lunes, 21 de noviembre de 2016

Desayunos

Antes de comenzar mi relato, deben ustedes recordar que desde que mi madre me deja ,yo no desayuno nunca. Soy más de cenas contundentes y aguantar hasta el bocata de media mañana.

A mi me está dando pena Pablo éstos días.

Sabía que iba a pasarme, pero la verdad es que, no puedo evitarlo, me da pena.
El tan ingeniero, tan acostumbrado a los números, a los exceles, a que los cálculos funcionen…

Y ahora claro, aquí…

Al pobre le sorprende eso de que tengas que encontrar tú la solución, de que las cosas no funcionen a la primera, de que quien te atienda no sea la persona màs competente del planeta… Pero lo que peor ha llevado mi Pablo, es el tema desayuno.

Hombre precavido, sabiendo que los colombianos hacen un café diferente al nuestro, Pablo se trajo su Nesspreso en la maleta. Se quitó de traerse más ropa, traerme tomate frito Orlando para poder albergar en sus 45 kilos permitidos, una Nesspreso.

La envolvió entre camisetas, calcetines y demás y nada más llegar a su nueva casa, la puso en la cocina para sentirse como en María de Guzmán y tomar un cafecito antes de salir a su nueva oficina.

Ese mismo día me crucé la ciudad hasta la tienda de Nesspreso y compré 5 cajas de cápsulas de los colores que yo recordaba que tenía en casa y al día siguiente, como el primer día de cole, nerviosos por empezar, nada más despertarnos Pablo salió raudo y feliz de la cama hacia su Nesspreso.

Le puso agua embotellada, cápsula, la enchufó y… eso no se encendió.

Probó en otro enchufe y lo mismo…

El pobre, con una desilusión tremenda, usó la cafetera que venía con el piso y se hizo un café colombiano que es más agua oscura que café. “Un tintito” le llaman.

Así que el primer sábado que llegó, a las 10.00 de la mañana, como un clavo ,estábamos en la puerta de la tienda  de Nesspreso  para preguntar qué había pasado.

Nos explicaron que era normal, que las corrientes aquí son más suaves y que las nesspresos europeas no funcionan  porque no les da la energía.

Pablo hizo de tripas corazón y aprovechándose del cambio del euro al peso, de los precios locales y de una super oferta, se compró otra para que sus desayunos funcionaran.

Pero claro, otra cosa que yo no tenía antes de que él llegara, además de café, era tostadora.

Así que ayer, nos recorrimos medio país donde no se desayunan tostadas sino arepas, para conseguir una tostadora de pan que Pablo denominó “ De esas de toda la vida”.

Primero fuimos a “Pepe Ganga” que es un sitio que tiene muebles, pequeños electrodomésticos, jueguetes…

Allí, tras preguntarle a cuatro dependientes por fin encontramos unas tostadoras que costaban como 100 euros muy peripuestas ellas.

Al ver nuestra cara, la cuarta dependienta que nos llevó hasta ellas, entendió que aunque fuéramos gringos, no íbamos a pagar 280.000 pesos por una tostadora “de esas de toda la vida”,   así que nos llevó a otra dependienta que nos enseñó otras tostadoras más baratitas que estaban de oferta.

Eran como 25 euros, pero como aquí se desayunan arepas y no tostadas, se trata de un electrodoméstico importado, y eso tiene un precio.

Pagamos la tostadora,  pero conscientes de que no hay que fiarse de nadie ni de nada, le pedimos a la señorita de la puerta que nos dejara probarla.

La desenvolvimos con cuidado y la enchufamos en un mostrador entre las luces de navidad y las muñecas  psicodélicas que según parece serán el regalo estrella estas Navidades.

La señorita que nos ayudó, intentó accionar el aparatito, pero al no tener ni idea de cómo se utiliza una tostadora “ De esas de toda la vida”,  le pidió a Pablo ayuda y él, con resignación,  accionó la tostadora con fuerza.

A los pocos segundos, el electrodoméstico recién comprado empezó a echar un humazo y a oler a plástico quemado de una manera completamente anormal.

La señorita, sonriendo nos aseguraba que era habitual, que las tostadoras siempre se queman al principio. Pero Pablo, consciente de que eso iba provocar un incendio, le pidió amablemente si podría probar otra de las de oferta para poder llevarse una que funcionara.

La señorita le pidió a un compañero que fuera a por otra, y sin dejar de sonreir, esperó a que le trajeran otra en las mismas condiciones. La sacó, la enchufó, le pidió a Pablo que la accionara y… Otra vez comenzó a derretirse por dentro.
Pablo, completamente fuera de sus casillas, le pidió a la señorita que le devolvieran el dinero, pero lo que Pablo no sabe en Colombia no te devuelven el dinero,  así que la señorita le dijo que eso era imposible.

Consciente de la fuerza de la frase de “Quiero hablar con el encargado” y conteniendo su rabia que le hacía ya resoplar, le pidió a la señorita,  que llamara al encargado.

Como la señora no podía alejarse de las tostadoras por si nosotros éramos unos gringos ladrones que al mayor descuido nos llevaríamos las tostadoras achicharradas que según ella funcionaban, llamó a un compañero que llamó a otro y que llamó a otro que trajo al encargado, que tras escuchar nuestro acento y nuestra justificación, le hizo sin problema una devolución a Pablo.

Pablo el pobre estaba desquiciado, salimos del “Pepe Ganga” y con el objetivo de saciar su sed de tostadoras, me acordé que en el Jumbo, (el Carrefour de aquí) yo había visto hacía unos meses tostadoras.

Así que cogimos un taxi, cruzamos 69 calles y nos plantamos en el Jumbo a una hora de cerrar.
Preguntamos a una señorita por las “Tostadoras de toda la vida” y nos llevó a las planchas para hacer sanwiches, luego preguntamos a otra que nos dijo que no manejaban tostadoras, a otra que nos llevó al otro lado del Jumbo y al final reconoció que no sabía dónde estaban  y luego a otra, que nos aseguró que si que había y nos volvió a llevar al estante de las sanwicheras.

Así que frente a esa estantería, viendo como Pablo se cubría la cara con las manos con gran desespero, sólo se me ocurrió abrazarle y decirle que a mí no me importaba que hiciera tostadas en la sartén.

Nos dio la risa, abrazados en medio del Jumbo detrás de una puta tostadora.

Hoy ha desayunado galletas, se las ha terminado, no se qué pasará mañana… No quiero tocar el tema.

Al pobre le está tocando luchar con todo.

Esta mañana, mientras cerraba unas cosas en mi trabajo, he recibido una llamada suya. Me ha contado que ha ido al banco que ya había solucionado lo de su cuenta, que ya tenía cuenta en Bancolombia.

A mí me ha parecido rarísimo, porque nadie lo consigue a la primera, pero me he alegrado muchísimo y le he dado la enhorabuena.

Por la tarde, a las seis o así me ha vuelto a llamar. Me ha dicho que su móvil debía de estar mal, porque los del banco le habían
dicho que en media hora le mandaban un sms de activación y que habían pasado 4 horas y nada.
No se lo he dicho en ese momento, estoy esperando a que vuelva a casa. Pero nunca le mandarán el mensaje.

Mañana habiendo desayunado un café con pan Bimbo sin tostar ,tendrá que volver a Bancolombia y volver a perder otras dos horas,  luchar con la misma tía que  hoy le ha prometido que estaba todo activado y que se hará la loca diciendo que durante la jornada de hoy  “El sistema se había caído”.



PD: Sepan ustedes saber que Pablo no está de acuerdo con mi versión (visión) de los hechos. Es más, está un poco molesto...

martes, 15 de noviembre de 2016

¡Hágale pues Papá!

En Colombia siempre llueve, todos los días llueve, pero en la época de lluvias, que es ahora, llueve con más fuerza.

Lo de llueve mansamente, que tanto le gusta a mi madre de sangre gallega, es algo que pasa pocas veces.

Aquí llueve fuerte, llueve enfadado, llueve gordo o como dicen aquí, “cae un aguacero que Ave María”.

Así que los aeropuertos, que a pesar de ser lugares donde acceden sólo unos pocos bastante más ordenados que lo general, no pierden la tónica nacional de cancelar sus citas, aplazarlas e incluso cerrar sin venir a cuento alguna pista que otras.

Consciente de ése hándicap nacional, éste fin de semana, aprovechando que era puente y que ha venido una amiga mía del erasmus, cogí unos billetes de avión para ir al Eje Cafetero en una línea aérea algo mejor que la que siempre cojo ( “VivaColombia”, que es el Ryanair colombiano)

Esta vez decidí gastar un poquito más y viajar en LaTam, que es grandota y sus aviones, a pesar de que sople el viento, o haya algún charquito, dan seguridad y salen y llegan sin problemas.

Como ahora resulta que tengo que consensuar las decisiones porque ya no soy yo sola, en vez de salir el viernes por la tarde, cogimos un avión que salía a las 07.40 de Bogotá del sábado, para que en caso de que Deloitte nos exigiera permanecer delante de ordenadores y excels todo el viernes, no hubiera problemas.

Así que a las 05.30 de la mañana,  sin que Pablo hubiera hecho la maleta aun, ya estaba yo apurando al personal para llegar a las 06.45 al aeropuerto sin éxito.

Pablo, como todos sabéis, requiere unos tiempos, que yo no necesito y lo que yo fui capaz de hacer en 25 minutos (colgar una lavadora que había programado para que terminara a las 05.00, ducharme, vestirme, pintarme, ponerle de comer a Paqui, tirar la basura, cambiarle la arena al gato y cerrar mi maleta) a él le dio tiempo a hacer su maleta.

A las 06.30, media hora después de lo previsto,  estábamos saliendo de casa, y llegando al aeropuerto a las 07.05 en un Uber que iba haciendo rally. Yo desquiciada, y Pablo como siempre, tranquilote.

Nos dio tiempo a comprar un café con unas galletas para Pablo y para mi que no me entra nada a esas horas, compramos un sanwich por si no me daba tiempo, antes de ir a la Hacienda Cafetera que habíamos reservado para visitar a las 11.00, tomar un piscolabis.

El aeropuerto del Dorado, como acostumbra, cambió de puerta de embarque sin avisar a 5 minutos de embarcar, y finalmente, a las 07.45, hora a la que íbamos a salir, abrieron la puerta del vuelo LaTam rumbo Pereira.

Nos sentamos en la fila 23, Pablo y yo encantados, sonrientes y nerviosos por nuestra primera escapadita en mucho tiempo.
El trayecto era corto (40 minutos) así que ambos, cogiditos de la mano, ya sentíamos que estábamos de vacaciones cortas embarcándonos en una aventura.

Íbamos con algo de retraso, pero nos daba un poco igual, cross cheking cruzado (que a saber que significa eso), que los que tuvieran un Samsung Galaxy note no se que qué avisaran a la tripulación porque estaba prohibido, cinturones, sillas reclinadas y palante!!!.

A los 10 minutos ya estaba con el cuello roto dormidísima y feliz… No sé cuánto tiempo debí dormir, soñé y todo, pero intuí que poco puesto que el vuelo era subir y bajar.

Me desperté por el ruido de la megafonía, cuando el piloto le pidió a las azafatas que aseguraran cabina para el aterrizaje.
Empezamos a bajar poquito a poquito pero tan poco a poco que yo sentía que seguíamos en el mismo sitio…

A los pocos minutos, el avión se inclinó hacia la izquierda, haciendo ese movimiento que te suben las tripas un poquito, entre molón y acojone,  y empezamos a girar lentamente. 

Dos minutos después girábamos de nuevo hacia el otro lado, y otros tres minutos después hacia el otro lado. Como si de un aeropuerto internacional se tratara y estuviéramos esperando turno a que nos dejaran pista, nuestro A319 giraba sobre la ciudad de Pereira sin tomar pista.

En uno de los giros, a lo lejos, vimos un avión rojito descender hacia la pista. Supuse que era el de Avianca, que no quise coger porque era aun más caro que el de LaTam.

Seguimos girando durante unos 30 minutos, hasta que el Comandante, que hasta ese momento no se había dignado ni a saludar, se puso ante el micro. Nos explicó que había “viento de cola” y que no iba a poder aterrizar en Pereira, que se tenía que ir a un aeropuerto alternativo a repostar y que ese aeropuerto era Bogotá.

¡A tomar por culo el viaje! ,pensé, pero como estoy en modo Zen, no dije nada y comencé a planificar cosas para hacer en Bogotá durante tres días que teníamos por delante.

La gente, sorprendentemente, no dijo nada,  para lo ruidosos que son los colombianos a mí me sorprendió que toda esa tripulación se resignara causando únicamente un elegante murmullo  suspirado, pero así fue, el avión dio la vuelta y nadie dijo ni pio.

A las 09.15, volvimos a aterrizar y aparcar en el mismo lugar desde el que habíamos salido; El aeropuerto el Dorado.

Las azafatas se levantaron,  hicieron esas mil cosas que hacen cuando aterrizan que nadie sabe qué es exactamente y abrieron la puerta delantera del avión sin que nadie se comunicara con ninguno de los allí presentes.

Pasó un azafato por nuestro lado y bastante perdida, sin entender demasiado y sin levantarme del asiento, le pregunté qué era lo que debíamos hacer en ése momento. La respuesta fue clara y concisa, pero a mí me dejó mucho más perdida. “Esperar Señora, esperar”.

¿Esperar a qué? Pensé para mi… ¿A perder la mañana en un avión? ¿A que nos cancelaran el vuelo y no nos devolvieran el dinero? Yo no entendía nada de nada, miraba hacia delante y veía que nadie se movía, nadie se pronunciaba…

Hasta que de repente, a una familia de la penúltima fila, se le ocurrió levantarse con intención de marcharse, y como si se tratara de una chispa en un avión lleno de gas, la bomba explotó en forma de señora operada de la fila doce que gritó, como sólo las paisas saben hacer; (descaradas pero femeninas)

¡De aquí no se mueve nadie!

La familia que ya recogía su maleta de los “compartimentos superiores” (como veis estoy intentando usar términos técnicos por si hay algún piloto, madre de piloto o hijo de piloto en la sala) se quedó pasmada mirando a la fila doce, y como por arte de magia, un hombre gordito de la fila dieciséis, contagiado por la otra señora,  dijo gritando como un loco “Si uno se baja nos jode a todos, porque cancelan el vuelo y aquí este vuelo se nos va pa Pereira ¡pues!”.

Empezaron a florecer paisas enfadados de otros asientos contando que el vuelo de la noche anterior (el que no pudimos coger por si Deloitte nos necesitaba) se había visto en la misma situación y que al bajarse una señora, decidieron cancelarlo porque no coincidía con no se qué lista y era ilegal salir.

Unos se alentaban a otros gritando contra la compañía,  la señora de la familia que se quería bajar gritaba contra medio avión que ella no iba a perder la mañana esperando.

Los azafatos intentaron defenderla, pero por más que trataban de poner paz, la gente iba gritando y dando más razones  por las que no moverse del sitio.

¡El avión de Avianca aterrizó! Gritó uno, ¡Cambien de comandante! Saltó otro. ¡Qué verraquera acojonao el man! Soltó un gordo de las primeras filas.

Pablo y yo, desde nuestra fila 23, observábamos encantados, como si fuera un partido de algún deporte precolombino, como unos se tiraban la pelota a otros, desde sus asientos pero de pie, calentando más y más el ambiente. Yo saqué mi bocadillo y empecé a disfrutar del ambientazo del avión.

Gritos medianamente ordenados daban paso a otros gritos, a otras razones de peso por las que no moverse, por las que aterrizar en Pereira y por las que justificaban que el piloto era un acojonado.

¡Tin! (sonó el aviso de  que alguien iba a hablar por megafonía)El silencio fue total.

“Muy buenos días, les habla el capitán, estamos a la espera de que el aeropuerto de Pereira nos dé el parte meteorológico de las 10.00, puesto que nuestro avión, debido a su tamaño, no puede aterrizar con el viento en cola y la pista en condiciones de lluvia”.

El pobre Capitán, estaba intentando defender su honor, estaba escuchando todas esas críticas y lo único que él quería, era decirnos que no era su culpa, sino que el avión, el pobre, era pequeñito y no podía aterrizar.

Eran las 09.50, así que como me había recomendado el azafato hacía quince minutos, solo tocaba eso, esperar.
La gente, siguiendo al pie de la letra todos los prejuicios de su cultura colombiana, empezó a tomarse la situación con alegría, unos pedían a gritos que repartieran cervezas para todos, otros seguían vacilando con los complejos de inferioridad del piloto y su falta de destreza a los mandos, que si seguro que era igual con su señora, que si había que mandarle una buena mamasita para animarle, que si no había cerveza mejor repartieran empanaditas y aguardiente… Eso era una fiesta de la queja jocosa.

Todos gritaban, se quejaban y se hacían reír unos a otros.

Todos, menos Pablo y yo ,que sin entender nada, y encantados, íbamos retransmitiendo a mi amiga Elena y a la madre de Pablo que nos escribía en ese momento, cómo estaba la situación, y comiéndonos mi bocadillo.

Reconozco que los primeros minutos pasé un poco de miedo, ya que cuando un colombiano (sea hombre o mujer )se empecina con algo, lo hace sin pensar en las consecuencias, pero cuando vi que la familia de detrás volvía a sus asientos resignados y la gente empezaba a llamar cagueta al piloto, me sentí mucho más segura.

A las 10.05, ya se nos había olvidado lo del parte meteorológico, pero el capitán, cumpliendo su promesa, nos comunicó que salíamos rumbo a Pereira, pero que como había tráfico en la capital, teníamos que esperar una media hora para poder despegar.

La gente empezó a gritar de alegría, ¡Hágale pues papá! Le gritaban los hombres, ¡Ea pues verraco! Las mujeres, eso era una fiesta, todos sin cinturones, de pie y encantados porque el piloto iba a salir.

A las 10.45 despegábamos hacia Pereira de nuevo, sin saber si, después de tanta espera, el aeropuerto de destino estaba sequito y sin viento de cola…

A los 20 minutos el Comandante volvió a pedir que aseguraran la cabina, se escuchó un revuelo general, como si los unos a los otros nos dijéramos lo mismo que le decía yo a Pablo en ese momento “Esta vez si o si ¿no?”.

Diez minutos… primera vueltita hacia la izquierda, vueltita hacia la derecha…El ambiente ya se sentía más nervioso…
Empezamos a bajar… y como si el motor tragara saliva, de repente, cruzamos la capa de nubes que separaba el cielo de la tierra, viendo las magestuosas  montañas cafeteras, sus parcelitas ordenadamente caóticas y al fondo Pereira.

Y así, sin más, aterrizamos como si fuéramos en el mejor de los aviones del mundo, suave, sin turbulencias ni frenazos.

En tierra, la gente comenzó a aplaudir y un señor gritó desgañitándose “Yo siempre creí en usted Mi Capitán” y todo el avión, al unísono soltó una carcajada. Las bromas y la fiesta volvieron a la cabina mientras las azafatas activaban un hilo musical horrible. ¡Pongan un vallenato! Llegaron a pedir.

Al salir del avión, nos despedimos los unos de los otros, triunfantes, como si hubiéramos sobrevivido a una guerra, de la que salíamos triunfantes a pesar de todo.


Pablo y yo nos volvimos a dar la mano, y casi dando saltitos, nos alejamos del tumulto rumbo a nuestra siguiente aventura de fin de semana

martes, 8 de noviembre de 2016

El gato volador


Mi preocupación por cómo se lo iba a tomar ella, cómo le iba a sentar el vuelo, los controles pertinentes de entrada en Colombia y sobre todo la adaptación a la nueva casa donde ya no pasan coches para cotillear sino que las ventanas dan a un pacífico patio en el que lo único que pasan son algunos pajarillos de paso… era algo que me quitaba el sueño. Ella, tan paletita de Valdepiélagos (su pueblo natal) cruzando el charco…¡Pobre!

Y no era para menos… La pobre Paqui lo ha pasado bastante mal.

Os cuento su viaje a su nueva casa…

Siguiendo las indicaciones de medio mundo, Pablo drogó a Paquita antes de ir al aeropuerto. En casa ya en ayunas desde primera hora de la mañana, le dio media pastillita de no se qué para que Paqui no sufriera en los primeros pasos del viaje.

De casa la llevaron al aeropuerto, allí pasó los controles sin decir ni “miau”.

Hecha un trapo, se subió al avión sin problemas, despegó, pasó la hora de comer y sus correspondientes olores , ruidos y demás… Pero a las seis horas de vuelo, en medio del océano Atlántico, el pobre animal, se dio cuenta que estaba en un trasportin enano del que claramente quería salir, en un sitio fuera de su ámbito de actuación y con su amo y amante a un metro sin que le pudiera tocar.

Al parecer, la agonía empezó gradualmente. Primero comenzó a maullar melosona, entre drogada y seductora, con esos miaus largos que le canta a Pablo, queriendo que sus encantos (que nunca hasta el momento le habían fallado) rindieran a su hombre bajo sus patitas peludas y pudiera salir a que le arrullara en sus brazos.

El cortejo duró unos 30 minutos, pero visto que Pablo en vez de abrirle la cremallera le pedía calma desde fuera, comenzó poco a poco a acelerar el maullido y del seductor miaaaaaauuuuuuooooo pasó al maaau maaau maaau que suele utilizar cuando me pide algo a mi con insistencia y no le hago caso.

Pablo, empezó a ponerse nervioso, no quería utilizar la otra media pastilla porque para él, drogar al gato es un pecado imperdonable ya que “es un animal, y el pobrecito no sabe lo que le pasa y se siente fatal”. Así que en vez de calmar al bicho con drogas, se le ocurrió, que llevársela al baño era la mejor opción.

Una vez dentro (sin sacarla del transportín) cerró la tapa del retrete (nunca nadie ha asegurado que el pis que haces en un avión no se caiga al cielo y no había por que correr riesgos) y una vez inspeccionado que no habían muchos más peligros, abrió la puerta del recipiente gatuno.

Paquita tardó unos segundos en salir, primero asomó una patita, luego la cabeza, miró hacia los lados, volvió a meter la cabeza y con poca decisión, comenzó a salir lentamente con la tripa muy pegada al suelo como con miedo a ponerse de pie en ese cubículo ruidoso y extraño.

Comenzó a oler cada esquina y queriendo esconderse se metió bajo el retrete que había un huequito que a ella le parecía seguro de todo mal.

Pablo, al darse cuenta de que no había inspeccionado todo y que el gato estaba cerca de un hueco que tal vez era un agujero con caída al vacío y subcionador de gatos en libertad, volvió a coger al felino y tras darle unos besitos y abracitos lo volvió a meter en el transportín.

Pero tras ese meneo, Paquita lo tenía aun más claro, ella quería volver a su sofá amarillo, su calle con coches y su reino madrileño.

Comenzó a revolverse dentro del cubículo como si el propio Lucifer se hubiera apoderado de ella, lloró, bufó, golpeó las paredes de tela del recipiente y con sus gritos molestó a media cabina.
Pero no hubo respuesta...

Al darse cuenta que Pablo no iba a ayudarla de ninguna manera, con su mente retorcída de gato malvado, diseñó una huida digna de Alcatraz abriendo un hueco por la redecilla del trasportin nuevo que Pablo compró 48 horas antes del viaje para que ella no lo relacionara con otras malas experiencias del otro y para que cumpliera las medidas de seguridad de cualquier compañía aérea.

Decidió empezar a arañar con gran velocidad y tesón la parte de delante, un dos un dos un dos, la cosa parecía que avanzaba, un dos un dos… las uñas recién cortaditas para que fuera guapa en el viaje hacían su trabajo, un dos un dos….¡Paaam! Su uña de en medio de la pata delantera derecha se le enganchó y trabó en la rejilla. No salía ni para delante ni para detrás.

Paquita rompió a llorar, a retorcerse, a intentar sacar la garrita de los cuadritos de la rejilla de su prisión gatuna, a gritar de dolor, a desesperarse como había hecho minutos antes… Pero como el cuento de Pedro y el lobo, nadie le creyó esta vez y tras minutos de desesperación sin que nadie la ayudara, la pobre gatita, perdidamente desesperada y muerta de miedo pensando que era el final de sus días de paz, decidió liberarse ella misma y tirar…. Zas!!!!

Empezó a sangrar poquito, se miró la patita y vio cómo su uña especial, con la que enganchaba todos los juguetes de su antiguo remanso de paz, se separaba de su patita blanca dejándole una herida horrible que aun hoy se lame continuamente.

La pobre debió sentirse super desconsolada, pero como buena gata digna de sus dueños, la muy cabezota, aun muriéndose de dolor y sin parar de llorar, decidió continuar su misión, salir de su trasportin.
Esta vez con los dientes, empezó a morder la misma área de la rejilla.

Tras diez minutos de arduo trabajo, pudo romper unos tres centímetros, ya podía sacar el hocico rosita, mordía más y sacaba el hocico para sentir que estaba en libertad, mordía y se asomaba, mordía y repetía la operación.
Alertado por el silencio de Paquita y los ruiditos rumiantes provenientes de transportín, Pablo se acercó sin hacer mucho ruido para no asustar al animalito que creyó que tras tanto esfuerzo había caído rendido.

Cual fue su sorpresa al encontrarse a Paquita, con una pata llena de sangre con media nariz fuera del trasportín violando dos reglas fundamentales de inmigración: Transportar al animal en un recipiente completamente cerrado y entrar en el país sin ninguna herida abierta.

Al pobre Pablo casi le da un patatús pensando en cómo tendría que hacer para poder convencer a las autoridades colombianas de que su amada gato cumplió todo cuando salieron pero que ahora nada tenía sentido (No recordaba que en Colombia todo el laxo y “solucionable”) . Le pasó por su cabeza hacer un Melendi, para que el piloto tuviera que volver, pero a esas alturas de vuelo, si tenían que tocar tierra firme seguramente aparecerían en Venezuela, y salir de allí con Paquita viva iba a ser bastante complicado, así que armándose de valor y dejando sus miedos a un lado decidió tomar la decisión más difícil. Volver a drogar al gato.

Nervioso buscó en su maleta de mano la media pastilla que le habían asegurado que podría darle pasadas 6 horas de la primera toma. Volvió a contar las ocho horas que separaban la salida de casa a ese momento, volvió a leer el prospecto, respiró hondo y aprovechándose del espíritu escapista de Paquita trazó un plan infalible: Abriría la cremallera del trasportín por arriba, Paquita querría salir como loca sacando la cabeza, en ese momento abriría su boquita con la mano izquierda y con la derecha le metería la pastilla hasta la garganta para que de una vez se la tragara sin complicaciones.

Dicho y hecho, luchando con el mal aliento del gato que llevaba 11 horas sin beber, Pablo consiguió meterle la pastilla de cuajo al gato y la pobre, asustadísima sin entender nada, no le quedó otra cosa que tragar sin saber qué ni porqué.
Pablo cerró de nuevo la cajita del gato y Paquita, más triste que nunca, sintiéndose sola y engañada se fue a la parte de atrás del trasportín a llorar y a limpiarse la patita, explicándole al mundo en maullidos que ella no quería estar ahí y que no entendía por qué le estaban haciendo eso, con lo buena que ella había sido siempre.

Tardó una hora en calmarse bajo los efectos de la potente pastilla, entrando ya a cielo americano, a menos de una hora de aterrizar pudo dormirse de nuevo y para cuando llegó a tierra, luchaba entre sueños en descifrar qué de lo que veía era verdad y qué imaginaciones suyas.

Vio perros detectores de drogas que pasaron de ella completamente, vio policías, maletas girando una detrás de otra y hasta le pareció ver a la amante de su pareja “La otra” a lo lejos.
Sentía que Pablo estaba muy nervioso, ahora que ella se calmaba,  su compañero de viaje-pesadilla se ponía histérico.
Escuchó cómo hablaba por teléfono y confirmaba que tenía una herida y que no sabía cómo iba a pasar los controles.
Pablo le llevó a una sala más tranquila, en la que un hombre le preguntaba a Pablo sobre ella misma, edad, vacunas, raza (¿Raza? Si esta es mas chucha que la madre que la parió que era callejera!!!) … Pablo respondía muy nervioso, y ella en medio de un colocón espectacular intentaba ronronear o maullar para explicarle al señor que lo único que quería era llegar a casa y dormir.

La suerte, o el instinto protector de la gata, hicieron que se quedara medio dormida sobre sus patas delanteras dobladitas, así que en el momento en el que aquel señor, levantó su cajita para hacer una “inspección ocular” (que como era de esperar en Colombia, fue bastante por encima) sólo se encontró a un gato dormido y reluciente que se apoyaba elegantemente sobre sus patitas delanteras recogiditas.
Algo más pasó que ella no se dio cuenta, y cuando abrió los ojos, estaba en otra casita, en otro lugar pero con Pablo y con “la otra” que le enseñaban su arenita para hacer pis y su comidita igual que la de Madrid.

Pablo sacó de una maleta su manta azul y cubrió el sofá para que todo oliera más a hogar, dulcemente cogió a Paquita y la posó sobre la manta mullidita para que pudiera descansar entre él y “La otra”.

Entre sueños, tumbos y golpes con las cosas, consiguió subirse al pecho de “la otra.” Lo recordaba mullidito, así que el instinto le llevó hasta allí.

Y por fin, tras una gran pesadilla pudo dormirse en paz, aunque fueran 10 minutos, pero en Paz.
Sabiendo que “la otra” estaba cerca y que su dueño y amado, desprendía olor a felicidad, mucha más feliz que los últimos días y también estaba allí, con ella, haciendo manada “Equipo P”.

El gato volador


Mi preocupación por cómo se lo iba a tomar ella, cómo le iba a sentar el vuelo, los controles pertinentes de entrada en Colombia y sobre todo la adaptación a la nueva casa donde ya no pasan coches para cotillear sino que las ventanas dan a un pacífico patio en el que lo único que pasan son algunos pajarillos de paso… era algo que me quitaba el sueño. Ella, tan paletita de Valdepiélagos (su pueblo natal) cruzando el charco…¡Pobre!

Y no era para menos… La pobre Paqui lo ha pasado bastante mal.

Os cuento su viaje a su nueva casa…

Siguiendo las indicaciones de medio mundo, Pablo drogó a Paquita antes de ir al aeropuerto. En casa ya en ayunas desde primera hora de la mañana, le dio media pastillita de no se qué para que Paqui no sufriera en los primeros pasos del viaje.

De casa la llevaron al aeropuerto, allí pasó los controles sin decir ni “miau”.

Hecha un trapo, se subió al avión sin problemas, despegó, pasó la hora de comer y sus correspondientes olores , ruidos y demás… Pero a las seis horas de vuelo, en medio del océano Atlántico, el pobre animal, se dio cuenta que estaba en un trasportin enano del que claramente quería salir, en un sitio fuera de su ámbito de actuación y con su amo y amante a un metro sin que le pudiera tocar.

Al parecer, la agonía empezó gradualmente. Primero comenzó a maullar melosona, entre drogada y seductora, con esos miaus largos que le canta a Pablo, queriendo que sus encantos (que nunca hasta el momento le habían fallado) rindieran a su hombre bajo sus patitas peludas y pudiera salir a que le arrullara en sus brazos.

El cortejo duró unos 30 minutos, pero visto que Pablo en vez de abrirle la cremallera le pedía calma desde fuera, comenzó poco a poco a acelerar el maullido y del seductor miaaaaaauuuuuuooooo pasó al maaau maaau maaau que suele utilizar cuando me pide algo a mi con insistencia y no le hago caso.

Pablo, empezó a ponerse nervioso, no quería utilizar la otra media pastilla porque para él, drogar al gato es un pecado imperdonable ya que “es un animal, y el pobrecito no sabe lo que le pasa y se siente fatal”. Así que en vez de calmar al bicho con drogas, se le ocurrió, que llevársela al baño era la mejor opción.

Una vez dentro (sin sacarla del transportín) cerró la tapa del retrete (nunca nadie ha asegurado que el pis que haces en un avión no se caiga al cielo y no había por que correr riesgos) y una vez inspeccionado que no habían muchos más peligros, abrió la puerta del recipiente gatuno.

Paquita tardó unos segundos en salir, primero asomó una patita, luego la cabeza, miró hacia los lados, volvió a meter la cabeza y con poca decisión, comenzó a salir lentamente con la tripa muy pegada al suelo como con miedo a ponerse de pie en ese cubículo ruidoso y extraño.

Comenzó a oler cada esquina y queriendo esconderse se metió bajo el retrete que había un huequito que a ella le parecía seguro de todo mal.

Pablo, al darse cuenta de que no había inspeccionado todo y que el gato estaba cerca de un hueco que tal vez era un agujero con caída al vacío y subcionador de gatos en libertad, volvió a coger al felino y tras darle unos besitos y abracitos lo volvió a meter en el transportín.

Pero tras ese meneo, Paquita lo tenía aun más claro, ella quería volver a su sofá amarillo, su calle con coches y su reino madrileño.

Comenzó a revolverse dentro del cubículo como si el propio Lucifer se hubiera apoderado de ella, lloró, bufó, golpeó las paredes de tela del recipiente y con sus gritos molestó a media cabina.
Pero no hubo respuesta...

Al darse cuenta que Pablo no iba a ayudarla de ninguna manera, con su mente retorcída de gato malvado, diseñó una huida digna de Alcatraz abriendo un hueco por la redecilla del trasportin nuevo que Pablo compró 48 horas antes del viaje para que ella no lo relacionara con otras malas experiencias del otro y para que cumpliera las medidas de seguridad de cualquier compañía aérea.

Decidió empezar a arañar con gran velocidad y tesón la parte de delante, un dos un dos un dos, la cosa parecía que avanzaba, un dos un dos… las uñas recién cortaditas para que fuera guapa en el viaje hacían su trabajo, un dos un dos….¡Paaam! Su uña de en medio de la pata delantera derecha se le enganchó y trabó en la rejilla. No salía ni para delante ni para detrás.

Paquita rompió a llorar, a retorcerse, a intentar sacar la garrita de los cuadritos de la rejilla de su prisión gatuna, a gritar de dolor, a desesperarse como había hecho minutos antes… Pero como el cuento de Pedro y el lobo, nadie le creyó esta vez y tras minutos de desesperación sin que nadie la ayudara, la pobre gatita, perdidamente desesperada y muerta de miedo pensando que era el final de sus días de paz, decidió liberarse ella misma y tirar…. Zas!!!!

Empezó a sangrar poquito, se miró la patita y vio cómo su uña especial, con la que enganchaba todos los juguetes de su antiguo remanso de paz, se separaba de su patita blanca dejándole una herida horrible que aun hoy se lame continuamente.

La pobre debió sentirse super desconsolada, pero como buena gata digna de sus dueños, la muy cabezota, aun muriéndose de dolor y sin parar de llorar, decidió continuar su misión, salir de su trasportin.
Esta vez con los dientes, empezó a morder la misma área de la rejilla.

Tras diez minutos de arduo trabajo, pudo romper unos tres centímetros, ya podía sacar el hocico rosita, mordía más y sacaba el hocico para sentir que estaba en libertad, mordía y se asomaba, mordía y repetía la operación.
Alertado por el silencio de Paquita y los ruiditos rumiantes provenientes de transportín, Pablo se acercó sin hacer mucho ruido para no asustar al animalito que creyó que tras tanto esfuerzo había caído rendido.

Cual fue su sorpresa al encontrarse a Paquita, con una pata llena de sangre con media nariz fuera del trasportín violando dos reglas fundamentales de inmigración: Transportar al animal en un recipiente completamente cerrado y entrar en el país sin ninguna herida abierta.

Al pobre Pablo casi le da un patatús pensando en cómo tendría que hacer para poder convencer a las autoridades colombianas de que su amada gato cumplió todo cuando salieron pero que ahora nada tenía sentido (No recordaba que en Colombia todo el laxo y “solucionable”) . Le pasó por su cabeza hacer un Melendi, para que el piloto tuviera que volver, pero a esas alturas de vuelo, si tenían que tocar tierra firme seguramente aparecerían en Venezuela, y salir de allí con Paquita viva iba a ser bastante complicado, así que armándose de valor y dejando sus miedos a un lado decidió tomar la decisión más difícil. Volver a drogar al gato.

Nervioso buscó en su maleta de mano la media pastilla que le habían asegurado que podría darle pasadas 6 horas de la primera toma. Volvió a contar las ocho horas que separaban la salida de casa a ese momento, volvió a leer el prospecto, respiró hondo y aprovechándose del espíritu escapista de Paquita trazó un plan infalible: Abriría la cremallera del trasportín por arriba, Paquita querría salir como loca sacando la cabeza, en ese momento abriría su boquita con la mano izquierda y con la derecha le metería la pastilla hasta la garganta para que de una vez se la tragara sin complicaciones.

Dicho y hecho, luchando con el mal aliento del gato que llevaba 11 horas sin beber, Pablo consiguió meterle la pastilla de cuajo al gato y la pobre, asustadísima sin entender nada, no le quedó otra cosa que tragar sin saber qué ni porqué.
Pablo cerró de nuevo la cajita del gato y Paquita, más triste que nunca, sintiéndose sola y engañada se fue a la parte de atrás del trasportín a llorar y a limpiarse la patita, explicándole al mundo en maullidos que ella no quería estar ahí y que no entendía por qué le estaban haciendo eso, con lo buena que ella había sido siempre.

Tardó una hora en calmarse bajo los efectos de la potente pastilla, entrando ya a cielo americano, a menos de una hora de aterrizar pudo dormirse de nuevo y para cuando llegó a tierra, luchaba entre sueños en descifrar qué de lo que veía era verdad y qué imaginaciones suyas.

Vio perros detectores de drogas que pasaron de ella completamente, vio policías, maletas girando una detrás de otra y hasta le pareció ver a la amante de su pareja “La otra” a lo lejos.
Sentía que Pablo estaba muy nervioso, ahora que ella se calmaba,  su compañero de viaje-pesadilla se ponía histérico.
Escuchó cómo hablaba por teléfono y confirmaba que tenía una herida y que no sabía cómo iba a pasar los controles.
Pablo le llevó a una sala más tranquila, en la que un hombre le preguntaba a Pablo sobre ella misma, edad, vacunas, raza (¿Raza? Si esta es mas chucha que la madre que la parió que era callejera!!!) … Pablo respondía muy nervioso, y ella en medio de un colocón espectacular intentaba ronronear o maullar para explicarle al señor que lo único que quería era llegar a casa y dormir.

La suerte, o el instinto protector de la gata, hicieron que se quedara medio dormida sobre sus patas delanteras dobladitas, así que en el momento en el que aquel señor, levantó su cajita para hacer una “inspección ocular” (que como era de esperar en Colombia, fue bastante por encima) sólo se encontró a un gato dormido y reluciente que se apoyaba elegantemente sobre sus patitas delanteras recogiditas.
Algo más pasó que ella no se dio cuenta, y cuando abrió los ojos, estaba en otra casita, en otro lugar pero con Pablo y con “la otra” que le enseñaban su arenita para hacer pis y su comidita igual que la de Madrid.

Pablo sacó de una maleta su manta azul y cubrió el sofá para que todo oliera más a hogar, dulcemente cogió a Paquita y la posó sobre la manta mullidita para que pudiera descansar entre él y “La otra”.

Entre sueños, tumbos y golpes con las cosas, consiguió subirse al pecho de “la otra.” Lo recordaba mullidito, así que el instinto le llevó hasta allí.

Y por fin, tras una gran pesadilla pudo dormirse en paz, aunque fueran 10 minutos, pero en Paz.
Sabiendo que “la otra” estaba cerca y que su dueño y amado, desprendía olor a felicidad, mucha más feliz que los últimos días y también estaba allí, con ella, haciendo manada “Equipo P”.