domingo, 18 de diciembre de 2016

Pesadilla antes de Navidad

Parece que ya es Navidad.

Aunque en Bogotá desde el 2 de Noviembre todas las tiendas te recuerdan que va a venir Papá Noel y todo está decorado como si la ciudad fuera un verdadero puticlub, ahora si que si, el pueblo colombiano se ha declarado en fechas de Navidad.

En países como éste, en el que no hay estaciones del año, el mes de diciembre, es aún más importante que para nosotros.

Se juntan las fiestas navideñas con el mes de vacaciones, así que todos cuentan los días para que llegue el 16 de Diciembre para estrenar el bañador, mirar el belén y escribir cartas  al “Niño Dios” y sobre todo para emborracharse, salir de vacaciones de colegio (los niños) y “rumbiar” (rumbear, irse de fiesta).

Todo lo hacen a la vez (nuestro agosto y nuestras navidades en el mismo mes) y las calles de las zonas comerciales y los principales parques se llenan de gente como si se tratara de una película de invasión zombie.

Diciembre es aquí un mes de familia, de amigos, de rituales religiosos y sobre todo de consumismo.

La primera fecha clave, que a mí me encantó y pienso repetir todos los años de mi vida, es el día de las velitas.

El 8 de Diciembre, Día de la Inmaculada Concepción, en cuanto cae el sol (como todos los días a las 18.05) las familias salen a la calle a poner velitas en los parques, las puertas de las casas, las ventanas, las plazas… Nadie lo sabe, pero la tradición se basa en que la luz significa la pureza, la virginidad, y ese día se conmemora el día de la “Concepción”, vamos el día que el Espíritu Santo baja, se le aparece a la Virgen y pone todo a funcionar…

Los colombianos, se sientan en el suelo, toman canelazo (agua panela calentita a veces con un chorrito de alcohol) mientras  rezan y juegan con las velas de colores.

Todo se llena de velas, de amigos, de familias, de personas felices que compran paquetes de 20 velas de colores y a medida que se adentra la noche, llegan las cervezas, de las cervezas al ron y del ron al aguardiente (guaro) y al día siguiente resacón.

Pasado el día de velitas llega la novena, que como su propio nombre indica dura nueve días.

Desde el 16 de Diciembre al 25 del mismo mes, cualquier grupo social, familia, amigos, comunidades de vecinos, empresas, clases de universidad, se reúnen en círculo y rezan alternándolo con la lectura de un librito que se llama “Novena” que va contando diferentes pasajes de la Biblia.

Normalmente se celebran por la tarde, después se comen buñuelos (que son bolas de pan requetefritas con queso) y natillas (que es una gelatina de leche) , se escuchan villancicos, y como todas las fiestas colombianas… llegan las cervezas, de las cervezas al ron y del ron al aguardiente (guaro) y al día siguiente resacón.

Las novenas son una especie de “postureo” a las que todos acuden, son invitados, desinvitados y cumplen rigurosamente durante los nueve días que duran.
Da igual que tengas que hacer muchas cosas, si en tu círculo se celebra una novena hay que ir y punto.

El viernes, tuve una reunión en una oficina de esas pijísimas de una empresa muy grande que quieren hacer unos vídeos corporativos…. a los 20 minutos  de estar conversando con el Director, correctamente pero con decisión, me echó de su despacho porque “a las 10.30 toda la oficina tenía que celebrar la novena”, y cuando salí de su despacho a las 10.32, en medio de la sala principal llena de mesas y ordenadores, todos los trabajadores en sillas puestas en círculo rezaban con las cabezas gachas en plan Kukux Clan pero sin capirotes.

Viendome ahí en medio, rompiendo la armonía religiosa, cómo no, fui invitada a unirme a tremendo evento y antes de que me diera cuenta, el Director de la Compañía, con en que había estado hablando hasta ese momento, ya estaba sentado en la única silla libre que habían dejado para unirse a su novena.

Educadamente decliné la invitación, porque en mi oficina que somos made in Spain. Ni novenas ni novenos, únicamente trabajo.
Pero lo que a mí más me alucina y más me hace pensar que en España la crisis nos ha hecho mejorar el planeta, es lo del alumbrado.

Desde el día de velitas, y durante todas la noches hasta que amanece, las calles se llenan de luces de colores, de hilo musical navidad-caribeño, de flashes, de leds, bombillas, de árboles con bolas luminosas, de estrellas que parpadean en las aceras y de papás noeles muy abrigados.

Es una auténtica pasada. El Ayuntamiento y las familias en sus casas, echan el resto y se encargan de que nadie, nadie, nadie, se olvide que es Navidad.

Éste año, para rizar el rizo, el Alcalde de Bogotá, les ha regalado a los 9 millones de bogotanos un espectáculo que desde el viernes pasado y hasta el 23 se repetirá cada hora en la Plaza Bolivar de luces y música, inspirado y gestionado por “La Fiesta de las Luces de Lyon”.

Así que el viernes pasado, cual idiotas inconscientes de lo que íbamos a sufrir, cuatro amigos y yo nos fuimos a ver el espectáculo de inauguración junto con la Orquesta Filarmónica de la Ciudad.

Íbamos felices, sorteando gente, esperando filas, saltando los puestos de ropa de segunda mano, las parrillas móviles llenas de mazorcas de maíz, las familias numerosas, los yonkis en las aceras, los carteristas navideños y los puestos de gorros de Papa Noel.

Y a unas tres cuadras del lugar del evento, empezamos ya a sentir que íbamos a estar bastante apretujaditos…

La plaza de Bolivar está rodeada por los edificios más emblemáticos de la ciudad, la Catedral, El Senado, La casa del Presidente y el Palacio de Justicia. Los cuatro edificios la rodean dejando hueco a 4 pequeñas calles que desembocan en la misma. Dos completamente inutilizadas por seguridad alrededor de la casa presidencial por las que únicamente pueden pasar personas acreditadas y la séptima y la octava.

Así que desde cuatro cuadras antes el tapón ya era importante.

Nxxxx, Jxxxx y yo conseguimos un sitio detrás de un escenario cercano al Congreso en el que podíamos ver casi todo, los otros dos restantes prefirieron meterse en el tumulto màs tumulto.
Disfrutamos como enanos cada segundo, los fuegos artificiales se intercalaban con los violines y las luces que enseñaban cómo la Catedral Bogotana se convertía en NotreDame, en selvas, en casas típicas de la costa y se derretía convirtiéndose en fuego…

Una verdadera pasada digna de una ciudad pudiente que comienza a sentir que se debe a sus ciudadanos.

La plaza estaba llena hasta la bandera, no cabía un alma y todo era alegría y color… Las parejas se besaban y hacían selfies, los niños gritaban de alegría y Nxxxx y yo dabamos saltitos cada vez que cambiaba el color de algo o sonaba una música conocida y tras 10 minutos de luz y sonido, tras una traca de fuegos artificiales, el espectáculo terminó.

Conscientes del agobio que se venía encima, Nxxx Jxxxx y yo salimos corriendo rumbo a las dos calles que nos sacaban de allí, pero fue demasiado tarde. Sin saber por qué, en cuestión de segundos nos vimos envueltos en una riada de gente que intentaba salir como nosotros.

La masa empujaba hacia la salida, y nosotras (algo más altas que el resto) veíamos como nuestros cuerpos sobresalían en medio de miles y miles de personas estrujándose cada vez más y más queriendo salir de la Plaza.

Miles de cuerpos, poco a poco se iban amontonando dirección las dos únicas calles estrechitas que dejaban salir de allí…. Calor, pisotones, gritos, quejas… Todos esos estímulos me iban dejando poco a poco sin oxígeno y hacían que mi miedo y angustia crecieran cada segundo.

Nxxxx, empujaba hacia delante, Jesús detrás de mi intentaba dejarme un pequeño círculo aire porque sin que le dijera demasiado se había dado cuenta de mi cara pálida de angustia.

Perdí el control tras 10 minutos de desesperación y presión,  le dije a Nxxxx que yo me daba la vuelta, que me quedaba en la plaza, sólo quería salir de allí, huir de tanta gente, respirar, sentir oxígeno.  Pero era imposible, no podía andar contra corriente, y poco a poco en vez de salir entraba en el embudo de la calle octava…

Miré a Nere y me di cuenta que ella estaba igual que yo, que aunque nos guiaba en la angustia sin decir nada, no sabía qué hacer y dándome la vuelta, casi sin sentir ya el suelo bajo mis pies miré a Jesús para que nos salvara.

“Nena, pal soportal” le gritó Jxxxx a Nxxxx señalando hacia la izquierda donde el Palacio de Justicia ofrecía un pequeño soportal donde resguardarse de la lluvia en los chaparrones bogotanos.
Cual autómatas, luchando contra la marea conseguimos llegar a una valla que separaba el gentío de la policía del soportal.

Nos paramos sobre ella, Jxxxxx apoyó sus manos en la pared y como si fuera súper man nos hizo una pequeña casita que nos separaba del resto del mundo sin que nos empujaran.

Pero yo no podía respirar, no podía dejar de moverme, quería salir de ahí, sentía como mi garganta se cerraba y ya no podía ni hablar…

Nxxxx intentaba calmarme, yo intentaba mirarla, pero no podía fijar los ojos en ninguna parte. Buscaba una salida, un lugar por donde huir de esa situación….
Nxxxxx, yo me voy donde la policía, le dije angustiada. Y rompiendo el protocolo, empujando a siete señoras, dos niños y cuatro hombres conseguí llegar a la verja de la policía mas lejana a la corriente.

Sorprendentemente estaba abierta, se podía pasar sin problemas, así que escabulléndome como una ratilla de ciudad, conseguí llegar al otro lado en el que en 20 metros cuadrados únicamente había un policía leyendo whatsapps en su celular.

Cogí aliento y empecé a llorar apoyada en la pared, sintiendo el aire, el frío y  por fin el espacio vital.

A los 2 minutos Nxxxx, más blanca aunque yo, asomó una pierna, un brazo y pudo colarse por el hueco que yo había descubierto.
Detrás vino Jxxxx, también agobiado pero no tan descompuesto.

Nxxx y yo nos dimos la mano, como sintiendo que gracias la una a la otra habíamos sobrevivido a nuestros miedos, no podíamos ni abrazarnos, pero sabíamos que estábamos a salvo.
 Anduvimos 10 metros por los soportales, paralelos a la calle octava y asomándonos a un altillo del soportal que nos separaba de la barbarie, sin habla y horrorizadas, gastamos los siguientes 40 minutos respirando frío y viendo a gente pasar.

Cuando por fin se pudo ver algo del suelo empedrado de la calle octava nos decidimos a salir, ya era tarde y quedarnos en el centro histórico no era buena idea.

Pudimos coger un taxi que nos llevó hasta casa de Nxxx y Jxxxx, donde sin nombrar nada religioso (porque ellos no creen en nada y nos pidieron que en su casa no se rezara) celebramos una novena atea, dándole gracias a la vida por mil cosas, con sus villancicos y su vino blanco de rueda que me habían traído mis amigas para una ocasión especial.



sábado, 10 de diciembre de 2016

Se ha escrito un crimen

Antes de nada, esta entrada no es para todos los públicos.

Entre accidentes de avión de futbolistas y visitas relámpago a España no he parado ni un momento…

Y hoy por fin, tras haber puesto dos lavadoras, depilarme y hacer unas lentejas caseritas, me siento delante del ordenador para contaros cosas.
Estoy bastante cansada, ayer, mientras cenaba con unos amigos, les contaba que desde mediados de Septiembre, no ha habido una semana de relax a nivel informativo.

Una vez una tía mía y la señora que cuida a mi abuela me dijeron que les encantaría saber qué es lo que hago aquí, a qué me dedico, así que a grandes rasgos os voy a contar…

Me dedico a coordinar una empresa que bajo la rigurosidad de una agencia de noticias, vende cual tiburón, cualquier imagen de tele o medios para grabar esa imagen y sacar el máximo beneficio posible que me exige mi empresa de siempre.

Suelo decir que lo que yo hago, es vender muertos, porque las imágenes que más salen en la tele son muertos, pero desde septiembre, en el país de la cultura de la violencia,  he vendido de todo.

Hemos pasado de firma de paz en La Habana a Firma de Paz en Cartagena, a Plebiscito, de ahí al No tremendo de la mitad de los colombianos, saltamos al Nobel de Santos y cuando creíamos que ya no podía pasar nada más, se nos cae el avión con los jugadores de la final de la Copa Sudamericana.

Ha sido un no parar de intentar conseguir imágenes, de buscar equipos profesionales que cuadraran con las necesidades de nuestros clientes y posibles clientes. Continuo regateo, filtrar imágenes históricas, conseguir entrevistas clave, calcular márgenes, horarios, transportes seguros…
Un stress tremendo, de verdad.

Así que cuando aterricé en España el viernes pasado, e iba en el coche con mi madre de recado a recado sintiendo que todo funcionaba, pensé que ya estaba a salvo, que nada podía pasar, que en Europa las cosas funcionaban y que mi madre que sale de cualquier situación estaba ahí codo con codo en el país que me vió nacer.

Iba escuchando su voz en modo “off” de eso que no entiendes lo que dice pero que el sonido te llena de paz. Miraba la Castellana, con sus semáforos, sus fuentes maravillosas y limpias, sus autobuses poco contaminantes, el señor que pide en el Museo de Ciencias Naturales con mil banderitas de España pero bien aseado y sentía eso, paz…

Pero en cuanto la abandoné rumbo a Sevilla, volví a darme de bruces con la realidad… Cuando llegué a Sevilla un taxista muy sevillano él, me timó nada más salir de la estación de Santa Justa y me cobró el triple de una carrera normal. El avión que me llevaba de nuevo a Madrid después de visitar a mi sobrinito , se averió y ya estando en pista decidió dar la vuelta, tardamos tres horas más en salir y ahí nadie dijo ni mu.

Al llegar a las tantas a mi casa, el calentador no tenía agua caliente… así que cuando tras un periplo tremendo, me senté por fin a la 1 de la madrugada a comer un plato de alcachofas con jamón de La Carretilla sin haber conseguido conectarme al wifi de mi propia casa y puse la tele para ver el 24h lo único que quería era volver a la otra casa donde estaba Paquita y Pablo…

Encendí la tele y… aun sin escuchar nada vi la fachada de mi casa de Colombia en la sección de internacional.

Apagué la tele y volví a encenderla, sintiéndome la protagonista del Show de Truman, en la que todo el mundo gira en torno a mí y todo es un complot… Seguía Colombia en antena.

Al parecer un señor muy rico muy rico, de esos de grandes familias oligarcas de los que se apellidan Uribe, había secuestrado una niña de los barrios que hay en las montañas, una niña de ascendencia indígena, de estrato uno del barrio de detrás de mi casa. La había llevado a su casa de barrio pijo y allí la había matado. Al darse cuenta de todo, había intentado esconder la atrocidad de los hechos llamando a su hermano que era el mejor abogado de todo Bogotá … Y todo eso había ocurrido ¡En mi propio edificio!

Un escalofrío recorrió toda mi espalda, e inmediatamente relacioné todos los mails del trabajo que había leído ese día, con las localizaciones de grabación que se habían establecido y aprobado con mi propia casa.

Sentí que no había lugar donde no tuviera que trabajar, donde no hubiera noticia que contar, y agotada y emocionada después de un fin de semana de sobredosis de amor y buen rollo, acurrucada en mi sofá amarillo vacío sin gato ni novio, empecé a llorar entre alcachofas y riquísima agua del grifo.

Me sentí agotadísima, impresionada por una historia que tocaba todos los clichés de la sociedad Colombiana tan cerca y a la vez tan lejos.

Tocaba la impunidad de los ricos, la desigualdad social, la desprotección de la infancia y en especial de las niñas en un país que lucha por avanzar en armonía.

Llamé a Pablo, que estaba muchísimo más impresionado que yo ya que no había salido de casa en todo el domingo y la tele en Colombia no paraba de bombardear cual culebrón de datos más escabrosos de toda ésta historia. A Colombia le gusta la sangre y el morbo, así que las imágenes que piden y publican aquí, tienen tres puntos más de escabrosidad que en Europa y el pobre Pablo, europeo de a pie, estaba completamente flipado con lo que iba leyendo y escuchando...

Nos reímos de mi frialdad ante el hecho y terminamos hablando de nuestras aventuras y risas de ése fin de semana, olvidando los malos royos que nos rodeaban. Quedaban 10 horas para subirme al avión, así que sin lavarme los dientes me arrastré hasta la cama y me quedé dormida bajo mi edredón gordo, con persianas opacas y calefacción puesta.

Me desperté como nueva, El País abría su sección de internacional con mi edificio pero me dio un poco igual.

Al llegar a casa, casi 16 horas después, al más puro estilo colombiano, mi portal se había convertido en un altar. Lleno de velas, Vírgenes, Divinos Niños, mensajes, peluches y cómo no, gente rezando.

Estaba lleno de pijas con gafas de sol (era de noche) muy afectadas, de cuatro por cuatro blindados con conductores esperando en las puertas de sus vehículos y familias sacadas de revista dadas de la mano poniendo más y más velitas. Los carteles pedían justicia.

Sin querer, volví a reflexionar de manera fría y distante. ¿Por qué aquí y no les van a dar el pésame a la chabola a la familia de la niña a su barrio peligroso? ¿Por qué tanta gente rica que posiblemente ni se dé cuenta de la otra parte de la sociedad colombiana? ¿Por qué nadie habla de la impunidad que tienen unos aparcando sin orden y cortando la calle mientras otros, a la hora del trabajo no pueden permitirse ni poner una velita para rezar?

Me indigné de nuevo mientras subía mis maletas llenas de turrón y mazapán a mi piso de alto estrato.

Hoy, cuatro días después, nadie habla de otra cosa. La masa silenciosa, comienza a hablar de desigualdad, de la situación de las niñas en los barrios de ocupación, de la impunidad de los delitos cometidos por determinadas personas y demás… Parece que van dándose cuenta del fondo de la cuestión…

Pero, tristemente, todos saben que la probabilidad de que el monstruo de mi vecino pague una pena más pequeña de lo habitual es muy grande. Se quejan, demonizan, pero son conscientes de que queda mucho por hacer para que los ricos riquísimos sean colombianos como todos los demás.

Ayer por la tarde, el portero que estaba de guardia durante los hechos, único testigo directo, apareció muerto en su casa.

El periódico El Tiempo, propiedad de un alto cargo de familia oligarca habló de suicidio, El Espectador dijo “Presunto Suicidio” y únicamente Semana habló de “aparecer muerto”. Parece todo una película... pero así es cómo se viven las historias periodíscas en el país del "Realismo Mágico"


lunes, 21 de noviembre de 2016

Desayunos

Antes de comenzar mi relato, deben ustedes recordar que desde que mi madre me deja ,yo no desayuno nunca. Soy más de cenas contundentes y aguantar hasta el bocata de media mañana.

A mi me está dando pena Pablo éstos días.

Sabía que iba a pasarme, pero la verdad es que, no puedo evitarlo, me da pena.
El tan ingeniero, tan acostumbrado a los números, a los exceles, a que los cálculos funcionen…

Y ahora claro, aquí…

Al pobre le sorprende eso de que tengas que encontrar tú la solución, de que las cosas no funcionen a la primera, de que quien te atienda no sea la persona màs competente del planeta… Pero lo que peor ha llevado mi Pablo, es el tema desayuno.

Hombre precavido, sabiendo que los colombianos hacen un café diferente al nuestro, Pablo se trajo su Nesspreso en la maleta. Se quitó de traerse más ropa, traerme tomate frito Orlando para poder albergar en sus 45 kilos permitidos, una Nesspreso.

La envolvió entre camisetas, calcetines y demás y nada más llegar a su nueva casa, la puso en la cocina para sentirse como en María de Guzmán y tomar un cafecito antes de salir a su nueva oficina.

Ese mismo día me crucé la ciudad hasta la tienda de Nesspreso y compré 5 cajas de cápsulas de los colores que yo recordaba que tenía en casa y al día siguiente, como el primer día de cole, nerviosos por empezar, nada más despertarnos Pablo salió raudo y feliz de la cama hacia su Nesspreso.

Le puso agua embotellada, cápsula, la enchufó y… eso no se encendió.

Probó en otro enchufe y lo mismo…

El pobre, con una desilusión tremenda, usó la cafetera que venía con el piso y se hizo un café colombiano que es más agua oscura que café. “Un tintito” le llaman.

Así que el primer sábado que llegó, a las 10.00 de la mañana, como un clavo ,estábamos en la puerta de la tienda  de Nesspreso  para preguntar qué había pasado.

Nos explicaron que era normal, que las corrientes aquí son más suaves y que las nesspresos europeas no funcionan  porque no les da la energía.

Pablo hizo de tripas corazón y aprovechándose del cambio del euro al peso, de los precios locales y de una super oferta, se compró otra para que sus desayunos funcionaran.

Pero claro, otra cosa que yo no tenía antes de que él llegara, además de café, era tostadora.

Así que ayer, nos recorrimos medio país donde no se desayunan tostadas sino arepas, para conseguir una tostadora de pan que Pablo denominó “ De esas de toda la vida”.

Primero fuimos a “Pepe Ganga” que es un sitio que tiene muebles, pequeños electrodomésticos, jueguetes…

Allí, tras preguntarle a cuatro dependientes por fin encontramos unas tostadoras que costaban como 100 euros muy peripuestas ellas.

Al ver nuestra cara, la cuarta dependienta que nos llevó hasta ellas, entendió que aunque fuéramos gringos, no íbamos a pagar 280.000 pesos por una tostadora “de esas de toda la vida”,   así que nos llevó a otra dependienta que nos enseñó otras tostadoras más baratitas que estaban de oferta.

Eran como 25 euros, pero como aquí se desayunan arepas y no tostadas, se trata de un electrodoméstico importado, y eso tiene un precio.

Pagamos la tostadora,  pero conscientes de que no hay que fiarse de nadie ni de nada, le pedimos a la señorita de la puerta que nos dejara probarla.

La desenvolvimos con cuidado y la enchufamos en un mostrador entre las luces de navidad y las muñecas  psicodélicas que según parece serán el regalo estrella estas Navidades.

La señorita que nos ayudó, intentó accionar el aparatito, pero al no tener ni idea de cómo se utiliza una tostadora “ De esas de toda la vida”,  le pidió a Pablo ayuda y él, con resignación,  accionó la tostadora con fuerza.

A los pocos segundos, el electrodoméstico recién comprado empezó a echar un humazo y a oler a plástico quemado de una manera completamente anormal.

La señorita, sonriendo nos aseguraba que era habitual, que las tostadoras siempre se queman al principio. Pero Pablo, consciente de que eso iba provocar un incendio, le pidió amablemente si podría probar otra de las de oferta para poder llevarse una que funcionara.

La señorita le pidió a un compañero que fuera a por otra, y sin dejar de sonreir, esperó a que le trajeran otra en las mismas condiciones. La sacó, la enchufó, le pidió a Pablo que la accionara y… Otra vez comenzó a derretirse por dentro.
Pablo, completamente fuera de sus casillas, le pidió a la señorita que le devolvieran el dinero, pero lo que Pablo no sabe en Colombia no te devuelven el dinero,  así que la señorita le dijo que eso era imposible.

Consciente de la fuerza de la frase de “Quiero hablar con el encargado” y conteniendo su rabia que le hacía ya resoplar, le pidió a la señorita,  que llamara al encargado.

Como la señora no podía alejarse de las tostadoras por si nosotros éramos unos gringos ladrones que al mayor descuido nos llevaríamos las tostadoras achicharradas que según ella funcionaban, llamó a un compañero que llamó a otro y que llamó a otro que trajo al encargado, que tras escuchar nuestro acento y nuestra justificación, le hizo sin problema una devolución a Pablo.

Pablo el pobre estaba desquiciado, salimos del “Pepe Ganga” y con el objetivo de saciar su sed de tostadoras, me acordé que en el Jumbo, (el Carrefour de aquí) yo había visto hacía unos meses tostadoras.

Así que cogimos un taxi, cruzamos 69 calles y nos plantamos en el Jumbo a una hora de cerrar.
Preguntamos a una señorita por las “Tostadoras de toda la vida” y nos llevó a las planchas para hacer sanwiches, luego preguntamos a otra que nos dijo que no manejaban tostadoras, a otra que nos llevó al otro lado del Jumbo y al final reconoció que no sabía dónde estaban  y luego a otra, que nos aseguró que si que había y nos volvió a llevar al estante de las sanwicheras.

Así que frente a esa estantería, viendo como Pablo se cubría la cara con las manos con gran desespero, sólo se me ocurrió abrazarle y decirle que a mí no me importaba que hiciera tostadas en la sartén.

Nos dio la risa, abrazados en medio del Jumbo detrás de una puta tostadora.

Hoy ha desayunado galletas, se las ha terminado, no se qué pasará mañana… No quiero tocar el tema.

Al pobre le está tocando luchar con todo.

Esta mañana, mientras cerraba unas cosas en mi trabajo, he recibido una llamada suya. Me ha contado que ha ido al banco que ya había solucionado lo de su cuenta, que ya tenía cuenta en Bancolombia.

A mí me ha parecido rarísimo, porque nadie lo consigue a la primera, pero me he alegrado muchísimo y le he dado la enhorabuena.

Por la tarde, a las seis o así me ha vuelto a llamar. Me ha dicho que su móvil debía de estar mal, porque los del banco le habían
dicho que en media hora le mandaban un sms de activación y que habían pasado 4 horas y nada.
No se lo he dicho en ese momento, estoy esperando a que vuelva a casa. Pero nunca le mandarán el mensaje.

Mañana habiendo desayunado un café con pan Bimbo sin tostar ,tendrá que volver a Bancolombia y volver a perder otras dos horas,  luchar con la misma tía que  hoy le ha prometido que estaba todo activado y que se hará la loca diciendo que durante la jornada de hoy  “El sistema se había caído”.



PD: Sepan ustedes saber que Pablo no está de acuerdo con mi versión (visión) de los hechos. Es más, está un poco molesto...

martes, 15 de noviembre de 2016

¡Hágale pues Papá!

En Colombia siempre llueve, todos los días llueve, pero en la época de lluvias, que es ahora, llueve con más fuerza.

Lo de llueve mansamente, que tanto le gusta a mi madre de sangre gallega, es algo que pasa pocas veces.

Aquí llueve fuerte, llueve enfadado, llueve gordo o como dicen aquí, “cae un aguacero que Ave María”.

Así que los aeropuertos, que a pesar de ser lugares donde acceden sólo unos pocos bastante más ordenados que lo general, no pierden la tónica nacional de cancelar sus citas, aplazarlas e incluso cerrar sin venir a cuento alguna pista que otras.

Consciente de ése hándicap nacional, éste fin de semana, aprovechando que era puente y que ha venido una amiga mía del erasmus, cogí unos billetes de avión para ir al Eje Cafetero en una línea aérea algo mejor que la que siempre cojo ( “VivaColombia”, que es el Ryanair colombiano)

Esta vez decidí gastar un poquito más y viajar en LaTam, que es grandota y sus aviones, a pesar de que sople el viento, o haya algún charquito, dan seguridad y salen y llegan sin problemas.

Como ahora resulta que tengo que consensuar las decisiones porque ya no soy yo sola, en vez de salir el viernes por la tarde, cogimos un avión que salía a las 07.40 de Bogotá del sábado, para que en caso de que Deloitte nos exigiera permanecer delante de ordenadores y excels todo el viernes, no hubiera problemas.

Así que a las 05.30 de la mañana,  sin que Pablo hubiera hecho la maleta aun, ya estaba yo apurando al personal para llegar a las 06.45 al aeropuerto sin éxito.

Pablo, como todos sabéis, requiere unos tiempos, que yo no necesito y lo que yo fui capaz de hacer en 25 minutos (colgar una lavadora que había programado para que terminara a las 05.00, ducharme, vestirme, pintarme, ponerle de comer a Paqui, tirar la basura, cambiarle la arena al gato y cerrar mi maleta) a él le dio tiempo a hacer su maleta.

A las 06.30, media hora después de lo previsto,  estábamos saliendo de casa, y llegando al aeropuerto a las 07.05 en un Uber que iba haciendo rally. Yo desquiciada, y Pablo como siempre, tranquilote.

Nos dio tiempo a comprar un café con unas galletas para Pablo y para mi que no me entra nada a esas horas, compramos un sanwich por si no me daba tiempo, antes de ir a la Hacienda Cafetera que habíamos reservado para visitar a las 11.00, tomar un piscolabis.

El aeropuerto del Dorado, como acostumbra, cambió de puerta de embarque sin avisar a 5 minutos de embarcar, y finalmente, a las 07.45, hora a la que íbamos a salir, abrieron la puerta del vuelo LaTam rumbo Pereira.

Nos sentamos en la fila 23, Pablo y yo encantados, sonrientes y nerviosos por nuestra primera escapadita en mucho tiempo.
El trayecto era corto (40 minutos) así que ambos, cogiditos de la mano, ya sentíamos que estábamos de vacaciones cortas embarcándonos en una aventura.

Íbamos con algo de retraso, pero nos daba un poco igual, cross cheking cruzado (que a saber que significa eso), que los que tuvieran un Samsung Galaxy note no se que qué avisaran a la tripulación porque estaba prohibido, cinturones, sillas reclinadas y palante!!!.

A los 10 minutos ya estaba con el cuello roto dormidísima y feliz… No sé cuánto tiempo debí dormir, soñé y todo, pero intuí que poco puesto que el vuelo era subir y bajar.

Me desperté por el ruido de la megafonía, cuando el piloto le pidió a las azafatas que aseguraran cabina para el aterrizaje.
Empezamos a bajar poquito a poquito pero tan poco a poco que yo sentía que seguíamos en el mismo sitio…

A los pocos minutos, el avión se inclinó hacia la izquierda, haciendo ese movimiento que te suben las tripas un poquito, entre molón y acojone,  y empezamos a girar lentamente. 

Dos minutos después girábamos de nuevo hacia el otro lado, y otros tres minutos después hacia el otro lado. Como si de un aeropuerto internacional se tratara y estuviéramos esperando turno a que nos dejaran pista, nuestro A319 giraba sobre la ciudad de Pereira sin tomar pista.

En uno de los giros, a lo lejos, vimos un avión rojito descender hacia la pista. Supuse que era el de Avianca, que no quise coger porque era aun más caro que el de LaTam.

Seguimos girando durante unos 30 minutos, hasta que el Comandante, que hasta ese momento no se había dignado ni a saludar, se puso ante el micro. Nos explicó que había “viento de cola” y que no iba a poder aterrizar en Pereira, que se tenía que ir a un aeropuerto alternativo a repostar y que ese aeropuerto era Bogotá.

¡A tomar por culo el viaje! ,pensé, pero como estoy en modo Zen, no dije nada y comencé a planificar cosas para hacer en Bogotá durante tres días que teníamos por delante.

La gente, sorprendentemente, no dijo nada,  para lo ruidosos que son los colombianos a mí me sorprendió que toda esa tripulación se resignara causando únicamente un elegante murmullo  suspirado, pero así fue, el avión dio la vuelta y nadie dijo ni pio.

A las 09.15, volvimos a aterrizar y aparcar en el mismo lugar desde el que habíamos salido; El aeropuerto el Dorado.

Las azafatas se levantaron,  hicieron esas mil cosas que hacen cuando aterrizan que nadie sabe qué es exactamente y abrieron la puerta delantera del avión sin que nadie se comunicara con ninguno de los allí presentes.

Pasó un azafato por nuestro lado y bastante perdida, sin entender demasiado y sin levantarme del asiento, le pregunté qué era lo que debíamos hacer en ése momento. La respuesta fue clara y concisa, pero a mí me dejó mucho más perdida. “Esperar Señora, esperar”.

¿Esperar a qué? Pensé para mi… ¿A perder la mañana en un avión? ¿A que nos cancelaran el vuelo y no nos devolvieran el dinero? Yo no entendía nada de nada, miraba hacia delante y veía que nadie se movía, nadie se pronunciaba…

Hasta que de repente, a una familia de la penúltima fila, se le ocurrió levantarse con intención de marcharse, y como si se tratara de una chispa en un avión lleno de gas, la bomba explotó en forma de señora operada de la fila doce que gritó, como sólo las paisas saben hacer; (descaradas pero femeninas)

¡De aquí no se mueve nadie!

La familia que ya recogía su maleta de los “compartimentos superiores” (como veis estoy intentando usar términos técnicos por si hay algún piloto, madre de piloto o hijo de piloto en la sala) se quedó pasmada mirando a la fila doce, y como por arte de magia, un hombre gordito de la fila dieciséis, contagiado por la otra señora,  dijo gritando como un loco “Si uno se baja nos jode a todos, porque cancelan el vuelo y aquí este vuelo se nos va pa Pereira ¡pues!”.

Empezaron a florecer paisas enfadados de otros asientos contando que el vuelo de la noche anterior (el que no pudimos coger por si Deloitte nos necesitaba) se había visto en la misma situación y que al bajarse una señora, decidieron cancelarlo porque no coincidía con no se qué lista y era ilegal salir.

Unos se alentaban a otros gritando contra la compañía,  la señora de la familia que se quería bajar gritaba contra medio avión que ella no iba a perder la mañana esperando.

Los azafatos intentaron defenderla, pero por más que trataban de poner paz, la gente iba gritando y dando más razones  por las que no moverse del sitio.

¡El avión de Avianca aterrizó! Gritó uno, ¡Cambien de comandante! Saltó otro. ¡Qué verraquera acojonao el man! Soltó un gordo de las primeras filas.

Pablo y yo, desde nuestra fila 23, observábamos encantados, como si fuera un partido de algún deporte precolombino, como unos se tiraban la pelota a otros, desde sus asientos pero de pie, calentando más y más el ambiente. Yo saqué mi bocadillo y empecé a disfrutar del ambientazo del avión.

Gritos medianamente ordenados daban paso a otros gritos, a otras razones de peso por las que no moverse, por las que aterrizar en Pereira y por las que justificaban que el piloto era un acojonado.

¡Tin! (sonó el aviso de  que alguien iba a hablar por megafonía)El silencio fue total.

“Muy buenos días, les habla el capitán, estamos a la espera de que el aeropuerto de Pereira nos dé el parte meteorológico de las 10.00, puesto que nuestro avión, debido a su tamaño, no puede aterrizar con el viento en cola y la pista en condiciones de lluvia”.

El pobre Capitán, estaba intentando defender su honor, estaba escuchando todas esas críticas y lo único que él quería, era decirnos que no era su culpa, sino que el avión, el pobre, era pequeñito y no podía aterrizar.

Eran las 09.50, así que como me había recomendado el azafato hacía quince minutos, solo tocaba eso, esperar.
La gente, siguiendo al pie de la letra todos los prejuicios de su cultura colombiana, empezó a tomarse la situación con alegría, unos pedían a gritos que repartieran cervezas para todos, otros seguían vacilando con los complejos de inferioridad del piloto y su falta de destreza a los mandos, que si seguro que era igual con su señora, que si había que mandarle una buena mamasita para animarle, que si no había cerveza mejor repartieran empanaditas y aguardiente… Eso era una fiesta de la queja jocosa.

Todos gritaban, se quejaban y se hacían reír unos a otros.

Todos, menos Pablo y yo ,que sin entender nada, y encantados, íbamos retransmitiendo a mi amiga Elena y a la madre de Pablo que nos escribía en ese momento, cómo estaba la situación, y comiéndonos mi bocadillo.

Reconozco que los primeros minutos pasé un poco de miedo, ya que cuando un colombiano (sea hombre o mujer )se empecina con algo, lo hace sin pensar en las consecuencias, pero cuando vi que la familia de detrás volvía a sus asientos resignados y la gente empezaba a llamar cagueta al piloto, me sentí mucho más segura.

A las 10.05, ya se nos había olvidado lo del parte meteorológico, pero el capitán, cumpliendo su promesa, nos comunicó que salíamos rumbo a Pereira, pero que como había tráfico en la capital, teníamos que esperar una media hora para poder despegar.

La gente empezó a gritar de alegría, ¡Hágale pues papá! Le gritaban los hombres, ¡Ea pues verraco! Las mujeres, eso era una fiesta, todos sin cinturones, de pie y encantados porque el piloto iba a salir.

A las 10.45 despegábamos hacia Pereira de nuevo, sin saber si, después de tanta espera, el aeropuerto de destino estaba sequito y sin viento de cola…

A los 20 minutos el Comandante volvió a pedir que aseguraran la cabina, se escuchó un revuelo general, como si los unos a los otros nos dijéramos lo mismo que le decía yo a Pablo en ese momento “Esta vez si o si ¿no?”.

Diez minutos… primera vueltita hacia la izquierda, vueltita hacia la derecha…El ambiente ya se sentía más nervioso…
Empezamos a bajar… y como si el motor tragara saliva, de repente, cruzamos la capa de nubes que separaba el cielo de la tierra, viendo las magestuosas  montañas cafeteras, sus parcelitas ordenadamente caóticas y al fondo Pereira.

Y así, sin más, aterrizamos como si fuéramos en el mejor de los aviones del mundo, suave, sin turbulencias ni frenazos.

En tierra, la gente comenzó a aplaudir y un señor gritó desgañitándose “Yo siempre creí en usted Mi Capitán” y todo el avión, al unísono soltó una carcajada. Las bromas y la fiesta volvieron a la cabina mientras las azafatas activaban un hilo musical horrible. ¡Pongan un vallenato! Llegaron a pedir.

Al salir del avión, nos despedimos los unos de los otros, triunfantes, como si hubiéramos sobrevivido a una guerra, de la que salíamos triunfantes a pesar de todo.


Pablo y yo nos volvimos a dar la mano, y casi dando saltitos, nos alejamos del tumulto rumbo a nuestra siguiente aventura de fin de semana

martes, 8 de noviembre de 2016

El gato volador


Mi preocupación por cómo se lo iba a tomar ella, cómo le iba a sentar el vuelo, los controles pertinentes de entrada en Colombia y sobre todo la adaptación a la nueva casa donde ya no pasan coches para cotillear sino que las ventanas dan a un pacífico patio en el que lo único que pasan son algunos pajarillos de paso… era algo que me quitaba el sueño. Ella, tan paletita de Valdepiélagos (su pueblo natal) cruzando el charco…¡Pobre!

Y no era para menos… La pobre Paqui lo ha pasado bastante mal.

Os cuento su viaje a su nueva casa…

Siguiendo las indicaciones de medio mundo, Pablo drogó a Paquita antes de ir al aeropuerto. En casa ya en ayunas desde primera hora de la mañana, le dio media pastillita de no se qué para que Paqui no sufriera en los primeros pasos del viaje.

De casa la llevaron al aeropuerto, allí pasó los controles sin decir ni “miau”.

Hecha un trapo, se subió al avión sin problemas, despegó, pasó la hora de comer y sus correspondientes olores , ruidos y demás… Pero a las seis horas de vuelo, en medio del océano Atlántico, el pobre animal, se dio cuenta que estaba en un trasportin enano del que claramente quería salir, en un sitio fuera de su ámbito de actuación y con su amo y amante a un metro sin que le pudiera tocar.

Al parecer, la agonía empezó gradualmente. Primero comenzó a maullar melosona, entre drogada y seductora, con esos miaus largos que le canta a Pablo, queriendo que sus encantos (que nunca hasta el momento le habían fallado) rindieran a su hombre bajo sus patitas peludas y pudiera salir a que le arrullara en sus brazos.

El cortejo duró unos 30 minutos, pero visto que Pablo en vez de abrirle la cremallera le pedía calma desde fuera, comenzó poco a poco a acelerar el maullido y del seductor miaaaaaauuuuuuooooo pasó al maaau maaau maaau que suele utilizar cuando me pide algo a mi con insistencia y no le hago caso.

Pablo, empezó a ponerse nervioso, no quería utilizar la otra media pastilla porque para él, drogar al gato es un pecado imperdonable ya que “es un animal, y el pobrecito no sabe lo que le pasa y se siente fatal”. Así que en vez de calmar al bicho con drogas, se le ocurrió, que llevársela al baño era la mejor opción.

Una vez dentro (sin sacarla del transportín) cerró la tapa del retrete (nunca nadie ha asegurado que el pis que haces en un avión no se caiga al cielo y no había por que correr riesgos) y una vez inspeccionado que no habían muchos más peligros, abrió la puerta del recipiente gatuno.

Paquita tardó unos segundos en salir, primero asomó una patita, luego la cabeza, miró hacia los lados, volvió a meter la cabeza y con poca decisión, comenzó a salir lentamente con la tripa muy pegada al suelo como con miedo a ponerse de pie en ese cubículo ruidoso y extraño.

Comenzó a oler cada esquina y queriendo esconderse se metió bajo el retrete que había un huequito que a ella le parecía seguro de todo mal.

Pablo, al darse cuenta de que no había inspeccionado todo y que el gato estaba cerca de un hueco que tal vez era un agujero con caída al vacío y subcionador de gatos en libertad, volvió a coger al felino y tras darle unos besitos y abracitos lo volvió a meter en el transportín.

Pero tras ese meneo, Paquita lo tenía aun más claro, ella quería volver a su sofá amarillo, su calle con coches y su reino madrileño.

Comenzó a revolverse dentro del cubículo como si el propio Lucifer se hubiera apoderado de ella, lloró, bufó, golpeó las paredes de tela del recipiente y con sus gritos molestó a media cabina.
Pero no hubo respuesta...

Al darse cuenta que Pablo no iba a ayudarla de ninguna manera, con su mente retorcída de gato malvado, diseñó una huida digna de Alcatraz abriendo un hueco por la redecilla del trasportin nuevo que Pablo compró 48 horas antes del viaje para que ella no lo relacionara con otras malas experiencias del otro y para que cumpliera las medidas de seguridad de cualquier compañía aérea.

Decidió empezar a arañar con gran velocidad y tesón la parte de delante, un dos un dos un dos, la cosa parecía que avanzaba, un dos un dos… las uñas recién cortaditas para que fuera guapa en el viaje hacían su trabajo, un dos un dos….¡Paaam! Su uña de en medio de la pata delantera derecha se le enganchó y trabó en la rejilla. No salía ni para delante ni para detrás.

Paquita rompió a llorar, a retorcerse, a intentar sacar la garrita de los cuadritos de la rejilla de su prisión gatuna, a gritar de dolor, a desesperarse como había hecho minutos antes… Pero como el cuento de Pedro y el lobo, nadie le creyó esta vez y tras minutos de desesperación sin que nadie la ayudara, la pobre gatita, perdidamente desesperada y muerta de miedo pensando que era el final de sus días de paz, decidió liberarse ella misma y tirar…. Zas!!!!

Empezó a sangrar poquito, se miró la patita y vio cómo su uña especial, con la que enganchaba todos los juguetes de su antiguo remanso de paz, se separaba de su patita blanca dejándole una herida horrible que aun hoy se lame continuamente.

La pobre debió sentirse super desconsolada, pero como buena gata digna de sus dueños, la muy cabezota, aun muriéndose de dolor y sin parar de llorar, decidió continuar su misión, salir de su trasportin.
Esta vez con los dientes, empezó a morder la misma área de la rejilla.

Tras diez minutos de arduo trabajo, pudo romper unos tres centímetros, ya podía sacar el hocico rosita, mordía más y sacaba el hocico para sentir que estaba en libertad, mordía y se asomaba, mordía y repetía la operación.
Alertado por el silencio de Paquita y los ruiditos rumiantes provenientes de transportín, Pablo se acercó sin hacer mucho ruido para no asustar al animalito que creyó que tras tanto esfuerzo había caído rendido.

Cual fue su sorpresa al encontrarse a Paquita, con una pata llena de sangre con media nariz fuera del trasportín violando dos reglas fundamentales de inmigración: Transportar al animal en un recipiente completamente cerrado y entrar en el país sin ninguna herida abierta.

Al pobre Pablo casi le da un patatús pensando en cómo tendría que hacer para poder convencer a las autoridades colombianas de que su amada gato cumplió todo cuando salieron pero que ahora nada tenía sentido (No recordaba que en Colombia todo el laxo y “solucionable”) . Le pasó por su cabeza hacer un Melendi, para que el piloto tuviera que volver, pero a esas alturas de vuelo, si tenían que tocar tierra firme seguramente aparecerían en Venezuela, y salir de allí con Paquita viva iba a ser bastante complicado, así que armándose de valor y dejando sus miedos a un lado decidió tomar la decisión más difícil. Volver a drogar al gato.

Nervioso buscó en su maleta de mano la media pastilla que le habían asegurado que podría darle pasadas 6 horas de la primera toma. Volvió a contar las ocho horas que separaban la salida de casa a ese momento, volvió a leer el prospecto, respiró hondo y aprovechándose del espíritu escapista de Paquita trazó un plan infalible: Abriría la cremallera del trasportín por arriba, Paquita querría salir como loca sacando la cabeza, en ese momento abriría su boquita con la mano izquierda y con la derecha le metería la pastilla hasta la garganta para que de una vez se la tragara sin complicaciones.

Dicho y hecho, luchando con el mal aliento del gato que llevaba 11 horas sin beber, Pablo consiguió meterle la pastilla de cuajo al gato y la pobre, asustadísima sin entender nada, no le quedó otra cosa que tragar sin saber qué ni porqué.
Pablo cerró de nuevo la cajita del gato y Paquita, más triste que nunca, sintiéndose sola y engañada se fue a la parte de atrás del trasportín a llorar y a limpiarse la patita, explicándole al mundo en maullidos que ella no quería estar ahí y que no entendía por qué le estaban haciendo eso, con lo buena que ella había sido siempre.

Tardó una hora en calmarse bajo los efectos de la potente pastilla, entrando ya a cielo americano, a menos de una hora de aterrizar pudo dormirse de nuevo y para cuando llegó a tierra, luchaba entre sueños en descifrar qué de lo que veía era verdad y qué imaginaciones suyas.

Vio perros detectores de drogas que pasaron de ella completamente, vio policías, maletas girando una detrás de otra y hasta le pareció ver a la amante de su pareja “La otra” a lo lejos.
Sentía que Pablo estaba muy nervioso, ahora que ella se calmaba,  su compañero de viaje-pesadilla se ponía histérico.
Escuchó cómo hablaba por teléfono y confirmaba que tenía una herida y que no sabía cómo iba a pasar los controles.
Pablo le llevó a una sala más tranquila, en la que un hombre le preguntaba a Pablo sobre ella misma, edad, vacunas, raza (¿Raza? Si esta es mas chucha que la madre que la parió que era callejera!!!) … Pablo respondía muy nervioso, y ella en medio de un colocón espectacular intentaba ronronear o maullar para explicarle al señor que lo único que quería era llegar a casa y dormir.

La suerte, o el instinto protector de la gata, hicieron que se quedara medio dormida sobre sus patas delanteras dobladitas, así que en el momento en el que aquel señor, levantó su cajita para hacer una “inspección ocular” (que como era de esperar en Colombia, fue bastante por encima) sólo se encontró a un gato dormido y reluciente que se apoyaba elegantemente sobre sus patitas delanteras recogiditas.
Algo más pasó que ella no se dio cuenta, y cuando abrió los ojos, estaba en otra casita, en otro lugar pero con Pablo y con “la otra” que le enseñaban su arenita para hacer pis y su comidita igual que la de Madrid.

Pablo sacó de una maleta su manta azul y cubrió el sofá para que todo oliera más a hogar, dulcemente cogió a Paquita y la posó sobre la manta mullidita para que pudiera descansar entre él y “La otra”.

Entre sueños, tumbos y golpes con las cosas, consiguió subirse al pecho de “la otra.” Lo recordaba mullidito, así que el instinto le llevó hasta allí.

Y por fin, tras una gran pesadilla pudo dormirse en paz, aunque fueran 10 minutos, pero en Paz.
Sabiendo que “la otra” estaba cerca y que su dueño y amado, desprendía olor a felicidad, mucha más feliz que los últimos días y también estaba allí, con ella, haciendo manada “Equipo P”.

El gato volador


Mi preocupación por cómo se lo iba a tomar ella, cómo le iba a sentar el vuelo, los controles pertinentes de entrada en Colombia y sobre todo la adaptación a la nueva casa donde ya no pasan coches para cotillear sino que las ventanas dan a un pacífico patio en el que lo único que pasan son algunos pajarillos de paso… era algo que me quitaba el sueño. Ella, tan paletita de Valdepiélagos (su pueblo natal) cruzando el charco…¡Pobre!

Y no era para menos… La pobre Paqui lo ha pasado bastante mal.

Os cuento su viaje a su nueva casa…

Siguiendo las indicaciones de medio mundo, Pablo drogó a Paquita antes de ir al aeropuerto. En casa ya en ayunas desde primera hora de la mañana, le dio media pastillita de no se qué para que Paqui no sufriera en los primeros pasos del viaje.

De casa la llevaron al aeropuerto, allí pasó los controles sin decir ni “miau”.

Hecha un trapo, se subió al avión sin problemas, despegó, pasó la hora de comer y sus correspondientes olores , ruidos y demás… Pero a las seis horas de vuelo, en medio del océano Atlántico, el pobre animal, se dio cuenta que estaba en un trasportin enano del que claramente quería salir, en un sitio fuera de su ámbito de actuación y con su amo y amante a un metro sin que le pudiera tocar.

Al parecer, la agonía empezó gradualmente. Primero comenzó a maullar melosona, entre drogada y seductora, con esos miaus largos que le canta a Pablo, queriendo que sus encantos (que nunca hasta el momento le habían fallado) rindieran a su hombre bajo sus patitas peludas y pudiera salir a que le arrullara en sus brazos.

El cortejo duró unos 30 minutos, pero visto que Pablo en vez de abrirle la cremallera le pedía calma desde fuera, comenzó poco a poco a acelerar el maullido y del seductor miaaaaaauuuuuuooooo pasó al maaau maaau maaau que suele utilizar cuando me pide algo a mi con insistencia y no le hago caso.

Pablo, empezó a ponerse nervioso, no quería utilizar la otra media pastilla porque para él, drogar al gato es un pecado imperdonable ya que “es un animal, y el pobrecito no sabe lo que le pasa y se siente fatal”. Así que en vez de calmar al bicho con drogas, se le ocurrió, que llevársela al baño era la mejor opción.

Una vez dentro (sin sacarla del transportín) cerró la tapa del retrete (nunca nadie ha asegurado que el pis que haces en un avión no se caiga al cielo y no había por que correr riesgos) y una vez inspeccionado que no habían muchos más peligros, abrió la puerta del recipiente gatuno.

Paquita tardó unos segundos en salir, primero asomó una patita, luego la cabeza, miró hacia los lados, volvió a meter la cabeza y con poca decisión, comenzó a salir lentamente con la tripa muy pegada al suelo como con miedo a ponerse de pie en ese cubículo ruidoso y extraño.

Comenzó a oler cada esquina y queriendo esconderse se metió bajo el retrete que había un huequito que a ella le parecía seguro de todo mal.

Pablo, al darse cuenta de que no había inspeccionado todo y que el gato estaba cerca de un hueco que tal vez era un agujero con caída al vacío y subcionador de gatos en libertad, volvió a coger al felino y tras darle unos besitos y abracitos lo volvió a meter en el transportín.

Pero tras ese meneo, Paquita lo tenía aun más claro, ella quería volver a su sofá amarillo, su calle con coches y su reino madrileño.

Comenzó a revolverse dentro del cubículo como si el propio Lucifer se hubiera apoderado de ella, lloró, bufó, golpeó las paredes de tela del recipiente y con sus gritos molestó a media cabina.
Pero no hubo respuesta...

Al darse cuenta que Pablo no iba a ayudarla de ninguna manera, con su mente retorcída de gato malvado, diseñó una huida digna de Alcatraz abriendo un hueco por la redecilla del trasportin nuevo que Pablo compró 48 horas antes del viaje para que ella no lo relacionara con otras malas experiencias del otro y para que cumpliera las medidas de seguridad de cualquier compañía aérea.

Decidió empezar a arañar con gran velocidad y tesón la parte de delante, un dos un dos un dos, la cosa parecía que avanzaba, un dos un dos… las uñas recién cortaditas para que fuera guapa en el viaje hacían su trabajo, un dos un dos….¡Paaam! Su uña de en medio de la pata delantera derecha se le enganchó y trabó en la rejilla. No salía ni para delante ni para detrás.

Paquita rompió a llorar, a retorcerse, a intentar sacar la garrita de los cuadritos de la rejilla de su prisión gatuna, a gritar de dolor, a desesperarse como había hecho minutos antes… Pero como el cuento de Pedro y el lobo, nadie le creyó esta vez y tras minutos de desesperación sin que nadie la ayudara, la pobre gatita, perdidamente desesperada y muerta de miedo pensando que era el final de sus días de paz, decidió liberarse ella misma y tirar…. Zas!!!!

Empezó a sangrar poquito, se miró la patita y vio cómo su uña especial, con la que enganchaba todos los juguetes de su antiguo remanso de paz, se separaba de su patita blanca dejándole una herida horrible que aun hoy se lame continuamente.

La pobre debió sentirse super desconsolada, pero como buena gata digna de sus dueños, la muy cabezota, aun muriéndose de dolor y sin parar de llorar, decidió continuar su misión, salir de su trasportin.
Esta vez con los dientes, empezó a morder la misma área de la rejilla.

Tras diez minutos de arduo trabajo, pudo romper unos tres centímetros, ya podía sacar el hocico rosita, mordía más y sacaba el hocico para sentir que estaba en libertad, mordía y se asomaba, mordía y repetía la operación.
Alertado por el silencio de Paquita y los ruiditos rumiantes provenientes de transportín, Pablo se acercó sin hacer mucho ruido para no asustar al animalito que creyó que tras tanto esfuerzo había caído rendido.

Cual fue su sorpresa al encontrarse a Paquita, con una pata llena de sangre con media nariz fuera del trasportín violando dos reglas fundamentales de inmigración: Transportar al animal en un recipiente completamente cerrado y entrar en el país sin ninguna herida abierta.

Al pobre Pablo casi le da un patatús pensando en cómo tendría que hacer para poder convencer a las autoridades colombianas de que su amada gato cumplió todo cuando salieron pero que ahora nada tenía sentido (No recordaba que en Colombia todo el laxo y “solucionable”) . Le pasó por su cabeza hacer un Melendi, para que el piloto tuviera que volver, pero a esas alturas de vuelo, si tenían que tocar tierra firme seguramente aparecerían en Venezuela, y salir de allí con Paquita viva iba a ser bastante complicado, así que armándose de valor y dejando sus miedos a un lado decidió tomar la decisión más difícil. Volver a drogar al gato.

Nervioso buscó en su maleta de mano la media pastilla que le habían asegurado que podría darle pasadas 6 horas de la primera toma. Volvió a contar las ocho horas que separaban la salida de casa a ese momento, volvió a leer el prospecto, respiró hondo y aprovechándose del espíritu escapista de Paquita trazó un plan infalible: Abriría la cremallera del trasportín por arriba, Paquita querría salir como loca sacando la cabeza, en ese momento abriría su boquita con la mano izquierda y con la derecha le metería la pastilla hasta la garganta para que de una vez se la tragara sin complicaciones.

Dicho y hecho, luchando con el mal aliento del gato que llevaba 11 horas sin beber, Pablo consiguió meterle la pastilla de cuajo al gato y la pobre, asustadísima sin entender nada, no le quedó otra cosa que tragar sin saber qué ni porqué.
Pablo cerró de nuevo la cajita del gato y Paquita, más triste que nunca, sintiéndose sola y engañada se fue a la parte de atrás del trasportín a llorar y a limpiarse la patita, explicándole al mundo en maullidos que ella no quería estar ahí y que no entendía por qué le estaban haciendo eso, con lo buena que ella había sido siempre.

Tardó una hora en calmarse bajo los efectos de la potente pastilla, entrando ya a cielo americano, a menos de una hora de aterrizar pudo dormirse de nuevo y para cuando llegó a tierra, luchaba entre sueños en descifrar qué de lo que veía era verdad y qué imaginaciones suyas.

Vio perros detectores de drogas que pasaron de ella completamente, vio policías, maletas girando una detrás de otra y hasta le pareció ver a la amante de su pareja “La otra” a lo lejos.
Sentía que Pablo estaba muy nervioso, ahora que ella se calmaba,  su compañero de viaje-pesadilla se ponía histérico.
Escuchó cómo hablaba por teléfono y confirmaba que tenía una herida y que no sabía cómo iba a pasar los controles.
Pablo le llevó a una sala más tranquila, en la que un hombre le preguntaba a Pablo sobre ella misma, edad, vacunas, raza (¿Raza? Si esta es mas chucha que la madre que la parió que era callejera!!!) … Pablo respondía muy nervioso, y ella en medio de un colocón espectacular intentaba ronronear o maullar para explicarle al señor que lo único que quería era llegar a casa y dormir.

La suerte, o el instinto protector de la gata, hicieron que se quedara medio dormida sobre sus patas delanteras dobladitas, así que en el momento en el que aquel señor, levantó su cajita para hacer una “inspección ocular” (que como era de esperar en Colombia, fue bastante por encima) sólo se encontró a un gato dormido y reluciente que se apoyaba elegantemente sobre sus patitas delanteras recogiditas.
Algo más pasó que ella no se dio cuenta, y cuando abrió los ojos, estaba en otra casita, en otro lugar pero con Pablo y con “la otra” que le enseñaban su arenita para hacer pis y su comidita igual que la de Madrid.

Pablo sacó de una maleta su manta azul y cubrió el sofá para que todo oliera más a hogar, dulcemente cogió a Paquita y la posó sobre la manta mullidita para que pudiera descansar entre él y “La otra”.

Entre sueños, tumbos y golpes con las cosas, consiguió subirse al pecho de “la otra.” Lo recordaba mullidito, así que el instinto le llevó hasta allí.

Y por fin, tras una gran pesadilla pudo dormirse en paz, aunque fueran 10 minutos, pero en Paz.
Sabiendo que “la otra” estaba cerca y que su dueño y amado, desprendía olor a felicidad, mucha más feliz que los últimos días y también estaba allí, con ella, haciendo manada “Equipo P”.

martes, 18 de octubre de 2016

Lo dejo (Historias de salsa)

Os juro que ésta mañana cuando me he despertado lo tenía claro…

No dudaba ni un segundo, había decidido que pondría fin a esta historia.

Lo había decidido ayer, cuando hacía pis en el aeropuerto de Pereira mientras esperábamos un avión de vuelta a Bogotá tras un finde aún mejor que el anterior de amigas y naturaleza. Finde de sentirme yo misma, parte de una “piña” fantástica de personas ejemplares luchadoras y honestas. Lo tenía claro desde ayer; lo dejaba.

No tenía razones por las que seguir, y tenía claro que  continuar era una tontería, demasiado esfuerzo sin ningún avance…. Y lo iba a hacer a lo grande, contándoslo a todos en un mail que escribiría esta misma noche.

Tenía el mail estructurado en mi cabeza, os contaría toda la verdad, cómo había empezado a escondidas de vosotros por vergüenza, los buenos ratos del principio, los miedos… y como ayer, tras unas semanas de darle vueltas, lo dejaba.

Pero ésta mañana, he recibido un whatsapp que lo ha cambiado todo… Era AXXX, preguntándome cómo estaba, qué tal el puente y si me había visto los vídeos.

Era él, el intenso, el incansable y “tan querido” AXXXX. ¿Cómo iba a abandonar ahora? Imposible… Lo confieso, no he sido capaz y mintiéndole, le he dicho que todo muy bien y que sin falta nos veríamos mañana.

He sentido como que me estaba vigilando, como si adivinara mis pensamientos y supiera que me lo estaba pensando  tras darle plantón la semana pasada, como si supiera que no quería volverle a ver, que esto no va conmigo.

Él tan colaborador, tan enérgico y entusiasmado, había decidido escribirme justo en el momento en el que no quería saber nada más de esto, consiguiendo que volviera a comprometerme a vernos al día siguiente.

Y aquí me tenéis ahora, un martes después de puente, cansada, en pijama, aun sin saber si mañana ir a mi clase de salsa de los miércoles o irme con Diana a comprarme un modelito para el viernes ir al Andrés Carne de Res con éstas.

No sé qué hacer…

Es que el cabrón del profesor me mete mucha caña y no se da cuenta que soy de lateralidad cruzada y que no lo hago por falta de interés ni empeño, sino que soy incapaz de ir hacia el lado que dice por pura incapacidad mental.

Y como nunca ha visto un caso así, se le ha metido entre ceja y ceja que Patiño tiene que aprender a bailar salsa.

Creo que merecéis una explicación, así que empezaré por el principio…

Todo empezó hace un mes y medio, tras una conversación con mis abuelos por Skype. Pensé que les echaba mucho de menos y que éstas navidades quería bailar un agarrao con mi abuelo como el que nos habíamos marcado hace unos años en el salón de su casa tras haberme bajado con mi tía Fer unos albariños.

Ese día me fui a cenar con Iris, Jose y Rubén , empezamos a hablar de la familia y de ahí no se cómo salió que a mi me encantaría bailar mejor para bailar con mi abuelo  y me comentaron que ellos acababan de empezar unas clases de salsa en la Universidad que molaban mogollón. Eran baratas y Jose (que es tan descoordinado como yo) iba a apuntarse, así que olvidé mi prejuicio arrítmico, y la horrible experiencia de adolescencia cuando mi profesora MariaJosé, me  “invitó a irme” de aeróbic por no saber llevar el ritmo general y me lancé a aflojar cadera.

El primer día, AXXX, me aconsejó, que como me unía a un grupo que llevaba tres clases, fuera antes para poder pillar los tres primeros pasos que ya habían dado. Y allí me planté yo vestida como de ir a la oficina en la sala polivalente de la Universidad  Piloto.

Le expliqué que me llamaba Patiño (grasso error ya que desde ese momento no se le olvidaría nunca mi nombre porque le hizo gracia) y estuvimos dando los primeros pasos junto con otros dos colombianos. Jose, como es habitual, llegó tarde y faltando quince minutos para las siete de la tarde, más o menos, yo ya había pillado el “básico” y el “colombiano”, él tenía el giro perfecto.

A las siete menos cinco eso se empezó a llenar de gente, sorprendentemente, más hombres que mujeres que, autóctonos todos, iban a perfeccionar el arte de la salsa. Me hizo gracia que vinieran hombres sin una mujer al lado empujándoles y me gustó el cambio cultural de que bailar no es de maricas.

 Y desde ése miércoles, a las 19.00 todo ha sido intentar seguir el ritmo…

Lo primero que he aprendido, y que me ayuda bastante cuando soy capaz de llevarlo a cabo, es que las mujeres en la salsa, tienen que dejarse manejar totalmente… ¿Alguien se dejaría llevar por un hombre en chándal con cara de indio todo sudao que mide más de ancho que de largo y que no conoce de nada en un país desconocido?

Pues eso, que la primera parte, el dejarse llevar… No la llevo muy bien, pero cuando lo consigues es bastante fácil porque solo hay que hacer eso… Dejarse llevar.

La segunda cosa,  es lo de terminar mirando siempre al espejo, pero como siempre me pongo detrás no me veo y cuando todos mueven la cadera y los brazos de ésa manera me desconcentro flipando con su ritmo y ya dejo a veces hasta de bailar impresionada con su coordinación.

Y lo último, que es realmente lo que me hace dudar de mis capacidades, es hacer lo que todos hacen. Es decir… Si van todos a la derecha levantando el brazo en círculo hacia la izquierda, pasando el pie izquierdo por delante del derecho haciendo cruzado… Pues yo empiezo muy enérgica concentrándome tanto en que tengo que ir a la derecha que sin querer levanto el brazo derecho y cuando me doy cuenta el primer pie que he movido es el izquierdo porque es mi pierna buena y ya la he liado porque no puedo enlazarlo con el siguiente paso.

Y eso, cuando eres la única extranjera sin ritmo en una clase de colombianos… Se nota… No veas si se nota…

Total, que como se nota tanto, y mi nombre le hace gracia al AXXXXito de los cojones, pues no para de corregirme, me pongo nerviosa y termino chocándome con las otras parejas, siendo violada por la rodilla de cualquier señor que lo único que intenta es bailar y se muere de vergüenza cuando ve que me pega un manotazo en la cara al alargarme la mano para volvernos a juntar y yo aún voy por el paso anterior de vuelta hacia un lado…

Resumiendo… Un desastre.

No exagero si os cuento que se me rompieron unos calcetines de un pisotón de una chica que emocionada (y con chándal y tacones, que es como se tiene que ir a esa clase pero las españolas nos negamos) me pisó en el tobillo mientras todos se echaban para atrás y yo me echaba para delante…

Pero es que para más inri, el AXXXX este, que es un intenso, ha creado un grupo de whatsapp y todos están emocionados, porque propone salas de baile, “bailatrones” (que son reuniones en la calle para bailar por cualquier causa de esas que en Colombia no faltan) manda los vídeos que nos obliga a grabar a última hora de la clase cuando nos hace la demostración con su compañera de baile o con quien pille para que practiquemos en casa, y lo peor es que de vez en cuando nombra a los que vamos peor para que veamos tal enlace o cualquier cosa relacionada con Salsa. Se dan los buenos días, las buenas noches y se felicitan los domingos … Es una verdadera secta intensa de baile…

La semana pasada, aprovechando que tenía que hacer la compra y estaba bastante cansada, no fui y AXXXX se ha dado cuenta. Mi nula actividad en el whatsapp común, le debe sorprender tanto como mi falta de coordinación, y como buen docente, se ha emperrado en que todos sus alumnos evolucionen y se comprometan… Así que hoy por la mañana ha decidido preguntarme y volverme a meter en la secta. ¡Qué cabrón!

Os juro que no sé qué hacer. Por un lado pienso que es guay conocer a gente, que la música alegra el alma, que hago deporte, me río, me libero del estrés diario… Pero por otro pienso que no me merece la pena sufrir, que me crea aun más estrés y me hace sentirme idiota mirándome al espejo pensando que voy a lado correcto mientras me doy golpes con uno que se acerca hacia mí yendo hacia el verdadero sentido correcto.  No sé si me mola ser la que se queda sin pareja cuando nos toca cambiar sin avisar y terminar pidiendo disculpas dos horas seguidas todos los miércoles, a hombres que con toda buena intención me intentan gobernar en un espacio bastante reducido que es el terreno de una pareja de baile de salsa. Es que realmente no se si no me mola, o realmente me da exactamente igual que el AXXXX este se sienta frustrado viendo como ralentizo (junto con Jose) el ritmo de la clase… jajaja.


¿Vosotros qué haríais?