Popular dejando al Oficial lleno de pijos y alta sociedad en los palcos sin ser honrados con su presencia.

El carnaval popular es el del barranquillero humilde, el que no hay que pagar por tener una silla a la sombra, el que las señoras te dejan hacer pis en sus casas a cambio de una ayudita mientras pasas por sus portales bailando. El carnaval popular no tiene reglas, ni tiempos ni organizadores nerviosos que te piden no dejar huecos entre carrozas, porque no hay carrozas sino coches tuneados. 

No hay joyas sino plásticos de todos los colores y brillos, no hay clases, ni distinción de razas ni orden ni problemas de ir bebiendo mientras se desfila, sino que los cerveceros y guareros (los que venden alcohol de manera “informal” en las calles) bailan contigo mientras hacen negocios y ofrecen cualquier cosa para animar la fiesta.

Lo que seguro no hay en éste carnaval y posiblemente muchos de los que disfrutan de ésta fiesta no han hecho en su vida, es interactuar con gringos ni con ningún otro extranjero.

Y claro, este dato tan curioso que nos afectaba directamente,  exige  que en el Carnaval Popular,  no puedes entrar ni permanecer, sino estás a pocos metros de alguien tan influyente como Pavo.

Nada más bajar del autobús nos percatamos del choque cultural por parte de los lugareños,  pero poco a poco, a medida que nos íbamos adentrando en la marabunta de sudorosos costeños nos dábamos cuenta de que éramos los únicos extranjeros en kilómetros a la redonda y eso también nos empezó a chocar a nosotros mismos.

Cómo no, tuvimos que esperar de nuevo una hora o así a que todo se pusiera a funcionar. (el ritmo caribeño es desesperante...)

Y poco a poco el alcohol y el calor empezaron a hacer efecto en negros y blanquitos…

Así que rompimos el hielo unos y otros, al principio con timidez y más tarde con descaro, empezamos a bailar e interactuar con todos nuestros “vecinos” al más puro estilo barranquillero.

Compartimos comida, bebida, bailes… Empezamos a hablar de nuestras vidas, a bailar con los niños, con los adolescentes, las mujeres y hasta con los viejitos arrugados que se aferraban a cualquier botella que pasaba por sus manos.

En una de éstas, entre el bullicio, encontré a un chico alto, grandote y de tez blanca muy muy blanca. Estaba rodeado de cuatro chicas pequeñitas y risueñas que le miraban con admiración, y le decían con voz melosa…” a ver señor ¿Háblanos en español?”, el chico encantado se reía y hablaba de cualquier cosa.

Cuando me acerqué para mirar más de cerca me di cuenta de que el chico blanquito rodeado de despampanantes negras adolescentes, era Pablo, que encantado se reía no solo con ellas, sino con un señor que le hablaba de no se qué cosa del Madrid…

Le dejé a su bola y fui engullida sin darme cuenta por los ojos de una niña de cinco o seis años que bailaba a ritmo de champeta delante de su madre y hermano que estaban sentados en una acera.

Su mamá de pómulos marcados y pestañas infinitas, que no superaría los veinte años, le daba de comer a su bebé gusanitos de color naranja fosforito mientras su  niña no paraba de contonear las caderas mejor aun que Shakira en su último videoclip.

Me senté a su lado y le pregunté a la chica cómo se llamaba su bebé y en tono tímido y casi sin atreverse a mirarme, me dijo que se llamaba Santiago.

A mi se me iluminó la cara,  le conté que yo tenía un sobrino que también se llamaba Santiago y que mi hermana tenía otra niña que le encantaba bailar como a su hija.

Mientras le contaba lo agobiada que estaba mi hermana con los niños, a la chica le saltaba la sonrisa sabiendo que en algún lugar lejano, alguien más blanquita y exótica, sufría con un Santiago y una niña bailonga como ella.

Su niña que al escuchar mi acento se acercó con los ojos muy abiertos, me preguntó cómo era mi sobrina y le hablé de su pelo rubio y de su piel tan blanquita tan blanquita que tenía que echarse crema aunque no le diera el sol y entre risas descaradas  y con tono de superioridad con las manos en su cintura, mientras movía el cuello como sólo las negras saben acerlo, se atrevió a decirme 
“ Es que mami, yo soy negra como mi papito”.

A los pocos minutos el Pavo tocó un silbato y todos poco a poco empezamos a marchar en cuatro filas intentando seguir el ritmo de los bailes organizados y exagerados de nuestra comparsa.

La orquesta champetera empezó a sonar, los gritos, los silbatos y el público enloqueció y durante las siguientes cuatro horas, bajo el sol de justicia barranquillero, seguimos la música y el flow negro ofreciendo la mejor de nosotros mismos a cada persona que nos pedía una foto o  que nos preguntaba si éramos gringos.

Recibíamos abrazos de señoras gordas cuando les dábamos las gracias por dejarnos formar parte del “mejor carnaval del mundo” (Que todos sabemos que es una mentira piadosa porque el mejor es el de Ourense).

A las siete de la tarde, sin sentir los pies, los brazos y hasta el alma, llegamos al final del recorrido, donde dejaba de haber asfalto y cemento dando paso a uralita y tierra amarilla.

Frente a un campo de fútbol de tierra y porterías de madera, una calle de chavolas ofrecía sombra y “chuzos” (pinchos morunos) en cada puerta.

Derrotados, nos sentamos en lo que pareció ser una acera en otro tiempo.

 El Pavo, muy de cerca sentado en una silla a la sombra, nos vigilaba con la mirada y mandaba a adolescentes a custodiarnos cuando veía a alguien que no le gustaba demasiado a nuestro alrededor, mientras bebía y tocaba las maracas con sus colegas.

Un adolescente empezó a intimidar a un señor muy mayor al otro lado de la calle y empezó a armarse revuelo.

El Pavo saltó de su asiento y agarró a ambos hombres por la camisa. Todos le hiceron corrillo.

Sin saber cómo ni porqué, les arrastró hasta el campo de fútbol mientras jóvenes y mujeres, seguían al líder con los dos hombres arranstrados de su camisa, a una distancia prudencial y nosotros alucinados, pegados al suelo sin saber que hacer, veíamos como la marabunta se alejaba detrás de nosotros con un orden y respeto sorprendente.

“Péguense, mátense si es tan importante es joder la fiesta” gritó el Pavo mientras les empujaba al centro del campo.

Los dos hombres, como dos perritos arrepentidos, mirando para abajo y sin saber donde meterse,  se quedaron mansos y avergonzados uno frente al otro.

El jovencito, le tendió la mano al viejo que dudando un segundo, hizo lo propio mientras intercambiaban susurros o gruñidos…
Sonó una trompeta y de nuevo volvió la fiesta y la diversión.

Más tarde, el Pavo le explicó a un amigo que habían quedado para pegarse más tarde en casa y que era importante, que el viejo marcara respeto a los jóvenes porque era esencial para la comunidad saber quien mandaba.

A mí me pareció de lo más “manada de lobos”, pero ¿Cómo me voy a poner a juzgar a gente que sin importarles nada, ni quiénes éramos, ni de qué estrato veníamos y sin saber nada de nosotros nos abrieron sus casas, sus tradiciones y sus botellas?

lunes, 13 de febrero de 2017

Operación Señora Patata or Miss Potato

Hoy ha sido un día perdido… me he tirado toda la mañana en el segundo hospital más pijo de todo el país, la “Clínica El Country”.

Empezaré por el principio de los principios…

Como os he contado, el año pasado, en diciembre, se fueron la mayoría de mis amigas. Poco a poco la gente vuelve a España, y Pablo y yo, éste año, aún no hemos encontrado una nueva hornada que se adapte a nuestro rollo y edad, así que por ahora, solamente me queda de chicas (en Bogotá, porque la otra está en la ONU) Nxxxx.

Nxxx, la pobre, está todo el día malita y la tía se conoce medio Bogotá gracias a sus múltiples pruebas y despruebas que le hacen debido a su enfermedad principal, Lupus, y todas las que ésa acarrean.

Todos la cuidamos, intentamos animarla, pero la pobre no levanta cabeza…

 Yo, hasta hace unas semanas, creía que debería irse a España a sentarse en una sala de urgencias de un hospital público y no salir de ahí hasta que no le hubieran cambiado el chasis, las ruedas y las pastillas de freno. Pero a raíz del último episodio, creo que mejor debe quedarse aquí un poquito más y ya si eso cuando acabe su tratamiento irse.

A la tía, que tiene una carpeta gorda que se llama “Médicos Nxxx”, hace 15 días le diagnosticaron “tuberculosis”.

Si, tuberculosis, esa enfermedad que a nosotros nos suena a enfermedad del Siglo XIX donde las señoras iban a curarse a castillos en medio de las montañas (A lo Ana Karenina) o a primera guerra mundial con  enfermeras de faldas negras largas con cofia quitando el sudor con pañuelos bordados…  pues esa enfermedad que en España no hay, aquí en Colombia, si, se supone que la tiene mi amiga Nxxx.

Así que desde hace una semana, la pobre Nxxxx, no para de hacer pis de colores y tener síntomas de lo más raro mientras se traga cientos de series acompañadas de pastillas de tamaño pelota de pim pon y se aburre como una ostra en casa. Yo para quitarle hierro le he empezado a llamar Señora Patata, (por lo de tubérculo) y cuando voy a verla intento hablar poco de sus dolencias para que no le de vueltas, pero  ciertamente, está bastante pocha.

Antes de que supiéramos todos que era tuberculosis, Nxxxx se había tirado casi tres meses tosiendo como una loca y ahogándose en cada esquina y teniendo fiebre todas las noches. 

Como pensábamos que era un catarrazo agravado, pues nadie tomó precauciones y yo me fui con ella a mil sitios y nos encerramos horas y horas en un coche para ir a Villavicencio a ver vacas hace unos días. Intentábamos mimarla, abrigarla y darle mimitos en sus momentos flojos, pero para nada creímos que tuviera una enfermedad con un nombre tan feo como la tuberculosis.

Así que cuando le confirmaron que tenía supuestamente (porque aquí no son muy finos para los diagnósticos) tuberculosis, los médicos que le fueron a ver a casa, le pidieron que a sus “familiares más cercanos” se les hiciera la prueba para prevenir una posible propagación de la enfermedad en zonas urbanas, siguiendo el “Protocolo” habitual para éstos casos.

Así que detrás de su novio y sus compañeros de piso, en la lista de familiares cercana, estaba la única amiga española que tiene por aquí y que no para de verla que soy yo.

Nos lo dijo como si tal cosa, está acostumbrada a los médicos, en un grupo de whatsapp y a los que los médicos y las enfermedades no nos molan nada, se nos pusieron los ojos como platos al saber que teníamos que hacernos las pruebas y ahí empezar lo que hemos denominado “ Operación Señora Patata”.

¿Tuberculosis? Suena a todo menos bueno ¡coñe!

La gente que tiene contrato aquí, tiene “servicio médico” (llamado EPS) básico incluido y si pagan unos 100 euros más al mes y están completamente sanos (porque con enfermedades no te admiten), tienen “Prepagadas” que son “servicios médicos a la española” pero con sus carencias.

Las EPS, que se pagan con la nómina son en parte empresas privadas que gracias a Dios, no pisaré nunca, porque son un verdadero desastre.
No es que los profesionales sean malos, que no tengo ni idea, sino que la falta de sistematización, organización de citas, pruebas y demás es tan caótico y precario que si te pones malo, es posible que te cures tu sólo antes de que te vea un médico.

Nunca he ido a una EPS, pero por lo que cuenta Nxxxx son la casa de los horrores pero con acento de aquí…

Para las prepagadas, como en todas las cosas de Colombia, hay estratos… Si pagas más te tratan de lujo, si pagas menos te tratan más normal.

Cuando llegó Pablete, su empresa le preguntó qué Prepagada quería y el tío que es cómo yo con éstas cosas, se pilló la maxi plus deluxe que te cagas para que en caso de que se ponga malito no tenga ni que ir al hospital, sino que vienen a casa a verle. Su prepagada es lo máximo. Espero que no la tenga que usar nunca, aunque antes de que nos vayamos solo por curiosidad me encantaría llamar para viniera un señor Doctor elegante a casa con su maletín y su fonendo, o qué coño! Una señora Doctora colombiana dulce y guapa para que le alegre un poquillo la vista a Pablo! Jajaja. En fin…

Pero a lo que voy, los que somos expatriados, como yo, tenemos seguros médicos internacionales, de esos que se cogen cuando vas de viaje a países fuera de la UE. Un seguro que te cubre no sólo las urgencias sino que te devuelve a casa en caso de que sea necesario.

El mío es tan completo que si me ingresan más de tres días le pagan en vuelo a mi madre. Lo he pensado alguna vez… que estaría bien que viniera unos días, pero lo de dormir con una vía puesta me da yuyu... jejeje

Así que cuando tengo que ir al médico, tengo que ir como urgencias y es un verdadero lío.

Primero tengo que llamar a España, explicar qué me pasa, de ahí me envían un mail con copia al hospital explicando mis dolencias y diciendo que se harán cargo de todo.
Ayer, al llamar, me dijeron que mi seguro no cubría prevención, así que le tuve que decir a la señora del Seguro que tenía muchos de los síntomas que había visto en Nxxxx, porque de no ser así, ni pruebas ni leches. Le dije que iría al siguiente día, así que ella quedó en enviarme el mail durante mi noche.

Por la mañana, en mi bandeja de entrada no había nada, así que supuse que se habrían puesto en contacto con el hospital directamente y nada más despertarme y felicitar a Guillaume con un vídeo de cumple, me he ido para la Clinica El Country, que sólo admite grandes prepagadas…

En Admisiones, no habían recibido nada, pero al enseñarles mi póliza y leer “bussines Star Executive” han dado palmas con las orejas y me han dicho que podía entrar sin el mail que seguro que llegaba durante el diagnóstico.

Era prontito, y en la elegante sala de espera con sofás verdes y grises, habría seis o siete personas más esperando. Un niño francés con el brazo en cabestrillo con su mamá francesa de labios apretados y tremendamente esquelética; un señor engominado pero con cara desencajada y un dedo vendado con muchas gasas, una japonesa elegante más amarilla de lo normal, una mamá pija mandando whatsapps con un bebé y su cuidadora de uniforme rosita baby acunando el carricoche a su lado... os podéis imaginar el ambientazo…

A los dos minutos me llamaron para “catalogación” y una enfermera guapísima con cofia y pijama de hospital muy apretadito me ha preguntado que qué era lo que me pasaba.

Se lo he vuelto a explicar a ella también, me ha tomado la tensión, me ha puesto una 
pulserita y me ha vuelto a enviar a la sala de espera.

En ese momento me ha llegado el mail del seguro y he ido a decírselo a la de la puerta que me ha asegurado que a ella también le había llegado.

Tras cinco minutos de espera, viendo como poco a poco se iba animando la sala con más familias y personas con mascarillas, me han vuelto a llamar para que me viera una doctora.
La doctora, a pesar de apellidarme Patiño Cubeiro, me ha preguntado que si english or spanish, creo que en un momento de fardar de bilingüismo como quien dice “ojo que soy estudiada”. (No es la primera vez que me pasa y a veces me dan ganas de decir con acento de Lugo, “jalego” para ver cómo se queda el pijo de enfrente que me ofrece inglés antes que español).

Tras esa pregunta han venido mil más, sobre Nxxxx, sobre mis antecedentes, alergias, fiebres, reglas, operaciones… y de ahí nuevamente a la sala de espera que ya estaba bastante llenita y costaba encontrar sitio lejos de virus de guarderías.

Me han vuelto a llamar y ahí ha debido ser el momento en el que en el cerebro de la de admisiones ha sonado el ruidito de caja registradora mientras me veía entrar a la zona de pruebas.

Para saber si tengo tuberculosis, en vez de hacerme la prueba que hacen en las EPS que según parece es un raspadito en el brazo y al día siguiente vas a por tus resultados a mi me han mandado a Rayos X (donde he coincidido con el niño francés al que daban ganas de abrazar porque el pobre debía haberse roto algo y al salir de los Rayos X, tras su madre tiesa, él tenía los ojos rojos rojos de querer llorar.)

De los Rayos X, a los análisis en una sala que el techo, simulaba un cielo azul con nubes super realista y alegre y los asientos para recibir el pinchazo eran sofás mulliditos y acogedores.

el techo de la sala de análisis
Y de ahí, me han querido hacer otra prueba, pero al ver que eso era una tomadura de pelo, le he preguntado al Doctor si me la podía ahorrar (por tiempo) y al consultarlo con siete personas y perder el mismo tiempo que si me la hubiera hecho, han decidido que no era obligatoria.

He vuelto a la sala de espera que ahora si, parecía la sala de espera de un hospital y no cabía un alma.

De la nada, una señorita muy maja con cofia y uniforme a punto de explotar, me ha ofrecido un “tapabocas” (mascarilla de toda la vida) que viendo el percal de la elegante sala de espera,  me la he puesto sin pensar, como la gran mayoría de los allí presentes.
Como me habían dicho que los análisis tardarían al menos una hora y media y no podía salir porque con la pulserita que te ponen al principio el segurata de la puerta, no te deja pasar de la puerta a la calle por si te vas sin pagar… pues he ido a preguntarle a la de admisiones si todo estaba correcto.

Y claro, como era de esperar, no estaba todo correcto.

La tía no sabía abrir los adjuntos del mail y decía que en el cuerpo del mail no había nada y no podía dar la aprobación de seguro (es decir que lo iba a tener que pagar yo de mi bolsillo).
Me he armado de paciencia y suave y educadamente como el lugar lo requería, le he reenvido el mail (que tampoco ha podido abrir), he tenido que descargar los adjuntos a mi teléfono, enseñárselos, que ella se los enseñara a su superiora, que la superiora llamara a no sé quién y tras deliberar delante de mi teléfono y ver que eso no avanzaba, me he ofrecido a enviárselos por whatsapp al móvil personal de la señorita de turno para que se pudiera tramitar todo y así solucionar mi situación.

Mientras esperaba a que se pusieran de acuerdo, a mi lado, sin querer, escuché a otro extranjero que debía de estar sufriendo lo mismo que yo.

Como la señora que le atendía no hablaba ni papa de inglés y el pobre hombre no sabía nada de español, me ofrecí a ayudarle. Era un inglés, que tenía mala cara de verdad, como de mi edad, curraba aquí y como en mi caso, la de admisiones no había recibido el mail de confirmación y le querían cobrar la súper factura a él que ya había pasado por los especialistas de turno.

Le he explicado mi caso a él, a ella y a la superiora de antes otra vez.

El pobre inglés que debía estar con una cagalera tremenda, en medio de la  discusión que no entendía nada, entre rojo y amarillo sudando frío y pidiendo permiso al más puro estilo gentelman británico, ha tenido que irse al baño a evacuar.

Mientras, como me quedaba tiempo hasta que salieran mis análisis, y aprovechando el descuido del inglesito que se había dejado un cuaderno y su póliza encima del mostrador, he ido arreglándole el problema y explicándole a la de admisiones lo que ponía en los papeles del hombre. Yo disfruto con éstas cosas, así que con cara (heredada por mi madre) y esfuerzo, he conseguido pasar al otro lado del mostrador, enseñarle a la señora y a la supervisora cómo se descargaba un adjunto y ver que en efecto había tres mails de Mapfre



UK explicando que ellos le pagarían todo al británico.

Cuando ha vuelto mi protegido inglés, arrastrando los pies y con los hombros caidos hacia delante, me ha entrado el espíritu de madre, y cogiéndole el hombro, intentando no acercarme demasiado por no nos contagiáramos el uno al otro, me he quitado mi mascarilla y dándole su póliza y su cuaderno le he dicho, con la mejor de mis sonrisas que todo estaba solucionado, que ya no tenía que pagar él.

El pobre, que parecía un perrillo abandonado y desnutrido, le han cortado su pulserita que indicaba que ya estaba todo pagado, y él  viendo que no le quedaban muchas más fuerzas tras su evacuación de hacía pocos minutos, no ha sabido cómo agradecérmelo y dándome la mano al más puro estilo inglés (suavecito y sin fuerza ninguna), mirándome a los ojos, con un hilito de voz me ha dado las gracias “so much” y ha salido por la puerta con todos sus papeles bajo el brazo como quien sale de prisión después de años de injusto cautiverio.

Con tanto virus en la sala, y siempre a la vista del segurata que me vigilaba para que no huyera sin pagar, he salido a la puerta donde la japonesa elegante de primera hora, también esperaba.

Nos hemos reído de nuestra huida de virus de la sala mientras mandábamos mails y hablábamos con nuestras respectivas oficinas.

Tras cuarenta y cinco minutos de espera, me han vuelto a llamar.

No tenía sida, ni colesterol, ni manchas en el pulmón, así que por descarte tampoco tuberculosis, pero que me daban la baja el día de hoy si persistía la fiebre. ¿Fiebre? Me he preguntado a mí misma. Mejor no preguntar, coger los papeles e irme. Cinco horas para ese diagnóstico me parecían suficientes...

Mi abogado no ha dejado que fuera a la oficina, dice que es ilegal si estás de baja. Así que he pasado la tarde con Paqui, el teléfono y el ordenador, disfrutando de mi baja y de mi condición de No señora Patata.


lunes, 6 de febrero de 2017

Temblorcito

Hoy ha habido un pequeño temblor, y digo temblor porque aunque para nosotros cuando se mueve la tierra siempre se llama terremoto, pero aquí hay una gran diferencia;

-         -   Temblor terremoto sin destrozos
-      -     Terremoto; catástrofe .

Así que aquí cuando una se cree que la tierra va a abrir una falla bajo sus pies, se van a caer todos los edificios y los habitantes de Bogotá moriremos engullidos por la oscuridad del fondo  se rompe nada, pues es un temblor.

Pero si resulta que la profecía se cumple, se denomina terremoto.

Colombia empujada por las placas
Al parecer, Colombia, no sólo se encuentra en un sitio muy bonito y estratégico para hacer negocios entre Caribe y Suramérica, sino que se encuentra situada entre tres placas tectónicas que aprietan aprietan por todos los lados.  Por el norte la placa Caribeña, por el sur la de Nazca (que se está metiendo debajo de la Suramericana propiamente dicha y hace temblar a todos los latinos del sur de vez en cuando) y otra , que más o menos roza pero no del todo, que es la placa de Coco.

Así que como podéis imaginaros, el hecho de que el 35% de la población colombiana, se encuentre en zonas de amenaza sísmica, no es algo raro.

La gente está acostumbrada, vive con ello y no les importa que pasen éste tipo de cosas siempre y cuando sean flojitas.

Para ellos el hecho de que tiemble termina siendo como para nosotros el tiempo,  un tema recurrente para hablar en el ascensor. El “parece que llueve” tan español, lo traducen por un, “¿Sitió el temblor?”, y uno cuenta lo que estaba haciendo, si lo notó, si como iba en coche no lo percibió a penas, que qué miedo, que Diosito nos ampare… y esas cosas.

Todos saben qué se debe hacer.  Las casas, los edificios de oficinas y los coles y hospitales tienen un protocolo que se tiene que seguir (aunque ellos pasen en el momento de la verdad) y una vez al año toda la ciudad realiza un simulacro de sismo a la vez siguiendo a los jefes de área y todos perdemos horas de trabajo y aprovechamos para hacer algún que otro recado  o llamada personal.

Pero cuando hay más de un temblor al día, que ocurre muy de vez en cuando y es más peligroso,  porque pueden ser movimientos que anuncien uno más gordote. Y por eso, todos los autóctonos, tienen a mano cierto tipo de cosas que pueden ayudarles en caso de que sea royo “Independence Day”.

En Octubre, una tarde de domingo, tembló tres veces en media hora, y mi amiga Diana y yo, que somos bastante frikis y caguetas, nos metimos en la página web de la Embajada de España para saber qué debíamos hacer en caso de emergencia.

Reconozco que yo no sentí ninguno, porque estaba haciendo una estantería a martillazo limpio, pero Diana, que vivía en un cuarto y estaba tirada en el sofá, me iba transmitiendo cada momento como si se acercara el final de nuestra especie.

Esa noche no sólo aprendimos muchísimo, sino que trazamos un plan perfecto para salvarnos la una a la otra marcando puntos de encuentro y maneras de contactar durante la posible catástrofe, terminando, pasara lo que pasara, en la Embajada de España que está lejos de los cerros (las montañas) y que allí el “tanto tienes tanto vales” no funciona...

Lo que te dice la Embajada en su web, y seguramente todo colombiano de a pie, que lo que tienes que tener a mano siempre es agua, teléfono cargado y medicamentos básicos. Pero si además a eso le añades una linterna, transistor, mantita, muda de ropa y dinero en metálico mucho mejor.

Durante los tres siguientes días de aquella tarde de octubre, dormimos las dos con el teléfono cargado, el pasaporte en el bolsillo del pijama y una mochila con la mantita robada de Iberia y un montón de cosas más por si acaso.

Pero hoy, cuando ha temblado, mi máxima preocupación no ha sido la mantita, sino el bicho peludo que me miraba con los ojos desorbitados a un metro de mi mientras oíamos cómo crujía el suelo bajo nuestros pies.

La pobre Paquita, que recordemos que es una gata de primer mundo que hasta el pasado 1 de Noviembre nada había perturbado su tranquilidad de gata burguesa, ésta mañana a las 05.30 o así se ha despertado antes de lo habitual.

Un día normal, es la última en despertarse, suele quedarse remoloneando más que yo incluso, (que reconozco que apago el despertador una media de doce veces antes de levantarme de la cama y no estoy exagerando). Se limpia las patas, la tripa, se arregla las uñas de los pies… y si acaso luego se levanta poquito a poquito no sin antes venir a saludarme o ir a ronronear a su dueño mostrándole pleitesía y amor infinito.

Paqui mirándome fijamente
Pero el caso, es que hoy a las 5.30 se ha puesto a moverse, ha jugado con un alambre de los del pan bimbo despertándonos a todos, se me ha puesto encima, se ha puesto encima de Pablo mientras leía el periódico desde la cama a las 06.30… Y a eso de las 07.50, cuando yo ya había apagado el despertador unas 6 veces, ha venido a mirarme fijamente.

Cuando me mira fijamente me acojona. No sé por qué lo hace, pero se acerca mucho y clava sus ojos amarillos en mi cara como si me estuviera examinando mucho más allá de lo físico.

 Será que he visto muchas pelis, pero os juro que no hay nada más pesadillesco que despertarte por la mañana , acercar la mano a la mesilla para apagar el despertador y al abrir un ojo encontrarte la cara de un gato a menos de un palmo mirándote fijamente. No se lo recomiendo a nadie.

Total, que ésta mañana cuando he apagado el despertador por sexta vez, he notado que el puto gato, me miraba fijamente y yo no sabía por qué.

Pablo, que se iba a Lima por la tarde, estaba ya en el salón planchando camisas, pero ella sorprendentemente, ahí clavada desde mi mesilla de noche, me miraba con los ojos abiertos como platos.

El susto de su mirada penetrante, ha hecho que me despejara totalmente, y he empezado a leer correos y whatsapps bajo el edredón mientras Paquita, sin dejar de mirarme, movía su cola bastante agitada.

A eso de las 08.00, cuando ya si o si tocaba levantarme, Paquita ha pegado un brinco al suelo y mientras erizaba todos los pelos de su cuerpo, la cama ha empezado a moverse como la de la niña del exorcista de un lado a otro.

Tensando todos los músculos de mi cuerpo, despojándome del edredón y la manta, he pegado un súper salto digno de Simone Biles en ejercicio de tapiz en las olimpiadas,  rumbo al marco de la puerta, agarrando al gato en el camino sin nisiquiera tocar el suelo, mientras la casa, que está hecha de manera que aguante los temblorcitos, crujía levemente.

¡Pablo temblor! He gritado en el aire ya con Paqui en brazos para ponernos a salvo.

A solo dos metros de mi,  desde el salón, plancha en mano, con su tranquilidad característica agravada por el madrugón, mirándome con cara de circunstancia y con fuerte acento madrileño Pablo me ha respondido,  ¿Qué dices tía?.

Ha sido algo tan cortito, que los que no estaban tumbados como yo, casi no lo han notado y Pablo, concentrado en sus camisas y seguramente agobiado con todo el trabajo que les esperaba estos tres días en Lima, no se ha enterado de nada de nada...

Al llegar al trabajo, cuando me han preguntado por el temblor (como correspondía) he dicho que me había pillado ya casi saliendo de casa (me daba vergüenza decir que aún estaba en la cama a esas horas en un país en el que la gente empieza a trabajar a las 07.00 u 08.00) pero si que he recalcado que el pobre gato casi se muere de infarto. Se han reído de mi gato “gomelo” (pijo en colombiano) y han seguido trabajando como si nada pasara.

Menos mal que no les he confesado lo de mi salto ninja de la cama al marco de la puerta pasando por el suelo para coger a Paquita…

Hoy, en cuanto he llegado a casa por la tarde, he bajado del armario el transportin de Paqui y he dejado su pasaporte y sus drogas para viajar a mano, cerca de la cama por si acaso, No vaya a ser, que estos días que su dueño no está, ocurra lo que denominan terremoto y tengamos que irnos a la Embajada de España para que nos devuelvan a las dos a Madrid.

PD: En el cajón de mi mesilla siempre está mi pasaporte, 100.000 pesos y mi tarjeta de crédito. La linterna y el transistor, en el baño. Pero todo controlado.